29/01/2016, 00:40
—¿Acaso te permitirás morir sin darlo todo?
Se vio a sí mismo en una llanura desolada que parecía extenderse hasta el infinito. Se levantó sintiéndose tan pesado como el plomo, confundido y desorientado. Sobre él se cernía un cielo gris, con nubes oscuras que bloqueaban un sol débil. Se sentía familiar y a la vez desconocido en aquel mundo infinitamente monótono donde se encontraba.
—¿Por qué estoy aquí? —Se preguntó sin sentir interés alguno en averiguar dónde se estaba.
—Has llegado aquí en busca de algo que yo tengo y que te pertenece. —No supo decir si el pensamiento fue suyo o de alguien más, pues parecía venir de todos lados y de ninguno.
Sin entender el por qué, comenzó a caminar contra el viento que soplaba. Se movía en dirección a un lugar lejano, donde las nubes se arremolinaban señalando el suelo. Percibía como sus pesados pies dejaban surcos en el suelo polvoriento. Marchó hasta encontrarse en el lugar más oscuro y agitado de aquel mundo. El aire era filoso y golpeaba con violencia, llevando una brisa como las que se sienten en los lugares donde han ocurrido grandes batallas. Y en el centro de todo estaba aquella espada de funda y mango gris como las nubes, Bohimei.
—¿Qué necesito?
—Solo un poco de nuestra fuerza, pero debes tomarla de las garras de las sombras y dudas que le envuelven.
Trato de moverse pero el viento era feroz y sentía como si fuese a cortar su piel. Sentía como si una armadura invisible le rodeara, protegiéndolo y la vez reteniéndole. Era el miedo. El temor a depender de su katana lo hacía pesado y lento, pero al mismo tiempo le resguardaba de todo lo que no quería aceptar.
—Tengo que seguir avanzando…
—Los guerreros arrojan su grito final con toda la fuerza de su alma… Abandonan toda duda o pesar que les contenga… Al final se encuentran así mismo cortando todo aquello que mancille el honor de su camino.
El joven sintió cómo se volvía más ligero, como si las partes más pesadas de la armadura se desprendieran de su cuerpo. Sentía que podía avanzar, como si el viento en cuchilla ahora fuera su aliado. En el centro del mundo, tomó la espada sujetando la empuñadura como si de la mano de un viejo aliado se tratara. Escucho como sonidos y formas fantasmagóricas se manifestaban a su alrededor, pero las percibió como una prolongación de su espíritu y de su propia fuerza.
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Inicialmente el viejo pirata sonrió al sentir el impacto, imaginando como su filo atravesaba el cráneo y rebanaba lo sesos de su contrincante. Pero su cara pronto se vería convertida en un amasijo de incertidumbre, pues sintió como su sable siguió de largo mientras la figura peliblanca era bañada en una lluvia de chispas carmesí. Escucho el sonido del metal contra el metal, pero aun así no daba crédito a sus oídos pues Mekajiki podía cortar hasta el acero más duro como si fuera una frágil ramita.
—Debo admitir que es un arma bastante impresionante —El sable se retrajo ante la mirada atónita de su amo, que no terminaba de creer que una katana le hubiera frenado—. Si mal no recuerdo, tu arma se llama Mekajiki que significa pez espada —La voz del Ishimura era, de una manera perturbadora, suave y relajada. Sus ojos eran filosos y reflejaban los destellos escarlata de su arma—. Bien… Te presento a Bohimei que significa epitafio —un nombre al cual planeaba hacer honor pronto—. Su filo y mi voz serán lo último que percibas en este mundo.
El shinobi se puso en posición, levantó su espada en dirección a su enemigo, preparándose para pelear. El capitán se encontraba en un estado colérico, más allá de lo describible. El Ishimura tomó impulso con su pierna sana y dio un salto hacia adelante. El capitán apenas si logró repelerlo para lanzar un tajo que fue bloqueado con facilidad.
Ambos comenzaron una danza frenética donde cubrían su pierna herida y buscaban, con cada movimiento, un golpe certero y mortal. El joven mantenía la calma deslizándose entre cortes y chispas escarlatas. El viejo apenas si podía controlar su ira mientras sentía como su defensa iba cediendo de a poco. Los chispazos rojos saltaban y las astillas de madera, producidas por los ataque fallidos, volaban por doquier.
—¡Estás perdiendo impulso, anciano! —Espeto cuando de una patada desesperada fue mandado a volar unos metros hasta el borde de la nave. Sin embargo se reacomodo en su habitual postura defensiva rápidamente.
El pirata atacó con furia e intercambiando varios golpes con su enemigo. Mientras se acercaba para una estocada, hizo una finta y cambio de manos su arma en busca de apuñalar el lado descubierto del ninja. Pero este último detectó el error garrafal, pues el bandido sobreestimó las coordinación de sus viejas manos. De repente se vería cegado por destello carmesí emitido por el filo de la katana rival. Cuando recuperó la vista, un segundo después, solo vería al chico saltando por encima del, y más atrás un brazo recién cercenado. Soltó un grito mientras el joven aterrizó, viendo como su enemigo trataba de cerrar la fuente de sangre en la que se había convertido su brazo.
—¡Ahhhhhhh mi brazo. Mi maldito brazo! —Maldijo con un grito de dolor que casi causaba lastima.
Al verlo estático, pensó que su oponente se había perturbado por lo cruda de la escena. En su brazo sano empuño a Mekajiki y con un último esfuerzo hizo que se extendiera más rápida y fuerte que nunca. Buscaba el corazón del peliblanco, buscaba arrancarlo con una sola puñalada. Prácticamente podía sentir la victoria, tanto como aun sentía su brazo amputado.
«Alma que grita - Abandona el pesar - Corta con honor —el haiku se formó y acudió a su mente mientras que el tiempo parecía detenerse a medida que la cuchilla se acercaba a él—. Setsudan Tamashī.»
Le tomó menos de un segundo reaccionar en cuanto la cuchilla estuvo a medio metro de su pecho. Su espada tomó parte de su chakra, y cuando se deslizó a través del aire frente a él, una especie de cuchilla de aspecto fantasmal tomo forma. Alcanzó la punta del sable y la destrozó, al igual que el resto de su filo, mientras volaba a través de toda su extensión. Aquella media luna de calaveras grises emitió un grito que se pudo escuchar en todo el barco y que provocó escalofríos en el más valiente de los hombres. Para cuando el corte se disipó, sólo quedaban fragmentos metálicos de lo que fuera la espada del capitán. No solo destruyó el arma en toda su extensión, sino que también se llevó consigo la mitad vertical del único brazo que le quedaba.
—He de ponerle fin ahora —sentenció mientras se acercaba a un hombre cuyo rostro evidenciaba que jamás había estado tan aterrado y que jamás había sentido tanto dolor—. Cuando veas al dios de la muerte, dile que te envía el fantasma gris —Y con aquello dicho le atravesó el pecho de lado a lado. Era cierto lo que había prometido, pues luego de unos cuantos espasmos fantasmales el capitán murió, con las palabras del espadachín resonando en su cabeza y sintiendo el acero de Bohimei perforando su cruel corazón.
De pronto las fuerza abandonaron el cuerpo de espadachín, dejándolo adolorido e incapaz de moverse. El monje no se encontraba en mejores condiciones puesto que su pelea también fue dura. Ambos se encontraban tanto al borde del éxito como de la inconsciencia. El incendio del barco comenzaba a disminuir, gracias en parte a una sustancia gelatinosa que los bandidos arrojaban sobre las llamas y que las privaba de oxígeno. El barco había estado sin nadie que lo timoneara y ahora se encontraba peligrosamente cerca banco de arena donde seguro encallaba, con los genin y los bandidos abordo. Si querian salir ahí con vida tendrían que hacerlo rápido, pues la marea creciente y los primeros colores del alba se manifestaban con rapidez.
Se vio a sí mismo en una llanura desolada que parecía extenderse hasta el infinito. Se levantó sintiéndose tan pesado como el plomo, confundido y desorientado. Sobre él se cernía un cielo gris, con nubes oscuras que bloqueaban un sol débil. Se sentía familiar y a la vez desconocido en aquel mundo infinitamente monótono donde se encontraba.
—¿Por qué estoy aquí? —Se preguntó sin sentir interés alguno en averiguar dónde se estaba.
—Has llegado aquí en busca de algo que yo tengo y que te pertenece. —No supo decir si el pensamiento fue suyo o de alguien más, pues parecía venir de todos lados y de ninguno.
Sin entender el por qué, comenzó a caminar contra el viento que soplaba. Se movía en dirección a un lugar lejano, donde las nubes se arremolinaban señalando el suelo. Percibía como sus pesados pies dejaban surcos en el suelo polvoriento. Marchó hasta encontrarse en el lugar más oscuro y agitado de aquel mundo. El aire era filoso y golpeaba con violencia, llevando una brisa como las que se sienten en los lugares donde han ocurrido grandes batallas. Y en el centro de todo estaba aquella espada de funda y mango gris como las nubes, Bohimei.
—¿Qué necesito?
—Solo un poco de nuestra fuerza, pero debes tomarla de las garras de las sombras y dudas que le envuelven.
Trato de moverse pero el viento era feroz y sentía como si fuese a cortar su piel. Sentía como si una armadura invisible le rodeara, protegiéndolo y la vez reteniéndole. Era el miedo. El temor a depender de su katana lo hacía pesado y lento, pero al mismo tiempo le resguardaba de todo lo que no quería aceptar.
—Tengo que seguir avanzando…
—Los guerreros arrojan su grito final con toda la fuerza de su alma… Abandonan toda duda o pesar que les contenga… Al final se encuentran así mismo cortando todo aquello que mancille el honor de su camino.
El joven sintió cómo se volvía más ligero, como si las partes más pesadas de la armadura se desprendieran de su cuerpo. Sentía que podía avanzar, como si el viento en cuchilla ahora fuera su aliado. En el centro del mundo, tomó la espada sujetando la empuñadura como si de la mano de un viejo aliado se tratara. Escucho como sonidos y formas fantasmagóricas se manifestaban a su alrededor, pero las percibió como una prolongación de su espíritu y de su propia fuerza.
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Inicialmente el viejo pirata sonrió al sentir el impacto, imaginando como su filo atravesaba el cráneo y rebanaba lo sesos de su contrincante. Pero su cara pronto se vería convertida en un amasijo de incertidumbre, pues sintió como su sable siguió de largo mientras la figura peliblanca era bañada en una lluvia de chispas carmesí. Escucho el sonido del metal contra el metal, pero aun así no daba crédito a sus oídos pues Mekajiki podía cortar hasta el acero más duro como si fuera una frágil ramita.
—Debo admitir que es un arma bastante impresionante —El sable se retrajo ante la mirada atónita de su amo, que no terminaba de creer que una katana le hubiera frenado—. Si mal no recuerdo, tu arma se llama Mekajiki que significa pez espada —La voz del Ishimura era, de una manera perturbadora, suave y relajada. Sus ojos eran filosos y reflejaban los destellos escarlata de su arma—. Bien… Te presento a Bohimei que significa epitafio —un nombre al cual planeaba hacer honor pronto—. Su filo y mi voz serán lo último que percibas en este mundo.
El shinobi se puso en posición, levantó su espada en dirección a su enemigo, preparándose para pelear. El capitán se encontraba en un estado colérico, más allá de lo describible. El Ishimura tomó impulso con su pierna sana y dio un salto hacia adelante. El capitán apenas si logró repelerlo para lanzar un tajo que fue bloqueado con facilidad.
Ambos comenzaron una danza frenética donde cubrían su pierna herida y buscaban, con cada movimiento, un golpe certero y mortal. El joven mantenía la calma deslizándose entre cortes y chispas escarlatas. El viejo apenas si podía controlar su ira mientras sentía como su defensa iba cediendo de a poco. Los chispazos rojos saltaban y las astillas de madera, producidas por los ataque fallidos, volaban por doquier.
—¡Estás perdiendo impulso, anciano! —Espeto cuando de una patada desesperada fue mandado a volar unos metros hasta el borde de la nave. Sin embargo se reacomodo en su habitual postura defensiva rápidamente.
El pirata atacó con furia e intercambiando varios golpes con su enemigo. Mientras se acercaba para una estocada, hizo una finta y cambio de manos su arma en busca de apuñalar el lado descubierto del ninja. Pero este último detectó el error garrafal, pues el bandido sobreestimó las coordinación de sus viejas manos. De repente se vería cegado por destello carmesí emitido por el filo de la katana rival. Cuando recuperó la vista, un segundo después, solo vería al chico saltando por encima del, y más atrás un brazo recién cercenado. Soltó un grito mientras el joven aterrizó, viendo como su enemigo trataba de cerrar la fuente de sangre en la que se había convertido su brazo.
—¡Ahhhhhhh mi brazo. Mi maldito brazo! —Maldijo con un grito de dolor que casi causaba lastima.
Al verlo estático, pensó que su oponente se había perturbado por lo cruda de la escena. En su brazo sano empuño a Mekajiki y con un último esfuerzo hizo que se extendiera más rápida y fuerte que nunca. Buscaba el corazón del peliblanco, buscaba arrancarlo con una sola puñalada. Prácticamente podía sentir la victoria, tanto como aun sentía su brazo amputado.
«Alma que grita - Abandona el pesar - Corta con honor —el haiku se formó y acudió a su mente mientras que el tiempo parecía detenerse a medida que la cuchilla se acercaba a él—. Setsudan Tamashī.»
Le tomó menos de un segundo reaccionar en cuanto la cuchilla estuvo a medio metro de su pecho. Su espada tomó parte de su chakra, y cuando se deslizó a través del aire frente a él, una especie de cuchilla de aspecto fantasmal tomo forma. Alcanzó la punta del sable y la destrozó, al igual que el resto de su filo, mientras volaba a través de toda su extensión. Aquella media luna de calaveras grises emitió un grito que se pudo escuchar en todo el barco y que provocó escalofríos en el más valiente de los hombres. Para cuando el corte se disipó, sólo quedaban fragmentos metálicos de lo que fuera la espada del capitán. No solo destruyó el arma en toda su extensión, sino que también se llevó consigo la mitad vertical del único brazo que le quedaba.
—He de ponerle fin ahora —sentenció mientras se acercaba a un hombre cuyo rostro evidenciaba que jamás había estado tan aterrado y que jamás había sentido tanto dolor—. Cuando veas al dios de la muerte, dile que te envía el fantasma gris —Y con aquello dicho le atravesó el pecho de lado a lado. Era cierto lo que había prometido, pues luego de unos cuantos espasmos fantasmales el capitán murió, con las palabras del espadachín resonando en su cabeza y sintiendo el acero de Bohimei perforando su cruel corazón.
De pronto las fuerza abandonaron el cuerpo de espadachín, dejándolo adolorido e incapaz de moverse. El monje no se encontraba en mejores condiciones puesto que su pelea también fue dura. Ambos se encontraban tanto al borde del éxito como de la inconsciencia. El incendio del barco comenzaba a disminuir, gracias en parte a una sustancia gelatinosa que los bandidos arrojaban sobre las llamas y que las privaba de oxígeno. El barco había estado sin nadie que lo timoneara y ahora se encontraba peligrosamente cerca banco de arena donde seguro encallaba, con los genin y los bandidos abordo. Si querian salir ahí con vida tendrían que hacerlo rápido, pues la marea creciente y los primeros colores del alba se manifestaban con rapidez.