6/12/2021, 14:13
(Última modificación: 6/12/2021, 14:13 por Senju Hayato.)
La chica pagó la orden, tras lo cuál el mesero tomó el importe y se fue tal y como vino. Eso si, no sin antes volver a realizar una muy cortés reverencia. Ante todo los modales. Ágil, como una culebra cuesta abajo, la chica confirmó lo que bien el Senju elogió sobre su habilidad. No había nadie en esa sala capaz de cuestionar qué tan útil podría llegar a ser esa habilidad con la sombra. Pero no pudo dejar caer otra mofa acerca de la figura del lobo. Rio en lo que terminaba de tragar la primera patata.
Hayato tomó el mismo camino del shinobi, el de pillar una de esas patatas antes de que se evaporasen como una neblina en una mañana de verano. La tomó con velocidad, pero tratando de no parecer demasiado impulsivo. Le dio un primer mordisco, en lo que su antagonista respondía que ninguno de los problemas sugeridos por el chico eran demasiado grandes. Esto daba a entender dos cosas, que bien la técnica tenía esos dos fallos en vez de uno, o que bien no tenía ninguno y los problemas de la técnica debían ser la velocidad u otra cosa. Fuese como fuese, la kunoichi no se había lucido demasiado cómoda hablando de ello. Era normal, ¿a quién en su sano juicio le gustaría hablar de las debilidades de sus técnicas?
De nuevo, la chica interrumpió ese breve silencio, atacando en ésta ocasión la bebida del chico. Había llamado al refresco "esa cosa roja", algo que llamó bastante la atención del chico, y no pudo evitar mirar el susodicho refresco. Arqueó una ceja, y en una mueca que tambaleaba entre la incertidumbre y la picaresca, no pudo evitar que la broma llegase.
—No sabía que eras rojo-fóbica —respondió ante el comentario.
»Hay que amar a todos los colores. —Se rio de nuevo, no podía evitarlo. Hasta, casi, por muy recóndidamente imposible que pareciese, podía llegarle a caer medio bien. Eso, o que quizás sus constantes bromas y picaresca le empezaban a empatizar con su forma de ser. A saber...
—¡Di-disculpen!
Pero de pronto, la conversación les fue interrumpida de nuevo. En ésta ocasión, no se trataba del mesero, ni de algún tipo de broma descarrilada. A su lado se presentaban dos hombres, y uno de éstos llevaba entre manos un librito que ojeaba con ahínco buscando algo concreto. Sendos caballeros vestían camiseta de mangas largas negra, un chaleco grisáceo de mangas recortadas, y pantalones vaqueros azulados. La principal diferencia entre ambos estaba en sus pesos, pues uno parecía casi el doble del otro; y su tamaño, pues el gordo era casi veinte centímetros mayor al delgado. Si, el grande era realmente grande, aproximadamente metro noventa.
—Se-según el reglamento, es-está terminantemente prohibido el uso-uso de técnicas o habilidades dentro de los re-recintos de ocio —marcó el hombre delgado en lo que puntualizaba con el dedo sobre el libro.
—Tengo hambre.
Cada cuál parecía estar a lo suyo, aunque sí que era cierto que el delgado parecía tener un glosario de normas entre manos. ¿Serían guardias de la ciudad?
Hayato tomó el mismo camino del shinobi, el de pillar una de esas patatas antes de que se evaporasen como una neblina en una mañana de verano. La tomó con velocidad, pero tratando de no parecer demasiado impulsivo. Le dio un primer mordisco, en lo que su antagonista respondía que ninguno de los problemas sugeridos por el chico eran demasiado grandes. Esto daba a entender dos cosas, que bien la técnica tenía esos dos fallos en vez de uno, o que bien no tenía ninguno y los problemas de la técnica debían ser la velocidad u otra cosa. Fuese como fuese, la kunoichi no se había lucido demasiado cómoda hablando de ello. Era normal, ¿a quién en su sano juicio le gustaría hablar de las debilidades de sus técnicas?
De nuevo, la chica interrumpió ese breve silencio, atacando en ésta ocasión la bebida del chico. Había llamado al refresco "esa cosa roja", algo que llamó bastante la atención del chico, y no pudo evitar mirar el susodicho refresco. Arqueó una ceja, y en una mueca que tambaleaba entre la incertidumbre y la picaresca, no pudo evitar que la broma llegase.
—No sabía que eras rojo-fóbica —respondió ante el comentario.
»Hay que amar a todos los colores. —Se rio de nuevo, no podía evitarlo. Hasta, casi, por muy recóndidamente imposible que pareciese, podía llegarle a caer medio bien. Eso, o que quizás sus constantes bromas y picaresca le empezaban a empatizar con su forma de ser. A saber...
—¡Di-disculpen!
Pero de pronto, la conversación les fue interrumpida de nuevo. En ésta ocasión, no se trataba del mesero, ni de algún tipo de broma descarrilada. A su lado se presentaban dos hombres, y uno de éstos llevaba entre manos un librito que ojeaba con ahínco buscando algo concreto. Sendos caballeros vestían camiseta de mangas largas negra, un chaleco grisáceo de mangas recortadas, y pantalones vaqueros azulados. La principal diferencia entre ambos estaba en sus pesos, pues uno parecía casi el doble del otro; y su tamaño, pues el gordo era casi veinte centímetros mayor al delgado. Si, el grande era realmente grande, aproximadamente metro noventa.
—Se-según el reglamento, es-está terminantemente prohibido el uso-uso de técnicas o habilidades dentro de los re-recintos de ocio —marcó el hombre delgado en lo que puntualizaba con el dedo sobre el libro.
—Tengo hambre.
Cada cuál parecía estar a lo suyo, aunque sí que era cierto que el delgado parecía tener un glosario de normas entre manos. ¿Serían guardias de la ciudad?