23/12/2021, 01:57
Una de las cosas que nos gustaba hacer a Yuuna y a mí era ir a comer al Jardín de los cerezos. No importaba la época del año, siempre era un buen lugar para relajarse. Tirabas una manta al suelo, plantabas allí tu trasero, y disfrutabas de un agradable dia de paz con tus amigos, tu familia o tu pareja.
Es verdad que en invierno, el sitio era mucho menos acogedor para algunos, pero no para nosotros. Además, habíamos comprado una especie de calefactor, que, aplicándole algo de chakra, encendía una llamita y calentaba. Un invento de Amegakure. Una maravilla tecnología, había que reconocerlo.
Además, había una razón más para ir en invierno. La nieve. Era el sitio más parecido al terreno que íbamos a encontrarnos en el país del hierro, y usábamos aquello para preparar lo que estaba por venir. Aunque, aquél día, no íbamos a entrenar, solo que Yuuna aún no lo sabía.
Había ido a recogerla a la academia. Estaba haciendo de profesora sustituta de Kenjutsu. Se lo habían pedido por que la profesora de la academia se había quedado embarazada, y ahora debía estar disfrutando de su hijo recién nacido. Al principio Yuuna había estado un poco reticente. Normal, a los samuráis no les gustaba compartir su estilo. Pero por lo visto, le habían dicho que solo tenia que enseñar lo más básico del manejo de la espada, así que había terminado aceptando.
—Tampoco le des muchas vueltas a lo de Saori, no creo que la estes enseñando mal. —Comenté con Yuuna mientras extendiamos la manta sobra la nieve y encendiamos el calefactor de chakra. —No a todos se les puede dar bien la espada. Quizas ella sea muy buena con otras cosas, como el Ninjutsu o el Genjutsu. —Por el camino, le había preguntando por como había ido su día, y por lo visto, tenía una alumna aue no lograba avanzar con el Kenjutsu. —Mírame a mí, no soy especialmente bueno con el ninjutsu, y soy totalmente inepto para Fuuinjutsu. Pero se me dan bien otras cosas.
Las trabas con el Ninjutsu las había superado de una forma u otra, aunque es verdad que había muchas cosas que seguía sin poder hacer, pero el fuuin... Eso mejor se lo dejaría a otros. Ni siquiera me planteaba que algún día pudiera ni empezar a aprender.
—O quizás simplemente le cueste más tiempo que a los otros y terminé lograndolo. Sea como sea, no creo que tengas la culpa. Y aunque la tuvieses, tampoco puedes exigirte perfección, es la primera vez que haces esto, tu también estás aprendiendo.
Bien era cierto que yo era la persona menos indicada del mundo para decirle a nadie que no se exigiese perfección. Primero, mi padre nunca me había permito forjar una pieza que fuese menos que perfecta. Y segundo, al final, se me había calado tanto el mensaje, que era yo mismo el que no se permita hacer una pieza que tuviese alguna imperfección. Y lo peor de todo: Estaba tan obsesionado con eso, que cuando veía un arma que no había hecho yo, se me hacia imposible no buscarle los fallos.
De cualquier modo, terminamos de colocar todo y sacamos la comida. La había preparado por la mañana, mientras ella trabajaba. No era un experto cocinero, pero sabía desenvolverme con los utensilios de cocina. También había preparado un termo con té y había comprado agua por el camino.
—Ya casi he terminado con lo de Gyuki. —Mientras comiamos tranquilamente, charlabamos de cosas banales, de lo que haciamos durante el día, de como había ido la semana, etc. —Unos retoques finales y ya estarán listas. Incluso ya las he bautizado.
Hicimos lo que hacíamos normalmente, y conforme pasaba el tiempo y se acababa la comida, se iba acercando el momento de entrenar. Salvo por un pequeño detalle: el cruce de espadas iba a tener que esperar un poco en aquella ocasión.
Cuando terminamos de reposar la comida, recogimos todo, plegamos la manta, y lo colocamos todo apoyado en uno de los árboles cercanos, donde no molestara. Realmente solíamos ponernos en una zona apartada, no por que nos molestase la gente, mas bien al revés, era para no molestar a nadie con nuestro entrenamiento, y para evitar que nadie saliera herido por un descuido.
Como siempre, nos pusimos el uno frente al otro. Aquél día solo llevaba atada a la cintura una de mis espadas: Aichō. Pero aquél dia no me hacía falta la otra. Nos miramos a los ojos, pero antes de realizar el típico saludo, me acerqué hasta estar a tan sólo un paso de ello.
—Yuuna.
Decidida. Mi voz sonó decidida. Quizas a cualquier otro le hubiese temblado por los nervios, pero yo sabía muy bien lo que estaba a punto de hacer y no tenía dudas.
Desate la espada del obi y; sujetándola con ambas manos, apoyando una de mis rodillas en el suelo, presenté la espada ante Yuuna. Nunca nadie había usado una espada para aquello. Ninguna persona normal lo hubiera hecho. Pero yo no era normal y aquella espada había sido forjada con un único propósito.
—¿Quieres casarte conmigo?
Es verdad que en invierno, el sitio era mucho menos acogedor para algunos, pero no para nosotros. Además, habíamos comprado una especie de calefactor, que, aplicándole algo de chakra, encendía una llamita y calentaba. Un invento de Amegakure. Una maravilla tecnología, había que reconocerlo.
Además, había una razón más para ir en invierno. La nieve. Era el sitio más parecido al terreno que íbamos a encontrarnos en el país del hierro, y usábamos aquello para preparar lo que estaba por venir. Aunque, aquél día, no íbamos a entrenar, solo que Yuuna aún no lo sabía.
Había ido a recogerla a la academia. Estaba haciendo de profesora sustituta de Kenjutsu. Se lo habían pedido por que la profesora de la academia se había quedado embarazada, y ahora debía estar disfrutando de su hijo recién nacido. Al principio Yuuna había estado un poco reticente. Normal, a los samuráis no les gustaba compartir su estilo. Pero por lo visto, le habían dicho que solo tenia que enseñar lo más básico del manejo de la espada, así que había terminado aceptando.
—Tampoco le des muchas vueltas a lo de Saori, no creo que la estes enseñando mal. —Comenté con Yuuna mientras extendiamos la manta sobra la nieve y encendiamos el calefactor de chakra. —No a todos se les puede dar bien la espada. Quizas ella sea muy buena con otras cosas, como el Ninjutsu o el Genjutsu. —Por el camino, le había preguntando por como había ido su día, y por lo visto, tenía una alumna aue no lograba avanzar con el Kenjutsu. —Mírame a mí, no soy especialmente bueno con el ninjutsu, y soy totalmente inepto para Fuuinjutsu. Pero se me dan bien otras cosas.
Las trabas con el Ninjutsu las había superado de una forma u otra, aunque es verdad que había muchas cosas que seguía sin poder hacer, pero el fuuin... Eso mejor se lo dejaría a otros. Ni siquiera me planteaba que algún día pudiera ni empezar a aprender.
—O quizás simplemente le cueste más tiempo que a los otros y terminé lograndolo. Sea como sea, no creo que tengas la culpa. Y aunque la tuvieses, tampoco puedes exigirte perfección, es la primera vez que haces esto, tu también estás aprendiendo.
Bien era cierto que yo era la persona menos indicada del mundo para decirle a nadie que no se exigiese perfección. Primero, mi padre nunca me había permito forjar una pieza que fuese menos que perfecta. Y segundo, al final, se me había calado tanto el mensaje, que era yo mismo el que no se permita hacer una pieza que tuviese alguna imperfección. Y lo peor de todo: Estaba tan obsesionado con eso, que cuando veía un arma que no había hecho yo, se me hacia imposible no buscarle los fallos.
De cualquier modo, terminamos de colocar todo y sacamos la comida. La había preparado por la mañana, mientras ella trabajaba. No era un experto cocinero, pero sabía desenvolverme con los utensilios de cocina. También había preparado un termo con té y había comprado agua por el camino.
—Ya casi he terminado con lo de Gyuki. —Mientras comiamos tranquilamente, charlabamos de cosas banales, de lo que haciamos durante el día, de como había ido la semana, etc. —Unos retoques finales y ya estarán listas. Incluso ya las he bautizado.
Hicimos lo que hacíamos normalmente, y conforme pasaba el tiempo y se acababa la comida, se iba acercando el momento de entrenar. Salvo por un pequeño detalle: el cruce de espadas iba a tener que esperar un poco en aquella ocasión.
Cuando terminamos de reposar la comida, recogimos todo, plegamos la manta, y lo colocamos todo apoyado en uno de los árboles cercanos, donde no molestara. Realmente solíamos ponernos en una zona apartada, no por que nos molestase la gente, mas bien al revés, era para no molestar a nadie con nuestro entrenamiento, y para evitar que nadie saliera herido por un descuido.
Como siempre, nos pusimos el uno frente al otro. Aquél día solo llevaba atada a la cintura una de mis espadas: Aichō. Pero aquél dia no me hacía falta la otra. Nos miramos a los ojos, pero antes de realizar el típico saludo, me acerqué hasta estar a tan sólo un paso de ello.
—Yuuna.
Decidida. Mi voz sonó decidida. Quizas a cualquier otro le hubiese temblado por los nervios, pero yo sabía muy bien lo que estaba a punto de hacer y no tenía dudas.
Desate la espada del obi y; sujetándola con ambas manos, apoyando una de mis rodillas en el suelo, presenté la espada ante Yuuna. Nunca nadie había usado una espada para aquello. Ninguna persona normal lo hubiera hecho. Pero yo no era normal y aquella espada había sido forjada con un único propósito.
—¿Quieres casarte conmigo?