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Una de las cosas que nos gustaba hacer a Yuuna y a mí era ir a comer al Jardín de los cerezos. No importaba la época del año, siempre era un buen lugar para relajarse. Tirabas una manta al suelo, plantabas allí tu trasero, y disfrutabas de un agradable dia de paz con tus amigos, tu familia o tu pareja.
Es verdad que en invierno, el sitio era mucho menos acogedor para algunos, pero no para nosotros. Además, habíamos comprado una especie de calefactor, que, aplicándole algo de chakra, encendía una llamita y calentaba. Un invento de Amegakure. Una maravilla tecnología, había que reconocerlo.
Además, había una razón más para ir en invierno. La nieve. Era el sitio más parecido al terreno que íbamos a encontrarnos en el país del hierro, y usábamos aquello para preparar lo que estaba por venir. Aunque, aquél día, no íbamos a entrenar, solo que Yuuna aún no lo sabía.
Había ido a recogerla a la academia. Estaba haciendo de profesora sustituta de Kenjutsu. Se lo habían pedido por que la profesora de la academia se había quedado embarazada, y ahora debía estar disfrutando de su hijo recién nacido. Al principio Yuuna había estado un poco reticente. Normal, a los samuráis no les gustaba compartir su estilo. Pero por lo visto, le habían dicho que solo tenia que enseñar lo más básico del manejo de la espada, así que había terminado aceptando.
—Tampoco le des muchas vueltas a lo de Saori, no creo que la estes enseñando mal. —Comenté con Yuuna mientras extendiamos la manta sobra la nieve y encendiamos el calefactor de chakra. —No a todos se les puede dar bien la espada. Quizas ella sea muy buena con otras cosas, como el Ninjutsu o el Genjutsu. —Por el camino, le había preguntando por como había ido su día, y por lo visto, tenía una alumna aue no lograba avanzar con el Kenjutsu. —Mírame a mí, no soy especialmente bueno con el ninjutsu, y soy totalmente inepto para Fuuinjutsu. Pero se me dan bien otras cosas.
Las trabas con el Ninjutsu las había superado de una forma u otra, aunque es verdad que había muchas cosas que seguía sin poder hacer, pero el fuuin... Eso mejor se lo dejaría a otros. Ni siquiera me planteaba que algún día pudiera ni empezar a aprender.
—O quizás simplemente le cueste más tiempo que a los otros y terminé lograndolo. Sea como sea, no creo que tengas la culpa. Y aunque la tuvieses, tampoco puedes exigirte perfección, es la primera vez que haces esto, tu también estás aprendiendo.
Bien era cierto que yo era la persona menos indicada del mundo para decirle a nadie que no se exigiese perfección. Primero, mi padre nunca me había permito forjar una pieza que fuese menos que perfecta. Y segundo, al final, se me había calado tanto el mensaje, que era yo mismo el que no se permita hacer una pieza que tuviese alguna imperfección. Y lo peor de todo: Estaba tan obsesionado con eso, que cuando veía un arma que no había hecho yo, se me hacia imposible no buscarle los fallos.
De cualquier modo, terminamos de colocar todo y sacamos la comida. La había preparado por la mañana, mientras ella trabajaba. No era un experto cocinero, pero sabía desenvolverme con los utensilios de cocina. También había preparado un termo con té y había comprado agua por el camino.
—Ya casi he terminado con lo de Gyuki. —Mientras comiamos tranquilamente, charlabamos de cosas banales, de lo que haciamos durante el día, de como había ido la semana, etc. —Unos retoques finales y ya estarán listas. Incluso ya las he bautizado.
Hicimos lo que hacíamos normalmente, y conforme pasaba el tiempo y se acababa la comida, se iba acercando el momento de entrenar. Salvo por un pequeño detalle: el cruce de espadas iba a tener que esperar un poco en aquella ocasión.
Cuando terminamos de reposar la comida, recogimos todo, plegamos la manta, y lo colocamos todo apoyado en uno de los árboles cercanos, donde no molestara. Realmente solíamos ponernos en una zona apartada, no por que nos molestase la gente, mas bien al revés, era para no molestar a nadie con nuestro entrenamiento, y para evitar que nadie saliera herido por un descuido.
Como siempre, nos pusimos el uno frente al otro. Aquél día solo llevaba atada a la cintura una de mis espadas: Aichō. Pero aquél dia no me hacía falta la otra. Nos miramos a los ojos, pero antes de realizar el típico saludo, me acerqué hasta estar a tan sólo un paso de ello.
—Yuuna.
Decidida. Mi voz sonó decidida. Quizas a cualquier otro le hubiese temblado por los nervios, pero yo sabía muy bien lo que estaba a punto de hacer y no tenía dudas.
Desate la espada del obi y; sujetándola con ambas manos, apoyando una de mis rodillas en el suelo, presenté la espada ante Yuuna. Nunca nadie había usado una espada para aquello. Ninguna persona normal lo hubiera hecho. Pero yo no era normal y aquella espada había sido forjada con un único propósito.
—¿Quieres casarte conmigo?
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Desde la primera hora de la mañana, Reiji había notado a Yuuna algo distante. Incluso ahora, cuando se había acercado a ella, parecía asustada. ¿Se habría dado cuenta? ¿Habría sabido leer a través de ella? Quería esperar al momento apropiado para decírselo, pero parecía que...
...no, no fue eso. Y le sentó como un jarro de agua fría.
No porque en otras circunstancias le hubiese desagradado también. Sino porque era lo último en lo que podía pensar. Y se odiaba a sí misma por ello. Apartó la mirada, apoyó una mano en el pecho de Reiji y dio un paso hacia atrás.
—N-no... no puedo, Reiji. No puedo... —Cualquiera que hablase con dicha convicción debía estar preparado para el rechazo. Pero Yuuna estaba comenzando a llorar. Era evidente que le había sentado muy mal o que le pasaba alguna otra cosa—. Reiji, mi madre...
»...mi madre ha muerto.
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Quizas debía haberme dado cuenta de que no era el momento adecuado. Yuuna se había pasado todo el día contestando con monosílabos o simplemente asintiendo. Quizás estaba tan concentrado en mi plan que no me había dado cuanta, o quizás solo quería pensar que ella estaba nerviosa por que se habia olido mi plan desde por la mañana.
No era nada de eso, pero la primera vez que escuchas el "No", tu cabeza empieza a darle vueltas a todas las posibilidades. ¿Que he hecho mal? ¿Ha sido demasiado pronto? ¿Hay algo mal conmigo? Y todas las respuestas posibles e imaginables empiezan a pasearse por tu mente hasta que te daban un porqué.
Por supuesto, nunca había esperado que la respuesta fuese un Sí. Desde el principio, mi intención habia sido escuchar un: "Cuando terminemos la misión en el hierro" o tal vez un: "Aún es pronto, no estoy preparada, pero en un futuro" o algo similar. No esperaba el matrimonio, solo que nos prometieramos. De hecho, quizás un sí rotundo me hubiese dejado en shock, aunque ni mucho menos tanto como la verdad que se escondía detras de su rechazo.
Me costó varios segundos asimilarlo, pero en cuánto lo hice, tiré de Yuuna hacía mí y la abracé contra mi pecho, dejándola llorar hasta que terminara de desahogarse. Era incapaz de comprender su dolor, como mucho, me podía hacer una idea, pero ella había perdido a su padre y ahora a su madre. Yo lo más lejos que había estado de perder a un ser querido, había sido en el pais del Hierro, cuando creía que Katsudon había muerto.
Pero no tenía que ponerme en su lugar, tenía que estar a su lado, consolarla y apoyarla. Lo mejor que pudiera. Y no me salían las palabras en ese momento, pero esperaba que con aquel abrazo entendiera que yo estaba ahí para lo que necesitara, que haría lo que fuera por ella. Que iría hasta el mismísimo infierno si hiciese falta. Siempre.
La sostendría entre mis brazos hasta qué se calmase un poco. Yo también tenía que poner mis sentimientos en orden, por a parte de lo que sentía por Yuuna, habia una intensa furia creciendo dentro se mí. Alguien le había hecho mucho daño a la persona a la que mas amaba, y lo iba pagar con sangre.
—Volvamos a casa y me cuentas que ha sucedido.
Dije aquello solo cuando Yuuna estuvo un poco más calmada. Allí no había nadie excepto nosotros, pero había cosas que era mejor hablarlas en la seguridad del hogar. Por que el Mil y un mares y ya no era mi barco, era nuestro hogar.
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11/01/2022, 18:47
(Última modificación: 11/01/2022, 22:17 por Amedama Daruu. Editado 2 veces en total.)
Yuuna se dejó abrazar. Pero su mente estaba lejos, muy lejos de allí. Por eso, cuando se separó de los brazos de Reiji, no caminó a su lado y se mantuvo un poco rezagada. En algún punto en el camino se detuvo, y habló:
— Me lo dijo Yamato hace una semana —murmuró—. Justo antes de cesar la comunicación, me dijo que Kurama había tomado definitivamente las riendas del país...
» Reiji-kun. Llevo aquí más tiempo del que me gustaría reconocer, y me habéis cuidado mucho. Pero no puedo engañarme más a mí misma.
» Este no es mi hogar.
» Me voy.
» No intentes detenerme.
Yuuna desenvainó su espada.
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Cada vez había estado más seguro de una cosa: La incursión al hierro no iba a suceder. No es que Hanabi no quisiera ayudar, quería. Pero no podía. Ya no era Kurama, era también Dragón Rojo. Bajo todas esas amenazas. ¿Quien enviaría un séquito de sus mejores ninjas a otro país? No podía culparle.
A quién sí podía culpar era a mí. Aún siendo consciente de todo esto, no había hecho nada. Había disfrutado de mi vida junto a Yuuna como si todo fuera normal. Y aún así, aunque fuera culpa mía, no era lo suficiente adulto como para dejarla marchar.
—No te vas. —No era ni de lejos, una orden. Tampoco use un tono de voz autoritario. No era mi intención. —Nos vamos.
Dije aquello con más convicción de la que había usado nunca para nada.
—Y puedes intentar detenerme... —Yo tambien desenvainé mi espada. —Pero no lo vas a conseguir.
Salvo que su espada estuviera dispuesta a atravesarme el corazón, la seguiría allá donde fuera. Como le dije a Hanabi, mi lealtad estaba donde estuviera mi corazón, y mientras latiera, mi corazón estaría con Yuuna. Preferia morir que perderla.
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Yuuna cerró los ojos, y dos tímidas lágrimas descendieron por sus mejillas. Pero cuando los abrió, no era Sendō Yuuna, la genin del Remolino, sino Sendō Yuuna la legítima gobernante del País del Hierro. Aquella que llevaba huyendo demasiado tiempo de su destino, buscando la ayuda de otros, y desgraciadamente olvidándose de los suyos.
Ahora los suyos estaban, probablemente, muertos. Yamato no había vuelto a contactarle. No tenía noticias de nadie más. Su madre estaba muerta.
Y era culpa suya.
No.
Era suya la responsabilidad.
Por eso sus manos se aferraron al mango de su espada, apretó bien fuerte la mandíbula y su mirada se volvió fiera y peligrosa. Por eso dejo de mirar a Reiji como un amigo, como su pareja, y forjó el mejor de los aceros entre sus dos corazones.
—Es mi responsabilidad, Sasaki Reiji —murmuró—, y sólo yo debo marchar hacia el Norte. Si quieres ayudarme, estate quieto un rato y... ¡y olvídame!
«Es lo mejor para los dos...»
»Por lo que pueda pasar.
Yuuna trago saliva. Solo necesitaba un poco más de tiempo.
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—No.
Firme. Decidido. Ella podia hacer lo que le diera la gana, y yo... Yo también. Ella podia marcharse al pais del hierro si quería, y yo también podia ir. ¿Que iba a lograr marchandose sola? Morir peleando contra el ejército de Kurama. Tampoco cambiaba mucho si la acompañaba.
No servía de nada que intentase convencerla, yo no tenia esa don. Pero si ella iba a lanzarse contra la muerte, yo iria a su lado, quisiera ella o no.
—Si te dejo marchar ahora, sola, moriras. No voy a impedir que vayas, ni puedo, ni quiero hacerlo. Pero yo voy contigo, te guste o no. Si no me quieres luchando a tu lado, mátame.
Por que si huia dejandome atrás, la seguiría. Fuese cual fuese el precio. Solo o con amigos. Pero no esperaria a nadie, y tampoco a nada. Solo podia pararme la muerte, de cualquier otro modo, hallaría la forma de hacer lo que queria hacer.
—Prefiero morir ahora o luchando a tu lado, que vivir sabiendo que te dejé marchar a una muerte segura. Te lo repito, si no me quieres luchando a tu lado, mátame.
Di un pasó hacia ella, y luego otro. Poco a poco mientras... Mientras volvía a guardar la espada en su vaina. Caminaría hasta estar frente a la punta de su espada.
—Adelante. Hazlo.
¿Su convicción o la mía? Si era en sus manos, estaba dispuesto a morir para averiguarlo.
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— Reiji... —Yuuna dio un paso hacia atrás. Sostuvo su katana con fuerza, y durante un ciclo de dos o tres pasos la mantuvo firme apuntando al pecho de Reiji. Pero finalmente, comenzó a moverla—. Perdóname por lo que he hecho... por lo que estoy haciendo... y por lo que voy a hacer.
Yuuna le dio la vuelta a la katana y se cortó su propio cuello.
¡Puff!
Los recuerdos del Kage Bunshin vinieron a su mente y tuvo que detenerse un momento a tomar aliento. De todo lo que había aprendido en Uzushiogakure, aquella técnica era la más útil. La que había servido para traicionarles...
Finalmente soltó los amarres, y el Mil y un Mares partió hacia un viaje del que quizás...
...jamás volviese.
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—¡No!
Me abalancé para intentar cogerle el brazo. De todas las situaciones posibles, que quisiera suicidarse era la última que se me hubiera pasado por la cabeza. Pero llegué tarde... Igual que la ayuda que hace tiempo le había dicho que le daría para salvar a su madre.
Por suerte explotó en una nube de humo y se desvaneció. Se lo había dicho. Y yo cumplía mi palabra. Si no me mataba, la seguiria allá donde fuese. Y sabía muy bien hacia adonde se dirigia, ella misma me lo había dicho. Había tenido la oportunidad de pararme, y no lo había hecho. Ella había dudado, por lo que la pared de hielo que habia querido mostrarme era más frágil de lo que ella había querido aparentar.
La parte mala, es que ahora no tenia a nadie para ayudarme, solo podia depender de mi mismo. Datsue nuevo Kage, Hanabi, candidato a presidente. Katsudon, con Hanabi hasta el fin del mundo. El lado positivo... Bueno, yo tenia una casa que navegaba por el mar y justo al lado... Vivia un buen amigo.
Si. El era mi última esperanza. Si él no queria ayudarme, iría yo solo.
Corrí hacia el puerto. Cuanto más tardase en mover el culo, más probabilidades habia de que Yuuna sufriera el mismo destino que su madre. No tenia tenia tiempo que perder.
Cuándo llegué allí me llevé otra sorpresa desagradable. Por si no había tenido suficiente, mi barco, mi hogar, ya no estaba allí. Eso solo podía significar dos cosas, o me habían robado, o se lo había llevado Yuuna. La segunda opción parecia la mas probable, pero no tenía tiempo para perderlo investigando. Ahora mismo solo me importaba una cosa: Yuuna.
—¡GYUUKI!¡GYUUKI! —Si, sonaba desesperado, por que lo estaba. En el fondo de mi, sabia que si emprendía aquel camino solo, probablemente no alcancese la meta, pero en ese momento no tenía alternativa. —Por favor, te necesito más que nunca...
Sumergí la cabeza en el agua. No para buscarle, sabía que si queria responderme, lo haría. Era para borrar el rastro de las lágrimas que habian estado cayendo todo ese rato por mi rostro. Acababa de perder lo único que no queria perder, pero me negaba a quedarme sentado esperando recibir la noticia de que había muerto. O peor, a no recibir ninguna noticia suya nunca más. La recuperaría.
Esperaría, como mucho, hasta la noche. Si no respondía, me iría también sin su ayuda. Pero aquél, probablemente, también era mi último día en Uzushiogakure.
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14/01/2022, 13:27
(Última modificación: 14/01/2022, 14:00 por Amedama Daruu. Editado 1 vez en total.)
Cuando Reiji sacó la cabeza del agua, Gyūki todavía no estaba allí. No lo estuvo, de hecho, ni siquiera en las próximas dos horas. Al parecer, se había quedado tan sólo como él creía.
Porque Gyūki estaba lejos de allí. Algo había llamado su atención...
— ¿Sabes que probablemente no te perdonará esto, verdad?
— Cállate.
Yuuna, al mando del Mil y un mares, se alejaba de las costas del Remolino en dirección al noreste. Era la primera vez que manejaba el barco tan lejos, pero confiaba en que lo poco que había aprendido durante todo aquél tiempo le sirviera para llegar con cierta dignidad al País del Hierro. Los peligros que encontrase por el camino eran otro asunto.
Lloraba.
— Parece que tú tampoco puedes perdonarte... —El bijū se sumergió lentamente en el mar. Si ella no quería pedir ayuda, Gyūki tendría que proporcionársela igualmente...
...al fin y al cabo, su Hermano había comenzado a moverse.
Pero Reiji estaba equivocado. Sí que había alguien con quien él podía contar. Alguien que estuvo ahí en los mejores y en los peores momentos del mayor viaje de su vida. Un viejo amigo, que apareció cuando menos lo esperaba. Un hombre fiel con sus compañeros, un gran hombre...
...sí, él era grande, muy grande. Y su nombre era Akimichi Katsudon.
— ¡Oye, Reiji-kun! —Escuchó su familiar voz a sus espaldas—. ¿Qué haces? ¿Estás pescando algo rico para cenar?
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Lo que Katsudon se encontró no era el Reiji que él conocía. Y desde luego, no estaba pescando. Estaba mirando las turbulentas aguas del mar de uzushio, con la cabeza gacha, o mejor dicho, observaba como su sombrío rostro se deformaba con los pequeños remolinos que se formaban cerca del puerto.
Había estado esperando un milagro, había estado esperando un rayito de luz que jamás llegaría. Por que Gyuki parecía que, o tenía cosas mejores que hacer; o también se había esfumado o, quizás, simplemente no escuchaba. No era la primera vez que no me respondía, pero sí la única vez que me dolió que no lo hiciese.
Con respecto a Katsudon ¿Que hacer? ¿Cuanto podía confiar en él? Si le contaba lo que estaba pasando ¿Intentaría pararme los pies? Si le contaba lo que planeaba hacer ¿se lo contaría a Datsue y Hanabi? En ese instante, estaba tan perdido en mis sentimientos cómo el día en el que lo conocí.
—Katsudon... Yo... —Lo miré, tan sombrío como miraba las aguas del mar. —Yuuna se ha ido. —Dije mientras me ponía en pie. —Al Hierro. Kurama mató a su madre, la ayuda que le prometimos, llega tarde... —Y no estaba culpando a nadie. Era consciente de que no había sido por falta de ganas, si no por falta de recursos. —Me ha dejado atras, pero voy a ir a buscarla. Debo partir cuanto antes, cuanto más tarde, mas probabilidad hay de que... —No quería ni pensarlo, por dentro, ya era un amasijo de emociones negativas. —Se que tienes que decirselo a Hanabi y a Datsue, o detenerme, pero te pido por favor que no lo hagas, o que esperes a que esté lo suficientemente lejos como para que no puedan detenerme. Si me deteneid...
»Si no me dejais hacerlo...
»Si me entero de que ella ha... —Seguia sin querer proncinarlo. —Y yo no he hecho nada, yo...
»No voy a ser capaz de cargar con ese dolor...
Era incapaz de levantar un solo dedo contra Katsudon, ni siquiera era capaz de apuntarle con espada. Y tampoco había sido capaz de mentirle a su amigo. Lo único que le quedaba era rezar para que Katsudon lo entendiera, por que si no...
Solo quedaba una salida: Hacer lo que Yuuna no había tenido valor para hacer. Por que antes me hacía daño a mi mismo, que hacérselo a Katsudon.
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—¿Cómo que se ha ido...? —preguntó Katsudon, anonadado. Luego, escuchó atentamente a la explicación de Reiji. Mas a medio camino ya tenía la decisión tomada, y por eso apretó los puños y bajó la mirada—. ¿Cuándo nos vamos? —susurró, pero el joven Sasaki no llegó a escucharle, y siguió hablando y lamentándose. Y cuando la última esperanza de Reiji cayó sobre sus hombros, él respondió asiendo la cuchara gigante que el muchacho hace un tiempo forjó como su arma y estampando el mango contra el suelo—. HE PREGUNTADO QUE CUÁNDO NOS VAMOS.
»Hanabi-kun va a estar muy ocupado trasladando las cosas a su despacho, y tiene un auténtico séquito de shinobis y kunoichis leales y muy capaces, junto con los soldados del antiguo Señor Feudal leales a Rasen. Estará bien. No me necesitará. Se preguntará dónde estoy, posiblemente se enfadará cuando descubra que me he ido, pero honestamente me importa una mierda.
»¡La última vez, él fue el que se fue sin avisar y casi se muere combatiendo contra un General! ¡Todo por un capricho! ¡Lo nuestro es mucho más importante!
»Así que te repito. ¿¡Cuándo salimos!?
Fuese cuando fuese, estaban comenzando a llamar la atención. Un par de genin curiosos les observaban desde una esquina, y otros dos shinobi —desde ahí, Reiji no podía saber su rango— cuchicheaban sentados en la barra de un pequeño negocio de ramen callejero. Algunos marineros habían parado lo que estaban haciendo para señalarles.
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Queria llorar. Queria abalanzarme sobre Katsudon, abrazarlo y llorar. Pero no lo hice. Llevaba evitando las lágrimas desde que ella se había marchado, y las evitaría hasta que la recuperase.
Por otra parte, era un alivio saber que no estaba solo, pero ahora podía entender un poco el punto de Yuuna. Íbamos en una misión suicida, no sabíamos lo que nos encontraríamos en el hierro. Tal vez un general, o tal vez el mismísimo Kurama lo había tomado como base de operaciones. Y Katsudon tenia mujer e hijos... Pero yo estaba en el otro lado de la moneda, en el lado de los que se dejan atrás por miedo, y sabía de sobra lo que se sentía. Además, Katsudon era fuerte, y Yuuna también. Si nos encontrábamos con un enemigo difícil, lo derrotariamos. Juntos.
Pero para eso, primero había que alcanzarla.
—Tienes que saber que no voy a buscarla para traerla de vuelta, voy a buscarla para luchar junto a ella. Si aún así te quieres venir... Bienvenido a la tripulación del peor pirata de Oonindo.
Era importante que supiera que no ibamos a rescatarla, si no a apoyarla en su lucha por recuperar el Pais del hierro. Si saliamos victoriosos de esa misión... Bueno, quizas Yuuna tampoco volviese al remolino, en cuyo caso... En fin, ya pensaría en ello cuando fuese el momento. Lo primero era alcanzar a Yuuna.
—Yuuna se ha llevado el barco, esperaba contar con la ayuda de Gyuuki, pensaba esperarlo hasta que anochezca y luego marcharme, con o sin él.
Aunque seria de gran ayuda para cruzar el mar, aunque fuera agarrado a uno de sus cuernos. Pero sinceramente, y aunque Katsudon si había aparecido, no esperaba que Gyuuki lo hicede. Aún así, aún me quedaba un pequeño rayo de esperanza en que la vida volviese a sorprenderme para bien. Gracias a Katsudon, claro.
—Si no aparece, habrá que alquilar un barco, a ser posible aquí, preferiria que esta vez tomasemos el camino corto.
Además, cuanto menos viaje en mar, menos tiempo de sufrimiento para Katsudon, que necesitaba tener la tierra a la vista. Por suerte, entre Uzushio y el hierro habia bastantes islas, el problema empezaría cuando las dejarán atras.
—Yo esperaré aquí por si aparece Gyuuki, tú deberías ir a casa, aunque no le digas nada a Hanabi, por lo menos despidete de tu familia. Y equipate con algo de ropa y comida de sobra para el viaje.
Podría sonar a que lo estaba echando para irme sin él o algo así. De hecho, y solo por si acaso...
—Te juro que no me ire de aquí sin tí, pero no tardes mucho, cuanto más nos demoremos, más lejos estará ella.
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Katsudon tragó saliva.
«Cruzar el mar... a lomos de un bijū. Katsudon, ¿tú estás bien de la cabeza?»
Su vida había sido larga, sí. Pero quería que lo siguiera siendo. ¡Demonios, ni siquiera...!
—Sasaki-kun, no tengo una familia de la que despedirme —dijo el hombretón amablemente, y se sentó a observar el mar, visiblemente nervioso—, de modo que seguiremos tu plan. Así no tendrás que esperarme. ¿Qué te parece?
El Akimichi se mantuvo imperturbable al lado de su subordinado durante las largas horas del atardecer. Incluso cuando el sol se puso, él seguía allí, aunque más en espíritu que con su consciencia activa. Sus ronquidos eran los más presentes, pero ni rastro de Gyūki.
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No pude contestarle. Sus palabras palabras habían sido como una patada en el estomago, que si ya estaba revuelto por la situación, ahora era peor. ¿Que no tenia familia de la que despedirse? ¿Que le habia pasado con su mujer? ¿Se habían separado? O peor...
Tampoco le pregunté. No creí que fuera ni el momento ni el lugar para hacer esas preguntas. O tal vez sí, pero no las palabras no querían salirme. No estaba siendo un buen día, aunque por suerte habia tenido un pequeño gran rayo de luz. Me senté al lado de Katsudon y esperé por otro milagro.
Un milagro que no sucedió. Anocheció y Gyūki no había aparecido. Desperté a Katsudon dándole unos golpecitos en el hombro.
—Tenemos que irnos mientras uzushigakure duerme. — Aún había guardias, pero teniamos un Jounin, seguro que podiamos salir con alguna excusa. —Primero tenemos que pasar por la forja a por unas cosillas, prepararé equipo por si ibamos a rescatar a la madre de Yuuna, nada especial, pero repliqué las bandanas del copo de nieve por si tocaba infiltrarnos. —Y siendo ellos dos solos, seria mejor idea tratar de infiltrarse que lanzarse de cabeza al peligro. —Además, si la atrapan y la encierran en vez de... En fin, podemos colarnos y liberarla. —Asumiendo, claro, que no llegaban a encontrarsela por el camino, aunque teniendo en cuenta los tiempos, lo dudaba mucho. —También había preparado equipo para Gyūki, pero... Bueno, se lo lanzaré al agua para que se lo encuentre, no se si volveré a verlo.
O mejor dicho, no sabia si algún dia volvería a Uzushiogakure. La intención de Yuuna parecia ser no volver, quedarse allí a sustituir a su madre. Lo entendía, probablemente en su posición, yo haría lo mismo. Y mi intención era seguirla. Allá donde fuera. Si ella queria quedarse allí, yo me quedaría a su lado. Hacía tiempo que había tomado aquella decisión.
—Luego... —Robaremos. —Tomaremos prestado un barco, y nos echaremos a la mar.
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