3/01/2022, 17:13
En Amegakure no había muchos parques. Y aquel en concreto no era siquiera frecuentado por los jardineros que debían encargarse de su cuidado. La vegetación crecía salvaje y sin control por doquier: lo que muchos consideraban malas hierbas alfombraban el suelo entre los charcos de barro, y los árboles crecían exuberantes, alejados de las herramientas de poda. Y, precisamente por esa razón, era uno de los rincones favoritos de Ayame. Entre tanta luz de neón, asfalto y metal carcomido por la lluvia, un rincón de naturaleza verde era lo más parecido a un refugio que podía tener en Amegakure.
Sin embargo, tal y como pudo comprobar Daruu cuando llegó al fondo del parque y la vio sentada sobre un banco destartalado y casi invadido por la vegetación. Sus cabellos blancos la delataban: era Kokuō quien contemplaba en sombrío silencio las aves que nadaban tranquilamente en las aguas de un estanque.
—Sabía que podría encontrarte aquí —escuchó a su espalda, pero no se sobresaltó como lo habría hecho Ayame. En su lugar, giró la cabeza hacia él, con sus ojos aguamarina inspeccionándole meticulosamente—. He hablado con Shanise.
Kokuō se mantuvo en silencio durante algunos segundos. Sabía que Amedama Daruu deseaba hablar con Ayame, y no con ella, por lo que terminó por retirarse a las profundidades del subconsciente y le pegó un pequeño empujón a la otra conciencia para que saliera a la superficie. No le hizo ninguna gracia, lo sabía. De hecho, la notó retorcerse e intentar regresar a su propio refugio, lejos del mundo real, pero en aquella ocasión, Kokuō no lo permitió. Los cabellos de la kunoichi se oscurecieron a medida que la conciencia de Ayame volvía a tomar el control de su cuerpo. Sus ojos, ahora avellana y no turquesa, se detuvieron momentáneamente en Daruu, pero Ayame enseguida apartó la mirada, con lágrimas contenidas.
Sin embargo, tal y como pudo comprobar Daruu cuando llegó al fondo del parque y la vio sentada sobre un banco destartalado y casi invadido por la vegetación. Sus cabellos blancos la delataban: era Kokuō quien contemplaba en sombrío silencio las aves que nadaban tranquilamente en las aguas de un estanque.
—Sabía que podría encontrarte aquí —escuchó a su espalda, pero no se sobresaltó como lo habría hecho Ayame. En su lugar, giró la cabeza hacia él, con sus ojos aguamarina inspeccionándole meticulosamente—. He hablado con Shanise.
Kokuō se mantuvo en silencio durante algunos segundos. Sabía que Amedama Daruu deseaba hablar con Ayame, y no con ella, por lo que terminó por retirarse a las profundidades del subconsciente y le pegó un pequeño empujón a la otra conciencia para que saliera a la superficie. No le hizo ninguna gracia, lo sabía. De hecho, la notó retorcerse e intentar regresar a su propio refugio, lejos del mundo real, pero en aquella ocasión, Kokuō no lo permitió. Los cabellos de la kunoichi se oscurecieron a medida que la conciencia de Ayame volvía a tomar el control de su cuerpo. Sus ojos, ahora avellana y no turquesa, se detuvieron momentáneamente en Daruu, pero Ayame enseguida apartó la mirada, con lágrimas contenidas.