7/01/2022, 18:02
Sí, era hora de ver cómo se cerraba el telón en aquella obra. Antes, sin embargo, tenía que advertirle de una última cosa.
—Si preguntan por mi nombre —dijo, modulando una voz distinta. Aquello también lo había aprendido en el teatro—. Tú… —puso el dedo índice y corazón en los labios del chico—, no digas nada. —Acto seguido, y para asegurarse, ejecutó una tanda de sellos y le tocó la frente—. O la bola de fuego que te acabo de sellar en la frente saldrá disparada y te reducirá a cenizas.
Uchiha Zaide y Tsukiyama Daigo avanzaban por la arena custodiados por media decena de guerreros sin alma, embutidos en su armadura, empuñando lanzas y espadas y sin la más mínima expresión de preocupación, cansancio o duda. Uno de ellos se había desplomado unos minutos atrás, probablemente por un golpe de calor. Nadie se inmutó. A nadie le importó. Y todos llevaban el kanji de esclavos en la frente.
El camino a la Prisión del Yermo estaba muy cambiado. Ahora más bien parecía una fortaleza, lleno de campamentos improvisados a su alrededor, soldados yendo de aquí para allá y mucho, mucho movimiento.
Cuando las puertas de la prisión se cerraron a sus espaldas, Zaide sintió un escalofrío. Había pasado allí una buena temporada, y no quería permanecer ni un segundo más de lo necesario. No obstante, tuvo que esperar más de media hora hasta oír los sonidos de un característico bastón: pam, pam, pam.
Custodiada por una decena de ninjas, Nathifa apareció en la gran sala de piedra. Vestía ropa negra, regia, y sus labios, pintados de un morado muy oscuro, destacaban sobre una piel pálida muy atípica en aquella zona.
—¿Quién eres, y qué me traes?
Zaide realizó una pulcra reverencia.
—Mi nombre es Roro, un cazarrecompesas. Le traigo un obsequio —se apartó lo justo para que viese a Daigo, allí tumbado. Los ojos de Nathifa se iluminaron de golpe. Su mirada pasó del rostro del kusajin a sus piernas muertas, y de nuevo al rostro.
Una sonrisa afilada se acentuó en sus labios. No demasiado grande, como si eso fuese en contra de la etiqueta y la norma.
—Llegas con un año y dos meses de retraso, Daigo. No has cumplido con la misión que te encomendé, no has cumplido con la promesa que me hiciste —dijo, con el tono de una jueza dictando sentencia—. Al contrario, entorpeciste la caza de una criminal y asesinaste a uno de los míos. ¿Algo que decir en tu defensa?
—Si preguntan por mi nombre —dijo, modulando una voz distinta. Aquello también lo había aprendido en el teatro—. Tú… —puso el dedo índice y corazón en los labios del chico—, no digas nada. —Acto seguido, y para asegurarse, ejecutó una tanda de sellos y le tocó la frente—. O la bola de fuego que te acabo de sellar en la frente saldrá disparada y te reducirá a cenizas.
Una hora más tarde…
Uchiha Zaide y Tsukiyama Daigo avanzaban por la arena custodiados por media decena de guerreros sin alma, embutidos en su armadura, empuñando lanzas y espadas y sin la más mínima expresión de preocupación, cansancio o duda. Uno de ellos se había desplomado unos minutos atrás, probablemente por un golpe de calor. Nadie se inmutó. A nadie le importó. Y todos llevaban el kanji de esclavos en la frente.
El camino a la Prisión del Yermo estaba muy cambiado. Ahora más bien parecía una fortaleza, lleno de campamentos improvisados a su alrededor, soldados yendo de aquí para allá y mucho, mucho movimiento.
Cuando las puertas de la prisión se cerraron a sus espaldas, Zaide sintió un escalofrío. Había pasado allí una buena temporada, y no quería permanecer ni un segundo más de lo necesario. No obstante, tuvo que esperar más de media hora hasta oír los sonidos de un característico bastón: pam, pam, pam.
Custodiada por una decena de ninjas, Nathifa apareció en la gran sala de piedra. Vestía ropa negra, regia, y sus labios, pintados de un morado muy oscuro, destacaban sobre una piel pálida muy atípica en aquella zona.
—¿Quién eres, y qué me traes?
Zaide realizó una pulcra reverencia.
—Mi nombre es Roro, un cazarrecompesas. Le traigo un obsequio —se apartó lo justo para que viese a Daigo, allí tumbado. Los ojos de Nathifa se iluminaron de golpe. Su mirada pasó del rostro del kusajin a sus piernas muertas, y de nuevo al rostro.
Una sonrisa afilada se acentuó en sus labios. No demasiado grande, como si eso fuese en contra de la etiqueta y la norma.
—Llegas con un año y dos meses de retraso, Daigo. No has cumplido con la misión que te encomendé, no has cumplido con la promesa que me hiciste —dijo, con el tono de una jueza dictando sentencia—. Al contrario, entorpeciste la caza de una criminal y asesinaste a uno de los míos. ¿Algo que decir en tu defensa?
![[Imagen: Uchiha-Zaide-eyes2.png]](https://i.ibb.co/gwnNShR/Uchiha-Zaide-eyes2.png)