17/01/2022, 03:27
Nathifa negó con la cabeza. Una vez, girando la cabeza los mismos centímetros hacia la derecha que a la izquierda. Así de cuadriculados eran sus movimientos.
—No sabes lo que dices. ¿Qué propones, un sistema en el que los inocentes paguen de su salario para dar de comer a un criminal? O peor aún, ¿qué tengamos que mancharnos las manos ejecutándoos? —De no ser porque aquello hubiese resultado ser una ordinariez, Nathifa se hubiese reído—. No soy una esclavista, Daigo. Simplemente busco que los criminales paguen el precio de sus crímenes. Tú arrebataste una vida inocente; ahora te toca contribuir con la tuya.
Hizo un gesto a uno de los guardias, y este quitó las esposas que apresaban al kusajin. Si intentaba algo, pronto se daría cuenta, sin embargo, que allí no era capaz de moldear el chakra. Aquella sala debía tener algún sello supresor del chakra. Entonces tiraron de él y… lo tiraron hacia adelante.
Daigo no cayó en el suelo. No inmediatamente. En su lugar, siguió cayendo por unos seis, siete, quizá hasta diez metros. Sus huesos dieron contra el suelo entonces, y se dio cuenta de dónde estaba: aquella no era una habitación, sino una especie de pozo. Una única pared lisa y circular lo rodeaba todo, de diez metros de altura, y en el centro existía otro agujero, esta vez más pequeño —unos tres metros de diámetro—. La única luz provenía de la antorcha de la entrada, y…
—¡¡¡AAAAGGGGHHHH!!!
Y no le dio tiempo a examinar nada más, porque de pronto se le echaron encima. Alguien —no pudo ni ponerle cara—, le cogió de la cabeza y se la golpeó contra el suelo. Un segundo le tomó un brazo y le mordió. Un tercero hizo algo con sus piernas, pero por suerte esa no era una preocupación inmediata: ventajas de no sentirlas.
Arriba, se oyó una puerta cerrándose con llave y la voz de Nathifa perdiéndose en la lejanía:
—Malditos bárbaros carroñeros. Se merecen los unos a los otros.
—No sabes lo que dices. ¿Qué propones, un sistema en el que los inocentes paguen de su salario para dar de comer a un criminal? O peor aún, ¿qué tengamos que mancharnos las manos ejecutándoos? —De no ser porque aquello hubiese resultado ser una ordinariez, Nathifa se hubiese reído—. No soy una esclavista, Daigo. Simplemente busco que los criminales paguen el precio de sus crímenes. Tú arrebataste una vida inocente; ahora te toca contribuir con la tuya.
Hizo un gesto a uno de los guardias, y este quitó las esposas que apresaban al kusajin. Si intentaba algo, pronto se daría cuenta, sin embargo, que allí no era capaz de moldear el chakra. Aquella sala debía tener algún sello supresor del chakra. Entonces tiraron de él y… lo tiraron hacia adelante.
Daigo no cayó en el suelo. No inmediatamente. En su lugar, siguió cayendo por unos seis, siete, quizá hasta diez metros. Sus huesos dieron contra el suelo entonces, y se dio cuenta de dónde estaba: aquella no era una habitación, sino una especie de pozo. Una única pared lisa y circular lo rodeaba todo, de diez metros de altura, y en el centro existía otro agujero, esta vez más pequeño —unos tres metros de diámetro—. La única luz provenía de la antorcha de la entrada, y…
—¡¡¡AAAAGGGGHHHH!!!
Y no le dio tiempo a examinar nada más, porque de pronto se le echaron encima. Alguien —no pudo ni ponerle cara—, le cogió de la cabeza y se la golpeó contra el suelo. Un segundo le tomó un brazo y le mordió. Un tercero hizo algo con sus piernas, pero por suerte esa no era una preocupación inmediata: ventajas de no sentirlas.
Arriba, se oyó una puerta cerrándose con llave y la voz de Nathifa perdiéndose en la lejanía:
—Malditos bárbaros carroñeros. Se merecen los unos a los otros.
![[Imagen: MsR3sea.png]](https://i.imgur.com/MsR3sea.png)
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