31/01/2022, 17:19
El abrazo se alargó en el tiempo, y aunque ninguno de los dos se atrevía a romper el contacto, sabían bien que tarde o temprano habrían de hacerlo. Y aún así, cuando Daruu se separó de ella, la congoja volvió a aferrarse a su corazón como una afilada garra congelada. Él le acarició los hombros, ella le miró suplicante, sin ni siquiera saber qué pedirle.
—Ahora me voy a ir, Ayame —le dijo—. He tenido un combate contra Kōri-sensei y seguro que se cree que mañana seré el siguiente Arashikage. Debería decírselo a él también.
Ella asintió en silencio, esforzándose por contener las lágrimas. sabía que tenía que marcharse, pero otra parte de ella no quería volver a estar sola. Y al mismo tiempo estar con otras personas se sentía como una pesada carga. Era difícil. No sabía ni lo que quería. No lograba comprenderse. Y eso... dolía.
—Cuídate mucho —culminó el Hyūga, dándose la vuelta para desaparecer de la escena.
Ayame volvió a sentarse con suma lentitud, sus ojos perdiéndose en las aguas del estanque. Las aves acuáticas habían volado. Cerró los ojos, y se dejó hundir. Poco a poco sus cabellos se volvieron albos. Y cuando volvió a abrirlos, sus iris volvían a ser aguamarina.
Daruu terminaría por encontrar a Kōri en la pastelería de su madre. Sin faltarse a sí mismo, El Hielo había pedido un plato rebosante de bollitos de vainilla y ahora los degustaba lentamente, saboreándolos con sumo gusto mientras la mirada de sus ojos gélidos se perdían, pensativos, más allá de la cristalera del escaparate.
—Ahora me voy a ir, Ayame —le dijo—. He tenido un combate contra Kōri-sensei y seguro que se cree que mañana seré el siguiente Arashikage. Debería decírselo a él también.
Ella asintió en silencio, esforzándose por contener las lágrimas. sabía que tenía que marcharse, pero otra parte de ella no quería volver a estar sola. Y al mismo tiempo estar con otras personas se sentía como una pesada carga. Era difícil. No sabía ni lo que quería. No lograba comprenderse. Y eso... dolía.
—Cuídate mucho —culminó el Hyūga, dándose la vuelta para desaparecer de la escena.
Ayame volvió a sentarse con suma lentitud, sus ojos perdiéndose en las aguas del estanque. Las aves acuáticas habían volado. Cerró los ojos, y se dejó hundir. Poco a poco sus cabellos se volvieron albos. Y cuando volvió a abrirlos, sus iris volvían a ser aguamarina.
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Daruu terminaría por encontrar a Kōri en la pastelería de su madre. Sin faltarse a sí mismo, El Hielo había pedido un plato rebosante de bollitos de vainilla y ahora los degustaba lentamente, saboreándolos con sumo gusto mientras la mirada de sus ojos gélidos se perdían, pensativos, más allá de la cristalera del escaparate.