1/02/2016, 10:58
Francamente, no esperaba esa reacción por parte de un hombre en apariencia tan serio como Zetsuo. No tardó mucho Kiroe en provocarlo, y algo le decía que no era la primera vez. Al principio, se había mostrado reticente, pero enseguida había caído en el trapo. Mientras Daruu intentaba calmar los ánimos, el ambiente se iba caldeando.
—¡Si vas a apostar por ese hijo florista tuyo, hazlo bien! ¡Joder! ¡1.500!
«¿!Flo... florista!? ¿Me ha llamado florista?». Daruu entrecerró los ojos y apretó los puños mirando al suelo. Estuvo a punto de decir algo, pero se limitó a apartarse de su madre y el viejo chocho asqueroso ese y se acercó a Ayame y a Kori que contemplaban, la una anonadada pero cansada y particularmente diferente y el otro impasible, la escenita que se estaba representando.
—Siempre han sido así —le sorprendió la voz de Kori, que no solía hablar más que para lo necesario.
—¿Qué?
—Padre y Kiroe-san. Siempre han sido así. No os preocupéis por ellos.
Daruu se relajó un tanto.
—¿Desde hace cuánto que son amigos? Bueno, amigos. —Daruu pronunció la palabra de forma irónica por segunda vez—. Parece que se llevan a matar.
Daruu sonrió y miró a Ayame un momento. Era una de esas veces en la que miras a alguien para que se ría contigo. Pero se puso muy serio e hizo un pequeño mohín cuando le devolvieron la mirada unos ojos tristes y agotados.
—En serio, ¿qué te pasa? Tú no eras así.
Al otro lado del árbol, Kiroe y Zetsuo seguían enzarzados con las apuestas.
—¡Te digo que eso es muy poco todavía, gallina afeminada! —espetó Kiroe, y abrió la mano mostrando los cinco dedos—. Cinco mil. Que sean cinco mil. Ni uno más, ni uno menos.
Al ver que Zetsuo no la contestaba, repitió:
—Ga-lli-na.
Daruu suspiró.
—Bueno... ¿Qué tal si vamos tirando? Está claro que no van a parar. Ya seguirán discutiendo por el camino.
Dicho esto, echó a andar, y esperaba que al menos Kori y Ayame le siguieran.
El grupo discurrió durante un rato en silencio por la pradera, cuya monotonía sólo se atrevían a romper algunos ríos con sus correspondientes puentes. Daruu siempre cruzaba los puentes, que eran curvos y altos y de madera que al pisar sonaba como un barco pirata, a saltitos y con las manos en los bolsillos. Era un ninja, pero al fin y al cabo no era más que un niño. Un niño que había empezado a comprender su alrededor con algo de primitiva adultez, pero un niño todavía.
Cuando el risco era ya del doble del tamaño que habían medido desde el roble, Daruu y Ayame se habían quedado un poco atrás mientras los adultos charlaban tranquilamente sobre la gestión de la villa y los últimos acontecimientos. Daruu aprovechó para insistir.
—Bueno, ¿me lo vas a contar? —inquirió con impaciencia preocupada.
—¡Si vas a apostar por ese hijo florista tuyo, hazlo bien! ¡Joder! ¡1.500!
«¿!Flo... florista!? ¿Me ha llamado florista?». Daruu entrecerró los ojos y apretó los puños mirando al suelo. Estuvo a punto de decir algo, pero se limitó a apartarse de su madre y el viejo chocho asqueroso ese y se acercó a Ayame y a Kori que contemplaban, la una anonadada pero cansada y particularmente diferente y el otro impasible, la escenita que se estaba representando.
—Siempre han sido así —le sorprendió la voz de Kori, que no solía hablar más que para lo necesario.
—¿Qué?
—Padre y Kiroe-san. Siempre han sido así. No os preocupéis por ellos.
Daruu se relajó un tanto.
—¿Desde hace cuánto que son amigos? Bueno, amigos. —Daruu pronunció la palabra de forma irónica por segunda vez—. Parece que se llevan a matar.
Daruu sonrió y miró a Ayame un momento. Era una de esas veces en la que miras a alguien para que se ría contigo. Pero se puso muy serio e hizo un pequeño mohín cuando le devolvieron la mirada unos ojos tristes y agotados.
—En serio, ¿qué te pasa? Tú no eras así.
Al otro lado del árbol, Kiroe y Zetsuo seguían enzarzados con las apuestas.
—¡Te digo que eso es muy poco todavía, gallina afeminada! —espetó Kiroe, y abrió la mano mostrando los cinco dedos—. Cinco mil. Que sean cinco mil. Ni uno más, ni uno menos.
Al ver que Zetsuo no la contestaba, repitió:
—Ga-lli-na.
Daruu suspiró.
—Bueno... ¿Qué tal si vamos tirando? Está claro que no van a parar. Ya seguirán discutiendo por el camino.
Dicho esto, echó a andar, y esperaba que al menos Kori y Ayame le siguieran.
El grupo discurrió durante un rato en silencio por la pradera, cuya monotonía sólo se atrevían a romper algunos ríos con sus correspondientes puentes. Daruu siempre cruzaba los puentes, que eran curvos y altos y de madera que al pisar sonaba como un barco pirata, a saltitos y con las manos en los bolsillos. Era un ninja, pero al fin y al cabo no era más que un niño. Un niño que había empezado a comprender su alrededor con algo de primitiva adultez, pero un niño todavía.
Cuando el risco era ya del doble del tamaño que habían medido desde el roble, Daruu y Ayame se habían quedado un poco atrás mientras los adultos charlaban tranquilamente sobre la gestión de la villa y los últimos acontecimientos. Daruu aprovechó para insistir.
—Bueno, ¿me lo vas a contar? —inquirió con impaciencia preocupada.