1/02/2016, 16:22
—¿Desde hace cuánto que son amigos? —la voz de Daruu sobresaltó a Ayame. No se había dado cuenta de que se había posicionado junto a ellos hasta aquel preciso momento—. [color=mediumseagreen]Bueno, amigos. Parece que se llevan a matar.
Le sonrió, pero Ayame apenas tenía fuerzas para devolverle un amago de sonrisa que aleteó tembloroso en sus labios. Y Daruu pareció notarlo, porque no tardó en volver a insistir:
—En serio, ¿qué te pasa? Tú no eras así.
Aquella pregunta tan directa le llegó como una flecha disparada, y Ayame alzó ambas manos en un gesto defensivo.
—¿Eh? ¡Nada, nada! —resolvió, encogiéndose sobre sí misma al sentir la mirada del chico y de su hermano mayor clavadas en ella como dos pares de afiladas estacas.
Mientras tanto, al otro lado del enorme roble, Kiroe y Zetsuo seguían aumentando sus apuestas...
—¡Te digo que eso es muy poco todavía, gallina afeminada! Cinco mil. Que sean cinco mil. Ni uno más, ni uno menos.
—¡¿Qué cojones me has llamado, maldita bollera?!
—Ga-lli-na.
—¡Cuando te deje en la ruina y tengas que vender los órganos de ese hijo tuyo para saldar la deuda ya te arrepentirás!
Junto a ella, Daruu suspiró. Parecía que también se había quedado embelesado contemplando el espectáculo de los dos adultos.
—Bueno... ¿Qué tal si vamos tirando? Está claro que no van a parar. Ya seguirán discutiendo por el camino.
—Sí, buena idea... —le concedió.
Daruu, Kōri y Ayame echaron a caminar hacia su objetivo. Por suerte, ya fuera de manera refleja o consciente, Kiroe y Zetsuo les siguieron el paso mientras seguían discutiendo la cantidad de ryos que apostaban para el torneo.
«Esto es una locura... Si ahora me toca enfrentarme a Daruu-san y pierdo, no me lo perdonará en la vida... De hecho, ¿sería capaz de pagarlo? ¿Y si se arruina? ¿Y si nos quedamos pobres y no tenemos nada más para comer a partir de entonces? Todo sería culpa mía...» Ayame sacudió la cabeza, tratando de apartar aquellos molestos pensamientos de su mente.
Al cabo del tiempo, los dos adultos parecieron cansarse de discutir sobre dinero. La marcha siguió su curso en un profundo silencio. Ayame seguía el camino desde la retaguardia, cabizbaja y completamente ida. Estaba perdida en lo más profundo de sus cavilaciones. Y tanto era así, que apenas se daba cuenta de que estaban atravesando varios puentes, cuando en otras ocasiones habría saltado prácticamente sobre ellos y habría tratado de divisar algún animalillo entre sus aguas entre infantiles exclamaciones de alegría. De hecho, ni siquiera se dio cuenta de que Daruu había vuelto a colocarse a su vera hasta que oyó su voz.
—Bueno, ¿me lo vas a contar? —insistió, y Ayame, acongojada, no pudo evitar recolocarse la bandana sobre la frente en un gesto reflejo.
—¡No me pasa nada! —volvió a repetir, y entonces se sintió como un estúpido loro. Daruu parecía preocupado por ella, y aquello sólo consiguió instalar un doloroso nudo en su pecho. Trató de sonreír para tranquilizarle, pero nuevamente su gesto resultó más falso que una moneda de tres ryous—. El viaje ha sido demasiado largo, hemos tenido algunos contratiempos, y papá no me ha dado tregua ningún día. Sólo es el cansancio y los nervios, de verdad, Durru-san.
—¡Niños, dejáos de manitas y acelerad el paso! —la voz de Zetsuo sonó como un auténtico trueno por delante de ellos; y Ayame, azorada, agachó la cabeza aún más y apresuró sus pasos para no quedarse tan atrás.
Le sonrió, pero Ayame apenas tenía fuerzas para devolverle un amago de sonrisa que aleteó tembloroso en sus labios. Y Daruu pareció notarlo, porque no tardó en volver a insistir:
—En serio, ¿qué te pasa? Tú no eras así.
Aquella pregunta tan directa le llegó como una flecha disparada, y Ayame alzó ambas manos en un gesto defensivo.
—¿Eh? ¡Nada, nada! —resolvió, encogiéndose sobre sí misma al sentir la mirada del chico y de su hermano mayor clavadas en ella como dos pares de afiladas estacas.
Mientras tanto, al otro lado del enorme roble, Kiroe y Zetsuo seguían aumentando sus apuestas...
—¡Te digo que eso es muy poco todavía, gallina afeminada! Cinco mil. Que sean cinco mil. Ni uno más, ni uno menos.
—¡¿Qué cojones me has llamado, maldita bollera?!
—Ga-lli-na.
—¡Cuando te deje en la ruina y tengas que vender los órganos de ese hijo tuyo para saldar la deuda ya te arrepentirás!
Junto a ella, Daruu suspiró. Parecía que también se había quedado embelesado contemplando el espectáculo de los dos adultos.
—Bueno... ¿Qué tal si vamos tirando? Está claro que no van a parar. Ya seguirán discutiendo por el camino.
—Sí, buena idea... —le concedió.
Daruu, Kōri y Ayame echaron a caminar hacia su objetivo. Por suerte, ya fuera de manera refleja o consciente, Kiroe y Zetsuo les siguieron el paso mientras seguían discutiendo la cantidad de ryos que apostaban para el torneo.
«Esto es una locura... Si ahora me toca enfrentarme a Daruu-san y pierdo, no me lo perdonará en la vida... De hecho, ¿sería capaz de pagarlo? ¿Y si se arruina? ¿Y si nos quedamos pobres y no tenemos nada más para comer a partir de entonces? Todo sería culpa mía...» Ayame sacudió la cabeza, tratando de apartar aquellos molestos pensamientos de su mente.
Al cabo del tiempo, los dos adultos parecieron cansarse de discutir sobre dinero. La marcha siguió su curso en un profundo silencio. Ayame seguía el camino desde la retaguardia, cabizbaja y completamente ida. Estaba perdida en lo más profundo de sus cavilaciones. Y tanto era así, que apenas se daba cuenta de que estaban atravesando varios puentes, cuando en otras ocasiones habría saltado prácticamente sobre ellos y habría tratado de divisar algún animalillo entre sus aguas entre infantiles exclamaciones de alegría. De hecho, ni siquiera se dio cuenta de que Daruu había vuelto a colocarse a su vera hasta que oyó su voz.
—Bueno, ¿me lo vas a contar? —insistió, y Ayame, acongojada, no pudo evitar recolocarse la bandana sobre la frente en un gesto reflejo.
—¡No me pasa nada! —volvió a repetir, y entonces se sintió como un estúpido loro. Daruu parecía preocupado por ella, y aquello sólo consiguió instalar un doloroso nudo en su pecho. Trató de sonreír para tranquilizarle, pero nuevamente su gesto resultó más falso que una moneda de tres ryous—. El viaje ha sido demasiado largo, hemos tenido algunos contratiempos, y papá no me ha dado tregua ningún día. Sólo es el cansancio y los nervios, de verdad, Durru-san.
—¡Niños, dejáos de manitas y acelerad el paso! —la voz de Zetsuo sonó como un auténtico trueno por delante de ellos; y Ayame, azorada, agachó la cabeza aún más y apresuró sus pasos para no quedarse tan atrás.