1/02/2016, 17:00
—Algo me dice que no nos quieren dentro —advirtió el pelinegro ante la obviedad de lo acontecido.
Y Kaido no pudo hacer más que coincidir con el comentario de su compañero. No por nada le habían hecho volar como pájaro sin siquiera haber puesto un pie en la primera tablilla del puente. Resultaba evidente que lo que hubiera más allá de la seguridad del Bosque no era para un par de críos como ellos.
Pero el tiburón era testarudo. Necio a niveles perjudiciales para su bienestar y la de todos los que rodean, razón por la cual no estaba dispuesto a dirimir tan fácilmente de sus intenciones.
Usó la mano de apoyo que le ofreció su interlocutor para levantarse del suelo y atendió a la presentación del muchacho con un ligero cabeceo. Datsue, dijo llamarse. Quien además no dejó pasar la oportunidad de re-evaluar su intención de conocer la famosa isla misteriosa.
«¡Cobarde!»
—Yo soy Umikiba cojones de acero Kaido —le devolvió una sonrisa divertida, a gracia de su propio comentario—. y... me temo que yo no lo tengo tan claro como tú. Hará falta más que una estúpida ráfaga y unos cuantos susurros fantasmales para espantarme.
Un carraspeo tuvo que haber llamado la atención de los presentes. Porque de un momento a otro, a saber cómo, la figura de un hombre apareció sobre una seta a un par de metros de Datsue, quien les observaba a ambos con palpable nostalgia. Aparentaba una edad entrada los cuarenta y lucía bastante desprolijo, como quien lleva demasiado tiempo sin dormir en buenas condiciones. Sus ropajes no eran atípicos a los comunes salvo por un objeto que se antojaba conocido.
Una bandana, aunque el símbolo estaba borroso. La misma colgaba en el lado izquierdo de su cintura.
—Te pareces mucho a él, muchacho. Y no en lo físico precisamente, no creo que haya muchos que luzcan como un pescado. Pero actuaba como tú, indiferente ante los peligros, necio ante las palabras. Inquieto y desobediente para ser más exactos —El hombre miró hacia el final del puente y dejó que su mirada se perdiera en la oscuridad que se escondía tras la vegetación que impedía ver más allá —. Pero a pesar de todo ello, le queríamos mucho. En el fondo era una muy buena persona.
Kaido no supo como reaccionar. Intercaló la mirada entre el desconocido y el propio Datsue, sin saber si echarse a reír por la anécdota aislada que contaba el hombre o si atender al mensaje oculto tras sus palabras.
«¿De qué coño habla este chalado?»
Y Kaido no pudo hacer más que coincidir con el comentario de su compañero. No por nada le habían hecho volar como pájaro sin siquiera haber puesto un pie en la primera tablilla del puente. Resultaba evidente que lo que hubiera más allá de la seguridad del Bosque no era para un par de críos como ellos.
Pero el tiburón era testarudo. Necio a niveles perjudiciales para su bienestar y la de todos los que rodean, razón por la cual no estaba dispuesto a dirimir tan fácilmente de sus intenciones.
Usó la mano de apoyo que le ofreció su interlocutor para levantarse del suelo y atendió a la presentación del muchacho con un ligero cabeceo. Datsue, dijo llamarse. Quien además no dejó pasar la oportunidad de re-evaluar su intención de conocer la famosa isla misteriosa.
«¡Cobarde!»
—Yo soy Umikiba cojones de acero Kaido —le devolvió una sonrisa divertida, a gracia de su propio comentario—. y... me temo que yo no lo tengo tan claro como tú. Hará falta más que una estúpida ráfaga y unos cuantos susurros fantasmales para espantarme.
Un carraspeo tuvo que haber llamado la atención de los presentes. Porque de un momento a otro, a saber cómo, la figura de un hombre apareció sobre una seta a un par de metros de Datsue, quien les observaba a ambos con palpable nostalgia. Aparentaba una edad entrada los cuarenta y lucía bastante desprolijo, como quien lleva demasiado tiempo sin dormir en buenas condiciones. Sus ropajes no eran atípicos a los comunes salvo por un objeto que se antojaba conocido.
Una bandana, aunque el símbolo estaba borroso. La misma colgaba en el lado izquierdo de su cintura.
—Te pareces mucho a él, muchacho. Y no en lo físico precisamente, no creo que haya muchos que luzcan como un pescado. Pero actuaba como tú, indiferente ante los peligros, necio ante las palabras. Inquieto y desobediente para ser más exactos —El hombre miró hacia el final del puente y dejó que su mirada se perdiera en la oscuridad que se escondía tras la vegetación que impedía ver más allá —. Pero a pesar de todo ello, le queríamos mucho. En el fondo era una muy buena persona.
Kaido no supo como reaccionar. Intercaló la mirada entre el desconocido y el propio Datsue, sin saber si echarse a reír por la anécdota aislada que contaba el hombre o si atender al mensaje oculto tras sus palabras.
«¿De qué coño habla este chalado?»