3/02/2016, 15:23
Cuando Ayame confirmó que se trataba de la posada en la que había dormido el día anterior, Datsue asintió, conforme. Eso significaba que, probablemente, no había más posadas en toda la aldea. Teniendo en cuenta el tamaño del pueblo, no es de extrañar. Estamos en el lugar correcto.
Sin embargo, frente al optimismo de Datsue, se alzaba el inquebrantable escepticismo de la kunoichi:
—¿Tú crees que será tan fácil? —replicó—. Ni siquiera sabemos si la puerta estará abierta. Y, de estarlo, quizás hayan colocado a un guardia o algo similar. No creo que dejen a los caballos sin vigilar así como así.
—Te preocupas demasiado —dijo realizando un ademán, como quitándole importancia—. ¿Qué la puerta no está abierta? Pues la abrimos —simplificó el Uchiha—. Y no creo que haya guardias vigilando un establo. ¡Menudo gasto! —Datsue, cuya mente siempre estaba enfocada en el dinero, no veía rentable un negocio de aquel tipo, cuyo establecimiento tampoco era demasiado grande, si tenía que contratar un guardia todas las noches para vigilar—. Espérame aquí.
Sin esperar su respuesta, pasó por delante de la posada con la misma preocupación de quien sólo teme la inclemente lluvia que caía del cielo. Mientras mantenga el Henge no Jutsu, no soy sospechoso de nada. Se plantó delante del establo, miró a izquierda y derecha para comprobar que no había nadie aparte de Ayame, y trató de abrirlo.
¡Kuso...! Había un candado puesto, y era de los gordos. Ayame tenía razón… Espero que no sea de las que te lo echan en cara… O peor, de las que se callan y te miran con aire de superioridad, como diciendo: “¿Lo ves? Yo tenía razón” Por los Dioses de Ōnindo, ¡como odio eso!
Volvió a comprobar que no había ojos indiscretos en la calle y pegó un salto para encaramarse al portal. Agarrado a las rejas de arriba con ambas manos, intentó colar la cabeza entre ellas. No le cupo, así que simplemente forzó la vista, intentando distinguir alguna sombra en la oscuridad de la cuadra.
No veo nada…
—Eh, Tormenta, ¿estás ahí? —susurró. Se oyó un suave relincho, seguido de una coz contra el suelo —. ¿Tormenta? —elevó la voz, sin darse cuenta de que alguien estaba saliendo, justo en aquel instante, de la posada.
Era Okura. El hombretón, ataviado con una túnica y un sombrero cónico de paja que le protegía de la lluvia, se dirigía, sin que ninguno de los dos se percatase de la presencia del otro, hacia la cuadra…
Sin embargo, frente al optimismo de Datsue, se alzaba el inquebrantable escepticismo de la kunoichi:
—¿Tú crees que será tan fácil? —replicó—. Ni siquiera sabemos si la puerta estará abierta. Y, de estarlo, quizás hayan colocado a un guardia o algo similar. No creo que dejen a los caballos sin vigilar así como así.
—Te preocupas demasiado —dijo realizando un ademán, como quitándole importancia—. ¿Qué la puerta no está abierta? Pues la abrimos —simplificó el Uchiha—. Y no creo que haya guardias vigilando un establo. ¡Menudo gasto! —Datsue, cuya mente siempre estaba enfocada en el dinero, no veía rentable un negocio de aquel tipo, cuyo establecimiento tampoco era demasiado grande, si tenía que contratar un guardia todas las noches para vigilar—. Espérame aquí.
Sin esperar su respuesta, pasó por delante de la posada con la misma preocupación de quien sólo teme la inclemente lluvia que caía del cielo. Mientras mantenga el Henge no Jutsu, no soy sospechoso de nada. Se plantó delante del establo, miró a izquierda y derecha para comprobar que no había nadie aparte de Ayame, y trató de abrirlo.
¡Kuso...! Había un candado puesto, y era de los gordos. Ayame tenía razón… Espero que no sea de las que te lo echan en cara… O peor, de las que se callan y te miran con aire de superioridad, como diciendo: “¿Lo ves? Yo tenía razón” Por los Dioses de Ōnindo, ¡como odio eso!
Volvió a comprobar que no había ojos indiscretos en la calle y pegó un salto para encaramarse al portal. Agarrado a las rejas de arriba con ambas manos, intentó colar la cabeza entre ellas. No le cupo, así que simplemente forzó la vista, intentando distinguir alguna sombra en la oscuridad de la cuadra.
No veo nada…
—Eh, Tormenta, ¿estás ahí? —susurró. Se oyó un suave relincho, seguido de una coz contra el suelo —. ¿Tormenta? —elevó la voz, sin darse cuenta de que alguien estaba saliendo, justo en aquel instante, de la posada.
Era Okura. El hombretón, ataviado con una túnica y un sombrero cónico de paja que le protegía de la lluvia, se dirigía, sin que ninguno de los dos se percatase de la presencia del otro, hacia la cuadra…
¡Agradecimientos a Daruu por el dibujo de PJ y avatar tan OP! ¡Y a Reiji y Ayame por la firmaza! Si queréis una parecida, este es el lugar adecuado