3/02/2016, 21:56
La noche dejó tras de sí un rocío helado, pero la calidez del sol naciente, y su grueso ropaje, lo hacían soportable. Kazuma pensó que si alguien llegara al pueblo en aquel momento, no podría llegar a imaginarse lo que había pasado hace apenas una semana. Pero él lo había vivido y sabía que era cierto. Quien hubiera escuchado la canción olvidaría lo que contaba con el tiempo, pero él jamás lo olvidaría. Supo entonces que las vivencias de las personas están formadas por muchos momentos como aquel.
—¿Sigues creyendo en la justicia? —Le preguntó aquella figura calva.
—No sabría decirlo ahora —admitió con sinceridad—. Pero hay algo en lo que creo, y es en lo que solo un puño y una espada han logrado en este sitio.
No era bueno para las despedidas. Quizás fuera por eso que prefería simplemente el desaparecer como un fantasma. Sin embargo se alegró de conseguirse con el monje bajo la luz del amanecer. Fue efímero el tiempo que pasó con él, pero en ese corto periodo logró tomarle gran afecto a su valentía y sensatez.
—Espero volvamos a vernos, Karamaru —dijo con una gran sonrisa que poca veces se había permitido—. Para cuando nos encontremos nuevamente, tratemos de no provocar todo una revolución jejeje. —Kazuma le ofreció un puño para chocar y una sonrisa de buenos deseos.
Con aquello dicho partió hacia el sur. Había aprendido bastante y hecho un amigo nuevo, fue partícipe de una aventura tan épica que fue merecedora de una canción. Comenzaba a sentirse nostálgico, pero a la vez sentía que su tarea en aquel sitio había terminado. Mientras caminaba el dolor de las costillas le molesto un poco, por lo que decidió buscar alguna medicina en el saco que le habían dado. Pero enorme fue su sorpresa y sonrisa cuando descubrió que su contenido era toda una colección de las conchas marinas más hermosas que hubiese visto alguna vez.
La ironía le hizo reflexionar, pues fue precisamente buscando conchas marinas que tropezó con quien se convertiría en su amigo y aliado de armas. Definitivamente recordaría a las personas y los sucesos de la que posteriormente se conocería como “Kentoken no Yoru” o “La noche del puño y la espada”.
—¿Sigues creyendo en la justicia? —Le preguntó aquella figura calva.
—No sabría decirlo ahora —admitió con sinceridad—. Pero hay algo en lo que creo, y es en lo que solo un puño y una espada han logrado en este sitio.
No era bueno para las despedidas. Quizás fuera por eso que prefería simplemente el desaparecer como un fantasma. Sin embargo se alegró de conseguirse con el monje bajo la luz del amanecer. Fue efímero el tiempo que pasó con él, pero en ese corto periodo logró tomarle gran afecto a su valentía y sensatez.
—Espero volvamos a vernos, Karamaru —dijo con una gran sonrisa que poca veces se había permitido—. Para cuando nos encontremos nuevamente, tratemos de no provocar todo una revolución jejeje. —Kazuma le ofreció un puño para chocar y una sonrisa de buenos deseos.
Con aquello dicho partió hacia el sur. Había aprendido bastante y hecho un amigo nuevo, fue partícipe de una aventura tan épica que fue merecedora de una canción. Comenzaba a sentirse nostálgico, pero a la vez sentía que su tarea en aquel sitio había terminado. Mientras caminaba el dolor de las costillas le molesto un poco, por lo que decidió buscar alguna medicina en el saco que le habían dado. Pero enorme fue su sorpresa y sonrisa cuando descubrió que su contenido era toda una colección de las conchas marinas más hermosas que hubiese visto alguna vez.
La ironía le hizo reflexionar, pues fue precisamente buscando conchas marinas que tropezó con quien se convertiría en su amigo y aliado de armas. Definitivamente recordaría a las personas y los sucesos de la que posteriormente se conocería como “Kentoken no Yoru” o “La noche del puño y la espada”.