2/04/2022, 14:38
Nada.
Absolutamente nada.
Eso es lo que le quedaba a Chika en este mundo. No de tiempo, Dios era un bastardo gracioso y no la iba a dejar morir, sino de motivos para seguir en él. Se habían llevado a Kimi delante de sus mismas narices. En su inconciencia, veía una y otra vez la escena en la que desaparecía doblando la esquina. Ella alargaba el brazo para alcanzarla, a pesar de estar a metros de distancia, y todo se volvía negro.
El ardor de sus heridas no era nada comparado al de sus lágrimas. Era culpa suya. Sabía que salir de noche era peligroso, pero por contentar a su hermana se hubiese exiliado de la villa si se lo pedía. Pensando, erroneamente, que podría protegerla. Creyendo que ya era suficiente al menos para pasearse por esa ciudad. No subestimó el peligro de la trampa que le habían tendido, había sobrestimado sus capacidades.
Llevaba semanas haciendolo, no le costaba seguirle el ritmo a Kimi, así que rebajó sus expectativas, dejó de esforzarse al máximo, total, no lo necesitaba. Y cuando le pidió ser hermanas Yotsuki, no tuvo problema en bajar todavía más. Sus entrenamientos eran para mantener, no para mejorar. Se había acomodado a sabiendas que era la mejor del dojo. Pero ahora estaban en el mundo exterior y era una hormiga.
Y ahora había perdido a Kimi. Aún no había acabado de perdonarse lo de los dojos y ya tenía otra condena a su espalda. Toda la ira desmedida que sentía se diluyó en la enorme tristeza que quedaba detrás. Lo único que podía hacer, recien despertada pero completamente hecha polvo sobre el húmedo suelo del callejón, fue apretar los dientes, apretar los puños y llorar.
Para cuando fuese capaz siquiera de tenerse en pie, ya no habría rastro alguno que seguir. ¿Y qué rastro iba a seguir ella? Si era más inutil que una espada de gomaspuma, que una piscina vacia, que un pararrayos en el desierto, que una hermana mayor que es incapaz de defender a su hermana menor...
Se quedó allí, llorando en silencio hasta que de nuevo sintió que alguien se acercaba y de nuevo, no era la muerte. Recordaba la primera vez que se había visto en aquella situación con una nitidez inusual. En aquel entonces, había temido la muerte, quería vivir, era una niña que apenas podía hacer algo más que temblar. Ahora no se sentía mucho más fuerte mentalmente que esa niña, pero ahora había deseado que sí fuese la muerte la que la encontrase y no Raijin.
— ¿Chika? Chika ¿estás bien? ¿Qué ha pasado?
Hizo una mueca amarga. Alargó una mano para agarrar la camiseta de Raijin intentando mirarle a los ojos a través de la corriente incesante de lágrimas.
— R-Raijin... tienen...tienen a Kimi... tienes que ir tras ellos... rápido. — las lágrimas y el dolor se apoderaron de ella al verbalizar lo que había pasado, haciendolo una realidad, haciendolo innegable.
La ira no la abandonaba. Estaba furiosa con esos bastardos, con ella y con su cuerpo. Quería levantarse, pero sus piernas no le respondían. Se hubiese preocupado de la paraplejia si no fuese porque sentía con cada latido punzadas de dolor por todo el cuerpo. Hizo su mejor esfuerzo por levantarse, a pesar del dolor, por si Raijin se negaba a hacerle caso. Iría ella misma.
Absolutamente nada.
Eso es lo que le quedaba a Chika en este mundo. No de tiempo, Dios era un bastardo gracioso y no la iba a dejar morir, sino de motivos para seguir en él. Se habían llevado a Kimi delante de sus mismas narices. En su inconciencia, veía una y otra vez la escena en la que desaparecía doblando la esquina. Ella alargaba el brazo para alcanzarla, a pesar de estar a metros de distancia, y todo se volvía negro.
El ardor de sus heridas no era nada comparado al de sus lágrimas. Era culpa suya. Sabía que salir de noche era peligroso, pero por contentar a su hermana se hubiese exiliado de la villa si se lo pedía. Pensando, erroneamente, que podría protegerla. Creyendo que ya era suficiente al menos para pasearse por esa ciudad. No subestimó el peligro de la trampa que le habían tendido, había sobrestimado sus capacidades.
Llevaba semanas haciendolo, no le costaba seguirle el ritmo a Kimi, así que rebajó sus expectativas, dejó de esforzarse al máximo, total, no lo necesitaba. Y cuando le pidió ser hermanas Yotsuki, no tuvo problema en bajar todavía más. Sus entrenamientos eran para mantener, no para mejorar. Se había acomodado a sabiendas que era la mejor del dojo. Pero ahora estaban en el mundo exterior y era una hormiga.
Y ahora había perdido a Kimi. Aún no había acabado de perdonarse lo de los dojos y ya tenía otra condena a su espalda. Toda la ira desmedida que sentía se diluyó en la enorme tristeza que quedaba detrás. Lo único que podía hacer, recien despertada pero completamente hecha polvo sobre el húmedo suelo del callejón, fue apretar los dientes, apretar los puños y llorar.
Para cuando fuese capaz siquiera de tenerse en pie, ya no habría rastro alguno que seguir. ¿Y qué rastro iba a seguir ella? Si era más inutil que una espada de gomaspuma, que una piscina vacia, que un pararrayos en el desierto, que una hermana mayor que es incapaz de defender a su hermana menor...
Se quedó allí, llorando en silencio hasta que de nuevo sintió que alguien se acercaba y de nuevo, no era la muerte. Recordaba la primera vez que se había visto en aquella situación con una nitidez inusual. En aquel entonces, había temido la muerte, quería vivir, era una niña que apenas podía hacer algo más que temblar. Ahora no se sentía mucho más fuerte mentalmente que esa niña, pero ahora había deseado que sí fuese la muerte la que la encontrase y no Raijin.
— ¿Chika? Chika ¿estás bien? ¿Qué ha pasado?
Hizo una mueca amarga. Alargó una mano para agarrar la camiseta de Raijin intentando mirarle a los ojos a través de la corriente incesante de lágrimas.
— R-Raijin... tienen...tienen a Kimi... tienes que ir tras ellos... rápido. — las lágrimas y el dolor se apoderaron de ella al verbalizar lo que había pasado, haciendolo una realidad, haciendolo innegable.
La ira no la abandonaba. Estaba furiosa con esos bastardos, con ella y con su cuerpo. Quería levantarse, pero sus piernas no le respondían. Se hubiese preocupado de la paraplejia si no fuese porque sentía con cada latido punzadas de dolor por todo el cuerpo. Hizo su mejor esfuerzo por levantarse, a pesar del dolor, por si Raijin se negaba a hacerle caso. Iría ella misma.