9/04/2022, 01:52
La patada fue tan poderosa como una de Ranko, lo cual decía lo poderosa que era Mika. Se estampó contra el suelo y se levantó de un salto ipsofacto. Sabía que la madre de su hermana no le daría tregua. Y no se equivocó, la muy animal estaba levantando una enorme piedra en cuanto se puso en pie. La lanzó tras enormes esfuerzos, directa a Chika.
Ésta no se lo pensó. Era una chica simple. Si veía una enorme roca viniendo directa hacia ella, la partía de un puñetazo. Se puso en guardia, preparó el golpe y lo dio en un movimiento perfecto. Le dio tiempo a todo eso porque ese era el plan de Mika, que apareció a su lado en cuando golpeó el proyectil, cargando un golpe mucho más terrible. Se trataba de un Lariat, un simple Lariat hecho con la fuerza de veinte camiones.
Lo vio venir, pero en lo que pensaba qué podía hacer, ya era inevitable. Apenas logró moverse lo justo para que no le diese en la nuca, sino en la espalda. Con suerte, solo se quedaba paraplejica y no tetraplejica. Y voló. Pasó entre medio de las dos mitades de la piedra que acababa de partir, rodando por el suelo a gran velocidad durante unos metros hasta detenerse.
Quedó tumbada boca abajo, exhausta, dolorida, con un último hilo de consciencia. Miró a su enemiga, miro a Kimi y una lágrima rodó por su rostro mientras escupía sangre. Estiró la mano, con un ojo entreabierto y el desmayo en la puerta de atrás.
— K-Kimi...
Había perdido. Porque eso es lo que era, una perdedora. Era dificil enumerar todo lo que había perdido, pues primero de todo, había perdido sus recuerdos.
Volvió a rememorar, esta vez con una tristeza infinita que le hacía estar indiferente a lo que veía. Ya no podía estar más desesperanzada. Volvió a ver cómo se llevaban a Kimi, justo en sus narices, volvió a verla destrozada en el suelo, volvió a verse a sí misma bajo la lluvia, pero esta vez no se detuvo ahí.
Vio a una niña corriendo bajo la lluvia, confusa, perdida, asustada. Era ella. Estaba huyendo de algo o de alguien, ¿de qué era? Estaba en Amegakure, pero... se veía diferente, todo parecía inmenso y ella muy chiquita. Chocó contra un hombre y éste se giró y le habló, le dijo palabras en un tono suave, pero ella estaba aterrorizada. No, mamá le había dicho que no hablase con extraños, que huyese si la veían, y la habían visto. Así que empezó a correr en dirección contraria, metiendose en un callejón oscuro pero cubierto y estrecho, se escondió allí, allí estaría bien, allí no la encontrarían. Y efectivamente, nadie la encontró.
Chika se despertó, estaba en casa, la habitación que compartía con mamá. Espera, ¿Chika? ¿Quien era Chika? Ella era...
— Emma, estoy en casa. — salió de bajo las sabanas en cuanto escuchó a su madre en la puerta.
— ¡Mamá! — la abrazó con fuerza y su madre le revolvió esa larga cabellera tan única que tenía la niña.
Todo se desvaneció rápido, como si fuese un momento demasiado feliz para mirarlo más de dos segundos. Ahora era de noche. Mamá no estaba, trabajaba de noche y llegaba de mañana, entonces enseñaba a Emma a leer y escribir antes de hacerle la comida y se echaban juntas. Mamá le decía que no saliese de casa bajo ninguna circunstancia, que se esperase siempre a que ella llegase. Ella no entendía por qué, pero hacía caso a su madre.
Por suerte, mamá siempre le traía lo que le pedía. Le pedía cuadernos de pintar, colores nuevos y comidas que probar. Ella era un secreto. Era algo que mamá le decía mucho, eso y que cuando dejase de serlo, no podría estar más con ella. Eso ponía triste a Emma, así que dejaba de pensar en ello cuando lo recordaba y se dedicaba a dibujar.
De nuevo, la escena se deshizo. Ahora era de mañana y se oían voces de la puerta. Una de ellas era de mamá, pero no estaba sola.
— Se ha enterado. Claro que se ha enterado, ¿qué esperabas? ¿Criarla hasta los dieciocho en la choza?
— Claro que no. Solo hasta tener suficiente para irme de aquí y darle una vida normal. No pensaba quedarme demasiado de todas formas, nos iremos.
— No quiere que te vayas, o mejor dicho, que se vaya ella.
Hubo un momento de silencio y la tensión se hizo casi palpable.
— ¿Qué?
— Quiere a la niña.
— ¿¡Qué!?
— Ya lo has oído, y sabes lo que pasará si...
— No te preocupes, no te pongas en ridiculo con las amenazas, la llevaré. Dame un segundo.
Mamá abrió la puerta y tras ella estaba Emma, confusa. Se acuclilló ante ella tras una honda respiración.
— Cariño, necesito que seas una chica fuerte, ¿vale? ¿Podrás hacer eso por mami?
Solo pudo asentir, aún terriblemente confundida.
— Buena chica. Ahora saldremos a ver a unos señores y cuando yo te diga, sal corriendo, no hables con extraños, no te pares pase lo que pase, ¿vale? Yo te alcanzaré más tarde.
— Pero si no paro, ¿cómo me vas a alcanzar?
— Si no paras, te alcanzaré, pero si te paras a hablar con algún extraño, no volverás a verme, y tú quieres estar con mami, ¿verdad?
Asintió con toda la energia que podía, al borde del llanto por todo lo que sucedía y no entendía.
— Bien, bien, pues...
La imagen se dobló. Se desvaneció, pero quedó retenida, difuminada por la lluvia. Llovía. Sus piececitos corrían todo lo que podía.
Le dolía respirar, le molestaba la lluvia, no paraba de golpearla, no la dejaba ver, no la dejaba descansar. Quería gritar pero no tenía energia para hacerlo, toda la que le quedaba estaba en sus piernas. Su corazón dolía mucho más que sus piernas.
No podía, no podía. Tenía que volver, tenía que ver a su madre, no quería seguir corriendo, quería dormir con ella, el exterior daba miedo, los extraños daban miedo, los edificios daban miedo.
Tropezó con sus propias piernas. Cayó de boca contra el suelo, por suerte, lo hizo sobre un enorme charco que mitigó gran parte de la caida y se levantó, lentamente, adolorida.
Gritó, los pulmones le ardían, los ojos le ardían y su corazón latía con fiereza a pesar del cansancio, a pesar del dolor. Volvió a correr, no le quedaban energias de ningún tipo. Mental, físicas... Nada. Pero siguió corriendo durante un minuto entero, antes de caer de rodillas, exhausta y después de boca.
Y una figura apareció ante ella antes de perderse por completo. La Muerte, sin duda.
Ésta no se lo pensó. Era una chica simple. Si veía una enorme roca viniendo directa hacia ella, la partía de un puñetazo. Se puso en guardia, preparó el golpe y lo dio en un movimiento perfecto. Le dio tiempo a todo eso porque ese era el plan de Mika, que apareció a su lado en cuando golpeó el proyectil, cargando un golpe mucho más terrible. Se trataba de un Lariat, un simple Lariat hecho con la fuerza de veinte camiones.
Lo vio venir, pero en lo que pensaba qué podía hacer, ya era inevitable. Apenas logró moverse lo justo para que no le diese en la nuca, sino en la espalda. Con suerte, solo se quedaba paraplejica y no tetraplejica. Y voló. Pasó entre medio de las dos mitades de la piedra que acababa de partir, rodando por el suelo a gran velocidad durante unos metros hasta detenerse.
Quedó tumbada boca abajo, exhausta, dolorida, con un último hilo de consciencia. Miró a su enemiga, miro a Kimi y una lágrima rodó por su rostro mientras escupía sangre. Estiró la mano, con un ojo entreabierto y el desmayo en la puerta de atrás.
— K-Kimi...
Había perdido. Porque eso es lo que era, una perdedora. Era dificil enumerar todo lo que había perdido, pues primero de todo, había perdido sus recuerdos.
Volvió a rememorar, esta vez con una tristeza infinita que le hacía estar indiferente a lo que veía. Ya no podía estar más desesperanzada. Volvió a ver cómo se llevaban a Kimi, justo en sus narices, volvió a verla destrozada en el suelo, volvió a verse a sí misma bajo la lluvia, pero esta vez no se detuvo ahí.
Vio a una niña corriendo bajo la lluvia, confusa, perdida, asustada. Era ella. Estaba huyendo de algo o de alguien, ¿de qué era? Estaba en Amegakure, pero... se veía diferente, todo parecía inmenso y ella muy chiquita. Chocó contra un hombre y éste se giró y le habló, le dijo palabras en un tono suave, pero ella estaba aterrorizada. No, mamá le había dicho que no hablase con extraños, que huyese si la veían, y la habían visto. Así que empezó a correr en dirección contraria, metiendose en un callejón oscuro pero cubierto y estrecho, se escondió allí, allí estaría bien, allí no la encontrarían. Y efectivamente, nadie la encontró.
Chika se despertó, estaba en casa, la habitación que compartía con mamá. Espera, ¿Chika? ¿Quien era Chika? Ella era...
— Emma, estoy en casa. — salió de bajo las sabanas en cuanto escuchó a su madre en la puerta.
— ¡Mamá! — la abrazó con fuerza y su madre le revolvió esa larga cabellera tan única que tenía la niña.
Todo se desvaneció rápido, como si fuese un momento demasiado feliz para mirarlo más de dos segundos. Ahora era de noche. Mamá no estaba, trabajaba de noche y llegaba de mañana, entonces enseñaba a Emma a leer y escribir antes de hacerle la comida y se echaban juntas. Mamá le decía que no saliese de casa bajo ninguna circunstancia, que se esperase siempre a que ella llegase. Ella no entendía por qué, pero hacía caso a su madre.
Por suerte, mamá siempre le traía lo que le pedía. Le pedía cuadernos de pintar, colores nuevos y comidas que probar. Ella era un secreto. Era algo que mamá le decía mucho, eso y que cuando dejase de serlo, no podría estar más con ella. Eso ponía triste a Emma, así que dejaba de pensar en ello cuando lo recordaba y se dedicaba a dibujar.
De nuevo, la escena se deshizo. Ahora era de mañana y se oían voces de la puerta. Una de ellas era de mamá, pero no estaba sola.
— Se ha enterado. Claro que se ha enterado, ¿qué esperabas? ¿Criarla hasta los dieciocho en la choza?
— Claro que no. Solo hasta tener suficiente para irme de aquí y darle una vida normal. No pensaba quedarme demasiado de todas formas, nos iremos.
— No quiere que te vayas, o mejor dicho, que se vaya ella.
Hubo un momento de silencio y la tensión se hizo casi palpable.
— ¿Qué?
— Quiere a la niña.
— ¿¡Qué!?
— Ya lo has oído, y sabes lo que pasará si...
— No te preocupes, no te pongas en ridiculo con las amenazas, la llevaré. Dame un segundo.
Mamá abrió la puerta y tras ella estaba Emma, confusa. Se acuclilló ante ella tras una honda respiración.
— Cariño, necesito que seas una chica fuerte, ¿vale? ¿Podrás hacer eso por mami?
Solo pudo asentir, aún terriblemente confundida.
— Buena chica. Ahora saldremos a ver a unos señores y cuando yo te diga, sal corriendo, no hables con extraños, no te pares pase lo que pase, ¿vale? Yo te alcanzaré más tarde.
— Pero si no paro, ¿cómo me vas a alcanzar?
— Si no paras, te alcanzaré, pero si te paras a hablar con algún extraño, no volverás a verme, y tú quieres estar con mami, ¿verdad?
Asintió con toda la energia que podía, al borde del llanto por todo lo que sucedía y no entendía.
— Bien, bien, pues...
La imagen se dobló. Se desvaneció, pero quedó retenida, difuminada por la lluvia. Llovía. Sus piececitos corrían todo lo que podía.
corre,
Le dolía respirar, le molestaba la lluvia, no paraba de golpearla, no la dejaba ver, no la dejaba descansar. Quería gritar pero no tenía energia para hacerlo, toda la que le quedaba estaba en sus piernas. Su corazón dolía mucho más que sus piernas.
pase lo que pase
No podía, no podía. Tenía que volver, tenía que ver a su madre, no quería seguir corriendo, quería dormir con ella, el exterior daba miedo, los extraños daban miedo, los edificios daban miedo.
o no podremos estar juntas.
Tropezó con sus propias piernas. Cayó de boca contra el suelo, por suerte, lo hizo sobre un enorme charco que mitigó gran parte de la caida y se levantó, lentamente, adolorida.
Te quiero, Emma.
Gritó, los pulmones le ardían, los ojos le ardían y su corazón latía con fiereza a pesar del cansancio, a pesar del dolor. Volvió a correr, no le quedaban energias de ningún tipo. Mental, físicas... Nada. Pero siguió corriendo durante un minuto entero, antes de caer de rodillas, exhausta y después de boca.
No lo olvides nunca.
Y una figura apareció ante ella antes de perderse por completo. La Muerte, sin duda.