12/04/2022, 00:47
Daigo estaba en su elemento, en su salsa. En las distancias cortas, él era el rey. Especialmente cuando se trataba de combatir con las manos. Atrapó la mano enemiga que empuñaba el arma, y con la otra le golpeó el rostro. Su nariz, ya rota de por la mañana, volvió a sangrar profusamente. Al segundo golpe, la mujer lo bloqueó como pudo con el brazo libre.
Ella se dio cuenta al tercer forcejeo que la diferencia de fuerza era notable, y en contra de ella. El hecho de que estuviese desnutrida y sin poder hacer ejercicio físico desde hacía más de un año tampoco ayudaba.
Un chorro de sangre salió disparado en su dirección. Un cuerpo cayó, sin hacer ruido, mudo. La Matasanos acababa de ganar su envite. De una manera definitiva.
—¡Mátala! —gritó, casi imploró, a Daigo.
Iba a decir algo más, pero de pronto alguien surgió a su espalda. Alguien que había aprovechado el caos y la distracción para escurrirse silenciosa a su espalda: la Estranguladora. Con una destreza pasmosa, pasó un hilo por el cuello de la Matasanos y tiró hacia atrás. Ambas cayeron al suelo, la Matasanos encima de su agresora. Forcejeó y trató de apuñalarla, pero la Estranguladora había atrapado el brazo de la otra con una de sus piernas, en una llave digna de una experta en jūjutsu.
Probablemente lo fuese.
Y aún siendo estrangulada, a Daigo le pareció leer en los labios de ella una sola palabra: mátala.
—¿M-me rindo? —La Hambrienta aflojó la mano, y la daga que sostenía cayó al suelo—. ¿Por favor?
Ella se dio cuenta al tercer forcejeo que la diferencia de fuerza era notable, y en contra de ella. El hecho de que estuviese desnutrida y sin poder hacer ejercicio físico desde hacía más de un año tampoco ayudaba.
Un chorro de sangre salió disparado en su dirección. Un cuerpo cayó, sin hacer ruido, mudo. La Matasanos acababa de ganar su envite. De una manera definitiva.
—¡Mátala! —gritó, casi imploró, a Daigo.
Iba a decir algo más, pero de pronto alguien surgió a su espalda. Alguien que había aprovechado el caos y la distracción para escurrirse silenciosa a su espalda: la Estranguladora. Con una destreza pasmosa, pasó un hilo por el cuello de la Matasanos y tiró hacia atrás. Ambas cayeron al suelo, la Matasanos encima de su agresora. Forcejeó y trató de apuñalarla, pero la Estranguladora había atrapado el brazo de la otra con una de sus piernas, en una llave digna de una experta en jūjutsu.
Probablemente lo fuese.
Y aún siendo estrangulada, a Daigo le pareció leer en los labios de ella una sola palabra: mátala.
—¿M-me rindo? —La Hambrienta aflojó la mano, y la daga que sostenía cayó al suelo—. ¿Por favor?