14/04/2022, 02:05
Tres Dientes y la Llorona estaban bien. Tanteando a Mordiscos, o siendo tanteados por Mordiscos, más bien. La Hambrienta asintió, probablemente aliviada por tener una segunda oportunidad en aquel pozo de mala muerte, más conocido como el Ojete de Ōnindo.
Daigo cojeó hasta el otro combate de muerte que se estaba dando, tan solo escuchando el sonido de su propio corazón y las risitas. Las risitas. El niño adelantó a Daigo, haciendo caso omiso a las palabras del chico, que optaban más por un diálogo. El niño, en cambio, optaba más por la risa. Reía, y reía y reía mientras se acercaba y…
La Estranguladora dio un impulso con un pie y deslizó su espalda por el suelo, aterrorizada. Aprovechó la inercia para dar un giro hacia atrás y luego se impulsó con la otra pierna para alejarse, liberando su presa.
En un suspiro, todo parecía haber terminado. Allí, en el Ojete de Ōnindo, todos medían bien la energía que gastaban, así como los riesgos. Afuera, un corte, una magulladura, era eso, una herida. Allí dentro, en cambio, era una probable infección que te llevaría a la muerte.
Todo parecía haber acabado, pero entonces oyeron un grito. Un grito agudo, roto por el dolor, de los que se colaban en el alma y te hacían sentir su angustia. Pertenecía a la Llorona, y es que Tres Dientes…
Tres Dientes…
A Tres Dientes acababan de reventarle el cráneo contra el muro. ¿La mano ejecutora? No pertenecía a Mordiscos. No, pertenecía a…
… la Hambrienta.
Daigo cojeó hasta el otro combate de muerte que se estaba dando, tan solo escuchando el sonido de su propio corazón y las risitas. Las risitas. El niño adelantó a Daigo, haciendo caso omiso a las palabras del chico, que optaban más por un diálogo. El niño, en cambio, optaba más por la risa. Reía, y reía y reía mientras se acercaba y…
La Estranguladora dio un impulso con un pie y deslizó su espalda por el suelo, aterrorizada. Aprovechó la inercia para dar un giro hacia atrás y luego se impulsó con la otra pierna para alejarse, liberando su presa.
En un suspiro, todo parecía haber terminado. Allí, en el Ojete de Ōnindo, todos medían bien la energía que gastaban, así como los riesgos. Afuera, un corte, una magulladura, era eso, una herida. Allí dentro, en cambio, era una probable infección que te llevaría a la muerte.
Todo parecía haber acabado, pero entonces oyeron un grito. Un grito agudo, roto por el dolor, de los que se colaban en el alma y te hacían sentir su angustia. Pertenecía a la Llorona, y es que Tres Dientes…
Tres Dientes…
A Tres Dientes acababan de reventarle el cráneo contra el muro. ¿La mano ejecutora? No pertenecía a Mordiscos. No, pertenecía a…
… la Hambrienta.