5/05/2022, 20:02
La Hambrienta se mantuvo tensa, retrocediendo un paso cuando Daigo se acercó demasiado para su gusto.
—Empieza por hacer funcionar ese plan tuyo… y luego hablamos.
Y eso harían. O sí, eso harían.
Daigo llevaba aproximadamente un mes en el Ojete de Ōnindo. Tras el primer día, donde hasta tres personas habían muerto desde su llegada, las cosas se habían calmado notablemente. Parecía como si los distintos grupos hubiesen hecho un alto al fuego ahora que tenían un objetivo en común.
La vida, no obstante, seguía sin ser fácil. Los cuerpos de Mordiscos y Mudo se habían podrido, y la peste y el mal estado de su carne llegó a tal nivel que, incluso desnutridos y hambrientos como estaban, no les quedó más remedio que tirar los restos por el agujero central.
El hambre atenazaba a todos, y en Daigo estaba causando sus primeros efectos.
Su plan, no obstante, estaba funcionando. Había tardado un maldito mes —aunque a él le parecieron varios más—, pero el muro de piedra estaba lo suficiente mellado para que alguien como él pudiese trepar.
Se había decidido ejecutar el plan tras echarse un buen sueño todos y estar lo más descansados posible. La Llorona, como siempre, yacía abrazada por Daigo. El Sin Piernas estaba medio adormilado cuando alguien le dio un apretón en el hombro.
Era la Matasanos, y tenía el dedo índice apoyado en los labios.
—Shh… —Miró a la Llorona—. ¿Está dormida? —preguntó en un susurro apenas audible—. Tenemos que hablar.
—Empieza por hacer funcionar ese plan tuyo… y luego hablamos.
Y eso harían. O sí, eso harían.
Un mes más tarde…
Descenso, 220
Daigo llevaba aproximadamente un mes en el Ojete de Ōnindo. Tras el primer día, donde hasta tres personas habían muerto desde su llegada, las cosas se habían calmado notablemente. Parecía como si los distintos grupos hubiesen hecho un alto al fuego ahora que tenían un objetivo en común.
La vida, no obstante, seguía sin ser fácil. Los cuerpos de Mordiscos y Mudo se habían podrido, y la peste y el mal estado de su carne llegó a tal nivel que, incluso desnutridos y hambrientos como estaban, no les quedó más remedio que tirar los restos por el agujero central.
El hambre atenazaba a todos, y en Daigo estaba causando sus primeros efectos.
Su plan, no obstante, estaba funcionando. Había tardado un maldito mes —aunque a él le parecieron varios más—, pero el muro de piedra estaba lo suficiente mellado para que alguien como él pudiese trepar.
Se había decidido ejecutar el plan tras echarse un buen sueño todos y estar lo más descansados posible. La Llorona, como siempre, yacía abrazada por Daigo. El Sin Piernas estaba medio adormilado cuando alguien le dio un apretón en el hombro.
Era la Matasanos, y tenía el dedo índice apoyado en los labios.
—Shh… —Miró a la Llorona—. ¿Está dormida? —preguntó en un susurro apenas audible—. Tenemos que hablar.