5/05/2022, 23:35
Las miradas se cruzaban acusadoras y sospechosas. Todos desconfiaban de todos, salvo de la Hambrienta. No, incluso de ella se sospechaba. Porque allí, en aquel zulo de mierda, nadie era inocente. No realmente.
—Dejad de… ¡mirarme! —exclamó, en un arranque de ira, mientras se masajeaba la sien con una mano—. Imbéciles… de mierda. Cuando yo mato, la gente alrededor se entera.
La pregunta que todos se hacían fue formulada por Daigo. Entonces, ¿quién? Nadie salió a confesarse, pero la petición de Daigo no se hizo esperar. La Matasanos fue la primera en echar mano de su cuchillo cuando…
—¡Shh! —La Coleccionista se llevó un dedo a los labios y pegó el oído contra la pared de heces. Los huesos de dedos que usaba como collar emitieron un suave sonido al entrechocar entre ellos. Su colección era amplia, y no parecía tener ningún añadido nuevo de la noche a la mañana—. ¿Lo oís? —Susurró. Nadie lo oía—. ¡Se acerca un guardia!
—No me iré de aquí sin saber quién…
—Pues quédate —le espetó Chillidos, empezando a escalar la pared.
Entre la confusión, los ojos se pararon en Daigo. El líder del plan. El Sin Piernas que se las había ingeniado para transformar la penuria y los asesinatos en un halo de esperanza. Los grupos se habían unido gracias él, pero ahora todo pendía de un hilo.
Quedarse podría significar arreglar los problemas o empezar otra guerra. Irse sin resolver el asesinato era otro riesgo. Fuese como fuese, tenían que decidir y tenían que hacerlo rápido.
—Dejad de… ¡mirarme! —exclamó, en un arranque de ira, mientras se masajeaba la sien con una mano—. Imbéciles… de mierda. Cuando yo mato, la gente alrededor se entera.
La pregunta que todos se hacían fue formulada por Daigo. Entonces, ¿quién? Nadie salió a confesarse, pero la petición de Daigo no se hizo esperar. La Matasanos fue la primera en echar mano de su cuchillo cuando…
—¡Shh! —La Coleccionista se llevó un dedo a los labios y pegó el oído contra la pared de heces. Los huesos de dedos que usaba como collar emitieron un suave sonido al entrechocar entre ellos. Su colección era amplia, y no parecía tener ningún añadido nuevo de la noche a la mañana—. ¿Lo oís? —Susurró. Nadie lo oía—. ¡Se acerca un guardia!
—No me iré de aquí sin saber quién…
—Pues quédate —le espetó Chillidos, empezando a escalar la pared.
Entre la confusión, los ojos se pararon en Daigo. El líder del plan. El Sin Piernas que se las había ingeniado para transformar la penuria y los asesinatos en un halo de esperanza. Los grupos se habían unido gracias él, pero ahora todo pendía de un hilo.
Quedarse podría significar arreglar los problemas o empezar otra guerra. Irse sin resolver el asesinato era otro riesgo. Fuese como fuese, tenían que decidir y tenían que hacerlo rápido.