10/05/2022, 22:38
Fue la guardia quien apareció por la puerta. Una mujer a la que llamaban Escupitajos, un apodo que le venía como anillo al dedo dada su manía en… Bueno, escupir. Entre otras cosas, en la comida que les daba. Dentro de lo que cabía, no era la peor de todas. Había otros que meaban en ella, o directamente pasaban de darles nada. Al menos Escupitajos cumplía con su función.
Como cada día, abrió la puerta metálica, tan poca engrasada y oxidada que provocó un estruendoso chirrido. Como cada día, escupió al plato de comida que portaba en las manos. Como cada día, avanzó por la penumbra hasta el Ojete de…
... una cadena metálica surgió de la oscuridad y atrapó su cuello, impidiendo que pasase el aire. Antes de que tuviese tiempo siquiera a entender lo que pasaba, cayó al fondo del Ojete de Ōnindo. Allí le recibieron parte de los prisioneros a malazos. Tal y como sucedía siempre cuando tiraban a un pobre reo. Una de las patadas en la cabeza la dejó inconsciente, o quizá algo peor.
—Dejadla ya. Vamos, ¡vamos hostia! —exclamó en susurros, mientras ayudaba a la Llorona a escalar por la pared y ella hacía lo propio. Pasaron unos eternos minutos hasta que todos lograron subir arriba.
Si se atrevían a pasar el umbral de la celda, comprobarían que el lúgubre pasillo estaba vacío. Podían ir a la derecha, donde recordaban que había una inquietante habitación parecida a un matadero, que conducía escaleras arriba. O podían ir a la izquierda, cuyo destino ninguno de ellos conocía.
Encima de la puerta metálica, pegada a la pared, había un sello supresor de chakra.
Como cada día, abrió la puerta metálica, tan poca engrasada y oxidada que provocó un estruendoso chirrido. Como cada día, escupió al plato de comida que portaba en las manos. Como cada día, avanzó por la penumbra hasta el Ojete de…
... una cadena metálica surgió de la oscuridad y atrapó su cuello, impidiendo que pasase el aire. Antes de que tuviese tiempo siquiera a entender lo que pasaba, cayó al fondo del Ojete de Ōnindo. Allí le recibieron parte de los prisioneros a malazos. Tal y como sucedía siempre cuando tiraban a un pobre reo. Una de las patadas en la cabeza la dejó inconsciente, o quizá algo peor.
—Dejadla ya. Vamos, ¡vamos hostia! —exclamó en susurros, mientras ayudaba a la Llorona a escalar por la pared y ella hacía lo propio. Pasaron unos eternos minutos hasta que todos lograron subir arriba.
Si se atrevían a pasar el umbral de la celda, comprobarían que el lúgubre pasillo estaba vacío. Podían ir a la derecha, donde recordaban que había una inquietante habitación parecida a un matadero, que conducía escaleras arriba. O podían ir a la izquierda, cuyo destino ninguno de ellos conocía.
Encima de la puerta metálica, pegada a la pared, había un sello supresor de chakra.