Sangre y arena

[Uchiha Datsue]

Chillidos cerró un puño a un palmo de la cara de Daigo cuando le pidió silencio. Ahora, a la luz de las antorchas, parecía más inestable todavía que en la oscuridad del Ojete de Ōnindo. Tenía la mirada de un viejo perro rabioso, con la esclerótica enrojecida y la pupila tremendamente dilatada. Tomó el puño…

… y se lo mordió. Como si esa fuese la única manera en que podía evitar ponerse a gritar, se lo mordió con tanta fuerza que la sangre empezó a correr por sus nudillos.

El resto del grupo contuvo el aliento, aunque la Estranguladora ya había sacado un hilo que sujetaba entre ambas manos. Daigo, mientras tanto, pudo asomar la cabeza y verlo. Un hombre de baja estatura y delgado, ataviado con una bata blanca manchada de carmesí e inclinado sobre una persona.

—Esho esh. Eshto ya no te hará falta para nada —le oyó decir, mientras dejaba un frasco lleno de líquido encima de una pequeña mesita metálica donde tenía todo tipo de utensilios punzantes médicos. De hecho, ahora que se fijaba bien, en el interior del frasco había…

… un ojo.