13/05/2022, 01:03
Daigo le lanzó un puñetazo, y los puñetazos de Tsukiyama Daigo eran de temer. En su mente, al menos, lanzó el puñetazo. Su cerebro envió dicha orden a su sistema nervioso, pero por alguna razón, por el camino, el impulso eléctrico se desvió.
En vez de lanzar un puñetazo a la cara, Daigo tiró una patada…
… al suelo.
Entonces Daigo levantó un brazo y… No, no. Quiso levantar un brazo, pero en su lugar levantó una pierna, y cuando quiso golpear con la cabeza, hizo un movimiento con el pubis que terminó por desequilibrarle.
—Hijo, ¡defiéndeme!
El cirujano aprovechó, aunque bastante cansado y sin aliento, para colocarse encima de Daigo y…
Antes siquiera de que pudiese lanzar el primer golpe, Chillidos se abalanzó sobre el cirujano. Movió un rodillazo hacia su cara, y de la rodilla nació un hueso puntiagudo que fue a atravesar las mejillas del doctor de lado a lado. Y entonces, bueno, entonces el hombre que estaba en la camilla se levantó.
Era un hombre de tez oscura, flacucho, sin expresión alguna en un rostro castigado por el sol y la mala vida. No había emoción en sus ojos —uno, blanco como el Byakugan, donde las venas entorno a este estaban hinchados; el otro, negro como la oscuridad del Ojete de Ōnindo—. En sus labios no asomaba ninguna palabra. Tan solo tenía una determinación. Una orden que cumplir.
La vena de su frente empezó a hincharse, donde estaba dibujado un kanji —Esclavo—. De pronto, ejecutó un salto perfecto hacia Chillidos, lanzándole una patada voladora (Dynamic Entry) tan fuerte que le mandó volando en dirección opuesta y le hizo colisionar contra el grupo de reos, tirándolos como si él fuese un bolo y sus compañeros los palos en una tirada perfecta.
—M-m… mm… —Con la herida tan gorda en la boca, al cirujano le costaba pronunciar las palabras. Apuntaba con un dedo tembloroso a Daigo—. Mm-a-le. ¡Mm-a-le!
En vez de lanzar un puñetazo a la cara, Daigo tiró una patada…
… al suelo.
Entonces Daigo levantó un brazo y… No, no. Quiso levantar un brazo, pero en su lugar levantó una pierna, y cuando quiso golpear con la cabeza, hizo un movimiento con el pubis que terminó por desequilibrarle.
—Hijo, ¡defiéndeme!
El cirujano aprovechó, aunque bastante cansado y sin aliento, para colocarse encima de Daigo y…
Antes siquiera de que pudiese lanzar el primer golpe, Chillidos se abalanzó sobre el cirujano. Movió un rodillazo hacia su cara, y de la rodilla nació un hueso puntiagudo que fue a atravesar las mejillas del doctor de lado a lado. Y entonces, bueno, entonces el hombre que estaba en la camilla se levantó.
Era un hombre de tez oscura, flacucho, sin expresión alguna en un rostro castigado por el sol y la mala vida. No había emoción en sus ojos —uno, blanco como el Byakugan, donde las venas entorno a este estaban hinchados; el otro, negro como la oscuridad del Ojete de Ōnindo—. En sus labios no asomaba ninguna palabra. Tan solo tenía una determinación. Una orden que cumplir.
La vena de su frente empezó a hincharse, donde estaba dibujado un kanji —Esclavo—. De pronto, ejecutó un salto perfecto hacia Chillidos, lanzándole una patada voladora (Dynamic Entry) tan fuerte que le mandó volando en dirección opuesta y le hizo colisionar contra el grupo de reos, tirándolos como si él fuese un bolo y sus compañeros los palos en una tirada perfecta.
—M-m… mm… —Con la herida tan gorda en la boca, al cirujano le costaba pronunciar las palabras. Apuntaba con un dedo tembloroso a Daigo—. Mm-a-le. ¡Mm-a-le!