18/05/2022, 16:39
Lo primero que vería la chica al atravesar el umbral de la puerta sería una gran sala. Enorme, dantesca más bien. Un centenar de sillas a un lado, de plástico y bien sencillas, pero no carentes de comodidad. Al otro lado, pues un poco más de lo mismo. Habían un pasillo central libre de sillas, que daba de forma directa hacia el mostrador, donde el recepcionista aguardaba. Las paredes eran azuladas, y el suelo y techos de color blanco, además de tener una claridad envidiable proporcionada principalmente por unos enormes ventanales.
En la sala habían numerosas personas. Todas y cada una de ellas de su madre y de su padre, y con dolencias y heridas de diferente índole. Por así decirlo, era una reunión de lo más variopinta, y no programada. Cada cuál esperaba su turno, y por lo que se podía apreciar, todos habían sido atendidos en recepción, pues el pasillo central estaba libre.
El hombre que había tras el mostrador era bastante grande y orondo. Podría pesar cerca de los cien kilos, con una estatura no superior al metro cincuenta. Era calvo, con una barba bastante amplia y desaliñada, de color anaranjado. Vestía de blanco, un uniforme para los interinos bastante común y sencillo, con el símbolo de la lluvia en azul a la altura del corazón.
—Claro. Pase, pase señorita. —Contestó el hombre, alzándose un poco sobre el mostrador. —En cuanto esté aquí su compañero, podrán pasar a la acción. Hay bastante trabajo, pero no es urgente. Si bien quiere esperar sentada, puede hacerlo. No creo que tarde en llegar su compañero.
El hombre retomaría su posición acomodada en la silla, si es que la chica no tenía alguna otra pregunta o cosa que decirle. Y tras ello, pasarían unos cuantos minutos, quizás unos cinco minutos. Unos minutos que realmente pasarían livianos, pues el flujo de gente entrando y saliendo en las salas de cura o tratamientos era bastante rápido.
Un chico aparecería por recepción pasado ese tiempo. Un chico bastante pequeño, de ojos celestes y cabellera azabache. Su cabello estaba bastante alborotado, como si recién se hubiese despertado de una intensa borrachera, y aunque de tamaño dispar, en general tenía una longitud corta. Tenía unas ojeras bastante pronunciadas, y bastantes pecas entre la nariz y los ojos. Vestía una camiseta de mangas cortas de tono blanco, con el símbolo de la lluvia en negro a mitad del pecho. Los pantalones eran anchos y cortos, de color negro también. Y calzaba unas sandalias shinobis de tono negro, acompañando al conjunto en armonía de no colores. Tenía atado al pantalón un portaobjetos, con un único pergamino pequeño en su interior. En el brazo derecho tenía atada la bandana de Amegakure, y a la espalda tenía una especie de bulto atado con vendas, y unas tiras de pelo en lo más alto.
El chico caminaría hasta el mostrador, y alzando la mirada sobre éste, aclararía la voz para reclamar la atención del recepcionista. —Buenos días, soy Ichikawa Arata, y vengo por la misión de limpieza.
Exactamente, ese parecía ser su compañero de actividades. Ese tipo peculiar, que quizás podía recordar de su promoción, pues tenían incluso la misma edad. Toda una casualidad.
El hombre asomó por encima del mostrador de nuevo, y realizó una leve reverencia, en la medida de lo posible. —Perfecto. Buenos días a ambos, y ya que están los dos aquí, podemos comenzar con la tarea.
»Por favor, acompáñenme. —Solicitó el hombre, tras haber saltado al suelo desde el asiento. Tras el mostrador, terminó por rodear el mueble, y señaló una puerta lateral de la sala. En la misma puerta de la entrada, había un cartel que ponía: Solo personal autorizado. Se podía sobreentender, que en ésta ocasión estaban autorizados.
Antes siquiera de emprender el camino, el chico observó por un instante a la kunoichi. Pareció dudar por un instante... ¿La conocía o no? Pero al final, terminó por hacer lo más sensato. —Me llamo Ichikawa Arata, encantado. —Se presentó formalmente a su compañera.
Podrían emprender el camino, acompañados evidentemente del hombre. Éste sería el primero en transvasar la puerta, dejando la misma aguantada para que pasasen ambos chicos. Se trataba ahora de un pasillo largo y amplio, de colores similares a los de fuera. Blancos techo y suelo, y azulado las paredes. En éste pasillo había al menos diez salas a cada lateral, cada una señalizada en la entrada como Quirófano "X", donde esa X era el número que tenía asignado. El hombre tomó un manojo de llaves del bolsillo, y abrió la puerta más cercana. En éste caso, no tenía un cartel de quirófano, éste estaba señalizado como Cuarto de limpiezas.
—Aquí podrán encontrar todo el material de limpieza que necesiten, así como un grifo y un desagüe para cambiar el agua del cubo. Yo tengo que esperar fuera, porque soy quien atiende a las personas que lleguen, así que podrán trabajar a su ritmo. Eso sí, revisaré que todo quede bien cuando estén listos. Todos éstos quirófanos han sido usados, y necesitan una desinfección correcta, así que usen guantes por favor. Y no escatimen en cambiar el agua todo lo necesario, por favor, que la vida de personas dependen de la higiene que se conserve.
El chico afirmó con un gesto de cabeza, parecía tenerlo todo claro.
En la sala habían numerosas personas. Todas y cada una de ellas de su madre y de su padre, y con dolencias y heridas de diferente índole. Por así decirlo, era una reunión de lo más variopinta, y no programada. Cada cuál esperaba su turno, y por lo que se podía apreciar, todos habían sido atendidos en recepción, pues el pasillo central estaba libre.
El hombre que había tras el mostrador era bastante grande y orondo. Podría pesar cerca de los cien kilos, con una estatura no superior al metro cincuenta. Era calvo, con una barba bastante amplia y desaliñada, de color anaranjado. Vestía de blanco, un uniforme para los interinos bastante común y sencillo, con el símbolo de la lluvia en azul a la altura del corazón.
—Claro. Pase, pase señorita. —Contestó el hombre, alzándose un poco sobre el mostrador. —En cuanto esté aquí su compañero, podrán pasar a la acción. Hay bastante trabajo, pero no es urgente. Si bien quiere esperar sentada, puede hacerlo. No creo que tarde en llegar su compañero.
El hombre retomaría su posición acomodada en la silla, si es que la chica no tenía alguna otra pregunta o cosa que decirle. Y tras ello, pasarían unos cuantos minutos, quizás unos cinco minutos. Unos minutos que realmente pasarían livianos, pues el flujo de gente entrando y saliendo en las salas de cura o tratamientos era bastante rápido.
Un chico aparecería por recepción pasado ese tiempo. Un chico bastante pequeño, de ojos celestes y cabellera azabache. Su cabello estaba bastante alborotado, como si recién se hubiese despertado de una intensa borrachera, y aunque de tamaño dispar, en general tenía una longitud corta. Tenía unas ojeras bastante pronunciadas, y bastantes pecas entre la nariz y los ojos. Vestía una camiseta de mangas cortas de tono blanco, con el símbolo de la lluvia en negro a mitad del pecho. Los pantalones eran anchos y cortos, de color negro también. Y calzaba unas sandalias shinobis de tono negro, acompañando al conjunto en armonía de no colores. Tenía atado al pantalón un portaobjetos, con un único pergamino pequeño en su interior. En el brazo derecho tenía atada la bandana de Amegakure, y a la espalda tenía una especie de bulto atado con vendas, y unas tiras de pelo en lo más alto.
El chico caminaría hasta el mostrador, y alzando la mirada sobre éste, aclararía la voz para reclamar la atención del recepcionista. —Buenos días, soy Ichikawa Arata, y vengo por la misión de limpieza.
Exactamente, ese parecía ser su compañero de actividades. Ese tipo peculiar, que quizás podía recordar de su promoción, pues tenían incluso la misma edad. Toda una casualidad.
El hombre asomó por encima del mostrador de nuevo, y realizó una leve reverencia, en la medida de lo posible. —Perfecto. Buenos días a ambos, y ya que están los dos aquí, podemos comenzar con la tarea.
»Por favor, acompáñenme. —Solicitó el hombre, tras haber saltado al suelo desde el asiento. Tras el mostrador, terminó por rodear el mueble, y señaló una puerta lateral de la sala. En la misma puerta de la entrada, había un cartel que ponía: Solo personal autorizado. Se podía sobreentender, que en ésta ocasión estaban autorizados.
Antes siquiera de emprender el camino, el chico observó por un instante a la kunoichi. Pareció dudar por un instante... ¿La conocía o no? Pero al final, terminó por hacer lo más sensato. —Me llamo Ichikawa Arata, encantado. —Se presentó formalmente a su compañera.
Podrían emprender el camino, acompañados evidentemente del hombre. Éste sería el primero en transvasar la puerta, dejando la misma aguantada para que pasasen ambos chicos. Se trataba ahora de un pasillo largo y amplio, de colores similares a los de fuera. Blancos techo y suelo, y azulado las paredes. En éste pasillo había al menos diez salas a cada lateral, cada una señalizada en la entrada como Quirófano "X", donde esa X era el número que tenía asignado. El hombre tomó un manojo de llaves del bolsillo, y abrió la puerta más cercana. En éste caso, no tenía un cartel de quirófano, éste estaba señalizado como Cuarto de limpiezas.
—Aquí podrán encontrar todo el material de limpieza que necesiten, así como un grifo y un desagüe para cambiar el agua del cubo. Yo tengo que esperar fuera, porque soy quien atiende a las personas que lleguen, así que podrán trabajar a su ritmo. Eso sí, revisaré que todo quede bien cuando estén listos. Todos éstos quirófanos han sido usados, y necesitan una desinfección correcta, así que usen guantes por favor. Y no escatimen en cambiar el agua todo lo necesario, por favor, que la vida de personas dependen de la higiene que se conserve.
El chico afirmó con un gesto de cabeza, parecía tenerlo todo claro.