11/02/2016, 11:33
Pese a su silencioso recelo, lo cierto era que algo dentro de Ayame se moría por hablar. Como un pájaro enjaulado, quería volar. Volar y gritar que sabía la verdad. Que sabía que la destrucción de Kusagakure se había producido a sus manos, que le había arrancado la vida a miles de personas en una sola noche sin ser siquiera consciente de ello... Que sabía que la habían utilizado para convertirla en un monstruo. Quería apoyarse en sus familiares y sus amigos, desahogarse con ellos... Pero no podía hacerlo. Simplemente, no podía.
Su padre y su hermano ya conocían esa verdad y la habían engañado. Daruu no conocía esa verdad, pero si lo hacía despertaría una respuesta negativa hacia la Arashikage.
Ayame no quería sembrar la discordia, y por eso se tragaba sus aullidos desesperados. Se limitaba a desahogarse llorando silenciosamente por las noches, cuando nadie podía escucharla, mientras pensaba una y otra vez qué era lo que debía hacer con aquella situación. Qué era lo que debía hacer para redimirse.
Y la conclusión a la que estaba llegando últimamente... Simplemente le aterraba.
—Bueeeno... —la voz de Daruu volvió a sobresaltarla. Se había sumergido demasiado en sus propios pensamientos sin darse cuenta, y prácticamente se había olvidado de que no estaba sola. El chico caminaba aparentemente ajeno a sus quebraderos de cabeza, con los brazos cruzados tras la nuca en un gesto relajado. No pudo evitar envidiarle—. Quiero ganar esa apuesta por una cuestión de dignidad, pero si me toca contra ti seguro que será un combate muy bueno. La última vez estuvo muy igualado.
—La verdad es que sí... Aunque terminaste ganándome —se había sonrojado, halagada por sus palabras.
En realidad, el final de aquel combate fue una especie de tregua pactada. Ayame se llevó una mano a la bandana en un gesto inconsciente, al recordar en el momento en el que se le había caído y cómo de desesperada estaba por recuperarla. Aquello había sido una derrota en toda regla. Si Daruu lo hubiese querido, podría haber terminado con ella en aquel mismo instante.
—Si no, siempre podríamos rendirnos los dos y joderles el pique, pero... Algo me dice que tú no podrías aceptar eso. No eres ese tipo de persona.
—¡No! ¡Rendirse no es una opción! —replicó, completamente horrorizada—. ¡Un shinobi debe seguir luchando hasta que no se pueda mantener en pie con tal de defender sus propósitos! Si no... —su mirada se deslizó durante un brevísimo instante hacia la espalda de Zetsuo—. Además, si lo hiciera, mi padre me desollaría viva —añadió, con una risilla.
Su padre y su hermano ya conocían esa verdad y la habían engañado. Daruu no conocía esa verdad, pero si lo hacía despertaría una respuesta negativa hacia la Arashikage.
Ayame no quería sembrar la discordia, y por eso se tragaba sus aullidos desesperados. Se limitaba a desahogarse llorando silenciosamente por las noches, cuando nadie podía escucharla, mientras pensaba una y otra vez qué era lo que debía hacer con aquella situación. Qué era lo que debía hacer para redimirse.
Y la conclusión a la que estaba llegando últimamente... Simplemente le aterraba.
—Bueeeno... —la voz de Daruu volvió a sobresaltarla. Se había sumergido demasiado en sus propios pensamientos sin darse cuenta, y prácticamente se había olvidado de que no estaba sola. El chico caminaba aparentemente ajeno a sus quebraderos de cabeza, con los brazos cruzados tras la nuca en un gesto relajado. No pudo evitar envidiarle—. Quiero ganar esa apuesta por una cuestión de dignidad, pero si me toca contra ti seguro que será un combate muy bueno. La última vez estuvo muy igualado.
—La verdad es que sí... Aunque terminaste ganándome —se había sonrojado, halagada por sus palabras.
En realidad, el final de aquel combate fue una especie de tregua pactada. Ayame se llevó una mano a la bandana en un gesto inconsciente, al recordar en el momento en el que se le había caído y cómo de desesperada estaba por recuperarla. Aquello había sido una derrota en toda regla. Si Daruu lo hubiese querido, podría haber terminado con ella en aquel mismo instante.
—Si no, siempre podríamos rendirnos los dos y joderles el pique, pero... Algo me dice que tú no podrías aceptar eso. No eres ese tipo de persona.
—¡No! ¡Rendirse no es una opción! —replicó, completamente horrorizada—. ¡Un shinobi debe seguir luchando hasta que no se pueda mantener en pie con tal de defender sus propósitos! Si no... —su mirada se deslizó durante un brevísimo instante hacia la espalda de Zetsuo—. Además, si lo hiciera, mi padre me desollaría viva —añadió, con una risilla.