11/02/2016, 13:41
(Última modificación: 11/02/2016, 13:42 por Amedama Daruu.)
—La verdad es que sí... Aunque terminaste ganándome. —Ayame se sonrojó, halagada.
«No hubo victoria ni derrota, ¿recuerdas, Ayame?». Pero Daruu sabía que lo recordaba, así que se limitó a sonreír. Ayame era siempre así: se infravaloraba a sí misma y se odiaba por haber perdido los papeles en aquél momento. En realidad, Daruu sólo le había ofrecido una pequeña tregua al verla así. Pero había estado muy lejos de ganar.
—Si no, siempre podríamos rendirnos los dos y joderles el pique, pero... Algo me dice que tú no podrías aceptar eso. No eres ese tipo de persona.
Ayame torció el gesto y pareció enfadarse.
—¡No! ¡Rendirse no es una opción! ¡Un shinobi debe seguir luchando hasta que no se pueda mantener en pie con tal de defender sus propósitos! Si no...
—Además, si lo hiciera, mi padre me desollaría viva. —rió.
Daruu suspiró y cerró los ojos.
—¿Y si el propósito que quieres defender no es ganar? —explicó—. ¿Y si el propósito es salvar la vida, o salvar a alguien? En este caso, ¿y si el propósito fuese fastidiarles la apuesta y reírnos de ellos?
Sonrió y le dio a Ayame un golpecito en el hombro con el puño.
—Venga, tonta, admítelo. Odias perder. No me engañas.
Le guiñó el ojo, y siguió su camino junto a toda la comitiva.
Tardaron aún media hora en llegar al borde de la entrada del risco. Era un camino de rocas serpenteante, que subía hasta llegar a una amplia apertura. Allí, un hombre vestido con una armadura de samurai, de cabello largo atado en una cinta blanca y un bigote anacrónico muy cuidado, les detuvo.
—¿Identificación?
—¡UN CHACA CHACA ÚN! —Un bramido delató a un hombre en taparrabos que estaba intentando cruzar ante otro guardia distinto—. ¡Te he dicho que Noka me conoce de sobra, soy un reputado hechicero, déjame pasar o lo laMENTARÁS. UN CHACA UN.
—Déjalo pasar, Hikiru, lo conocemos. Viene a comprar materiales a los mercaderes.
El guardia suspiró. El chamán entró y se perdió en el horizonte dando saltitos.
«Qué tío más raro...»
«No hubo victoria ni derrota, ¿recuerdas, Ayame?». Pero Daruu sabía que lo recordaba, así que se limitó a sonreír. Ayame era siempre así: se infravaloraba a sí misma y se odiaba por haber perdido los papeles en aquél momento. En realidad, Daruu sólo le había ofrecido una pequeña tregua al verla así. Pero había estado muy lejos de ganar.
—Si no, siempre podríamos rendirnos los dos y joderles el pique, pero... Algo me dice que tú no podrías aceptar eso. No eres ese tipo de persona.
Ayame torció el gesto y pareció enfadarse.
—¡No! ¡Rendirse no es una opción! ¡Un shinobi debe seguir luchando hasta que no se pueda mantener en pie con tal de defender sus propósitos! Si no...
«¿Es la victoria lo verdaderamente importante?»
—Además, si lo hiciera, mi padre me desollaría viva. —rió.
Daruu suspiró y cerró los ojos.
—¿Y si el propósito que quieres defender no es ganar? —explicó—. ¿Y si el propósito es salvar la vida, o salvar a alguien? En este caso, ¿y si el propósito fuese fastidiarles la apuesta y reírnos de ellos?
Sonrió y le dio a Ayame un golpecito en el hombro con el puño.
—Venga, tonta, admítelo. Odias perder. No me engañas.
Le guiñó el ojo, y siguió su camino junto a toda la comitiva.
Tardaron aún media hora en llegar al borde de la entrada del risco. Era un camino de rocas serpenteante, que subía hasta llegar a una amplia apertura. Allí, un hombre vestido con una armadura de samurai, de cabello largo atado en una cinta blanca y un bigote anacrónico muy cuidado, les detuvo.
—¿Identificación?
—¡UN CHACA CHACA ÚN! —Un bramido delató a un hombre en taparrabos que estaba intentando cruzar ante otro guardia distinto—. ¡Te he dicho que Noka me conoce de sobra, soy un reputado hechicero, déjame pasar o lo laMENTARÁS. UN CHACA UN.
—Déjalo pasar, Hikiru, lo conocemos. Viene a comprar materiales a los mercaderes.
El guardia suspiró. El chamán entró y se perdió en el horizonte dando saltitos.
«Qué tío más raro...»