4/06/2022, 16:26
Moguko insistió en que quería comprar una de esas armaduras, costase lo que costase. La chica avanzó hasta los bustos con armaduras, y tomó el guante de una de éstas. Lo observaba con detenimiento, pudiendo atisbar que realmente se trataba de una obra de una calidad extremadamente alta. Quizás podía compararlas con los aceros de su familia, o con cualquier otro apellido. Quizás no destacaba por mucho, pero no podía negarle una obra de mano totalmente dedicada. Tras un ligero deliberamiento, la kunoichi preguntó si estaría dispuesto a vendérsela por partes.
—Claro que podría hacerse así, joven. Pero ahora mismo... —¡Ya estoy de regreso, señor Hirohito. —Cortó el marionetista.
—Bueno, hablaremos de ello después, joven. Ahora toca trabajar.
El chico recién entraba por la puerta principal, y tras cerrar avanzó por el pasillo. El genin quedó mirando por un instante a la puerta abierta a su izquierda, la que daba justo a la sala donde se encontraba el resto. Paró en seco, y avanzó hacia ellos con una bolsa de papel, cuyo contenido era lo que el anciano había pedido. Sin demora, le entregaría la bolsa al hombre.
—Aquí está todo.
—Muy bien, joven. Gracias. Ahora que están los dos, podemos empezar el trabajo para el que les contraté. Siendo de familias dedicadas a ésto, seguro que tienen un ojo mucho mejor para lo que necesito. Para empezar, blandirán el arma que prefieran, y necesito que las golpeen con cualquier otra arma hasta que una de ellas parta. Pueden escoger armas de ésta sala o de la propia forja, eso es indiferente. Eso sí, tengan cuidado de no lesionarse. Si quieren pueden ponerse una armadura para protegerse.
El chico asintió, con la mirada aún clavada en el anciano. —Entendido. Lo que necesita es que experimentemos con las armas, y le digamos los fallos o cosas que se podrían mejorar en éstas, ¿verdad señor Horohito?.
—Así es, joven.
El chico caminó por el borde del tatami, buscando qué arma o armadura probar primero. Por un instante, miró a la kunoichi. —Miremos primero qué cosas probar, y ahora nos reunimos en el centro del tatami, señorita Moguko.
—Claro que podría hacerse así, joven. Pero ahora mismo... —¡Ya estoy de regreso, señor Hirohito. —Cortó el marionetista.
—Bueno, hablaremos de ello después, joven. Ahora toca trabajar.
El chico recién entraba por la puerta principal, y tras cerrar avanzó por el pasillo. El genin quedó mirando por un instante a la puerta abierta a su izquierda, la que daba justo a la sala donde se encontraba el resto. Paró en seco, y avanzó hacia ellos con una bolsa de papel, cuyo contenido era lo que el anciano había pedido. Sin demora, le entregaría la bolsa al hombre.
—Aquí está todo.
—Muy bien, joven. Gracias. Ahora que están los dos, podemos empezar el trabajo para el que les contraté. Siendo de familias dedicadas a ésto, seguro que tienen un ojo mucho mejor para lo que necesito. Para empezar, blandirán el arma que prefieran, y necesito que las golpeen con cualquier otra arma hasta que una de ellas parta. Pueden escoger armas de ésta sala o de la propia forja, eso es indiferente. Eso sí, tengan cuidado de no lesionarse. Si quieren pueden ponerse una armadura para protegerse.
El chico asintió, con la mirada aún clavada en el anciano. —Entendido. Lo que necesita es que experimentemos con las armas, y le digamos los fallos o cosas que se podrían mejorar en éstas, ¿verdad señor Horohito?.
—Así es, joven.
El chico caminó por el borde del tatami, buscando qué arma o armadura probar primero. Por un instante, miró a la kunoichi. —Miremos primero qué cosas probar, y ahora nos reunimos en el centro del tatami, señorita Moguko.