14/06/2022, 02:41
(Última modificación: 14/06/2022, 02:42 por Uchiha Datsue.)
La electricidad fluyó peligrosamente por Daigo, en una técnica que la Matasanos había visto ejecutar cientos de veces a otra persona. Sintió una punzada en el pecho al recordarla, y saltó atrás casi sin tiempo para evitarla.
—¡Avisa hijoputa! —le soltó, enfadada. Le había ayudado a levantarse y todavía estaba demasiado pegado a él como para no comérsela.
La variante del Chidori siguió su curso, impactando en el Esclavo y el cirujano. El segundo chilló. El primero ni dejó escapar un simple quejido, pese a que se le notaba en el cuerpo que le había afectado la técnica.
—¡Apartaos! ¡Es mío! ¡ES MÍO! —exigió Chillidos, colocándose al frente. De su cuerpo surgieron múltiples huesos puntiagudos que le convirtieron en una mole intocable.
Y entonces, empezó su danza. De movimientos fluidos, su cuerpo giraba y giraba como una peonza descargando frenéticamente un golpe tras otro. Pero el Esclavo no se achantó. Sus movimientos eran cada vez más precisos, como si a medida que el combate se iba alargando, leyese mejor a su rival. Cada hueso que iba en su dirección, él lo detenía con un golpe con el canto de la mano, con un codazo en un movimiento circular, con una patada con el talón.
Al principio, a Daigo se le pudo asemejar al estilo de combate que había visto en Daruu. En los Hyūga. Pero aquel era distinto. Sin uso de chakra, más contundente y directo. Si tuviese que apostar por un arte marcial, probablemente el karate sería el que más se le amoldase.
Chillidos era impresionante, pero el Esclavo estaba medio peldaño por encima. Tras esquivar un navajazo al cuello echándose hacia abajo, corto un hueso con el canto de la mano y por primera vez, cerró el puño con fuerza.
—¡Gōken Ryū!
El puñetazo se hundió en el estómago desprotegido de Chillidos y por un momento su espina dorsal se dobló tanto hacia afuera que pareció que fuese a atravesarla. Cayó de rodillas y el Esclavo le sujetó el cráneo con una mano, alzándole a media altura.
—Voy a partirte todos los huesos.
Y apretó. Y Chillidos chilló. No consumido por la locura, como en el Ojete de Ōnindo, sino de dolor.
—¡Avisa hijoputa! —le soltó, enfadada. Le había ayudado a levantarse y todavía estaba demasiado pegado a él como para no comérsela.
La variante del Chidori siguió su curso, impactando en el Esclavo y el cirujano. El segundo chilló. El primero ni dejó escapar un simple quejido, pese a que se le notaba en el cuerpo que le había afectado la técnica.
—¡Apartaos! ¡Es mío! ¡ES MÍO! —exigió Chillidos, colocándose al frente. De su cuerpo surgieron múltiples huesos puntiagudos que le convirtieron en una mole intocable.
Y entonces, empezó su danza. De movimientos fluidos, su cuerpo giraba y giraba como una peonza descargando frenéticamente un golpe tras otro. Pero el Esclavo no se achantó. Sus movimientos eran cada vez más precisos, como si a medida que el combate se iba alargando, leyese mejor a su rival. Cada hueso que iba en su dirección, él lo detenía con un golpe con el canto de la mano, con un codazo en un movimiento circular, con una patada con el talón.
Al principio, a Daigo se le pudo asemejar al estilo de combate que había visto en Daruu. En los Hyūga. Pero aquel era distinto. Sin uso de chakra, más contundente y directo. Si tuviese que apostar por un arte marcial, probablemente el karate sería el que más se le amoldase.
Chillidos era impresionante, pero el Esclavo estaba medio peldaño por encima. Tras esquivar un navajazo al cuello echándose hacia abajo, corto un hueso con el canto de la mano y por primera vez, cerró el puño con fuerza.
—¡Gōken Ryū!
El puñetazo se hundió en el estómago desprotegido de Chillidos y por un momento su espina dorsal se dobló tanto hacia afuera que pareció que fuese a atravesarla. Cayó de rodillas y el Esclavo le sujetó el cráneo con una mano, alzándole a media altura.
—Voy a partirte todos los huesos.
Y apretó. Y Chillidos chilló. No consumido por la locura, como en el Ojete de Ōnindo, sino de dolor.