15/06/2022, 16:05
—Quizas deberiamos parar un rato en la costa más cercana, me jode admitirlo, pero no creo que vayamos a alcanzar a Yuuna antes de que ella llegué al hierro, y seria conveniente que nosotros llegásemos en el mejor estado posible. Así Katsudon podrá comer algo y asentar el estómago, y podemos discutir un poco el plan de como queremos entrar en país del hierro.
—Quizás tengas razón, Reiji-kun —asintió el Hachibi—. A veces se me olvida que no somos... la misma especie. Yo podría aguantar hasta allí.
—¿Los bijū no comen? —se interesó Katsudon—. ¿Y de dónde sacan tanta energía?
—El jūbi. Y el chakra en la naturaleza. Una mezcla de las dos cosas. Nos cansamos como vosotros, claro, pero es cierto que no estamos atados a vuestras... necesidades básicas. Ahora bien, una buena siesta no viene del todo mal...
Gyūki entrecerró los ojos, y de pronto, detuvo su marcha. Se quedó muy quieto, la mirada fija en el horizonte.
Se extendió una extraña quietud. Fue como si el oleaje del mar se detuviera por completo unos segundos, y luego se replegara hacia un epicentro lejano. Finalmente las olas volvieron, pero con forma circular. Un fenómento harto extraño, aquél. Katsudon observaba pálido como la cera, pero no se atrevió a decir nada. Gyūki, por su parte, tensó tanto los brazos que Reiji sintió el suelo bajo sus pies elevarse ligeramente.
—Quizás tengas razón, Reiji-kun —asintió el Hachibi—. A veces se me olvida que no somos... la misma especie. Yo podría aguantar hasta allí.
—¿Los bijū no comen? —se interesó Katsudon—. ¿Y de dónde sacan tanta energía?
—El jūbi. Y el chakra en la naturaleza. Una mezcla de las dos cosas. Nos cansamos como vosotros, claro, pero es cierto que no estamos atados a vuestras... necesidades básicas. Ahora bien, una buena siesta no viene del todo mal...
Gyūki entrecerró los ojos, y de pronto, detuvo su marcha. Se quedó muy quieto, la mirada fija en el horizonte.
Se extendió una extraña quietud. Fue como si el oleaje del mar se detuviera por completo unos segundos, y luego se replegara hacia un epicentro lejano. Finalmente las olas volvieron, pero con forma circular. Un fenómento harto extraño, aquél. Katsudon observaba pálido como la cera, pero no se atrevió a decir nada. Gyūki, por su parte, tensó tanto los brazos que Reiji sintió el suelo bajo sus pies elevarse ligeramente.