22/10/2022, 17:08
La disposición defensiva por parte de los proyectos de fuga era clara. La Matasanos permanecía junto a la puerta del despacho, vigilante para que el Esclavo que había al otro lado no les pillase desprevenidos por un flanco. Chillidos, harto de esperar, se había situado junto a uno de los clones de Daigo, en primera fila. La Llorona también estaba junto a ellos, aunque a sus espaldas, pegada a la pared. La Hambrienta, Risitas y la Faraonesa ayudaban a Daigo en su búsqueda de la salida. Mirando debajo de la cama, de las alfombras, revolviéndolo todo.
Daigo arrancó el cuadro de la pared y, ¡bang!, primer golpe de suerte. O, más bien, de esperanza. Porque allí, escondido, halló una caja fuerte. Tenía una rueda con la que podías combinar números —que se componía de cuatro cifras en total, del cero al nueve—.
La cuestión era, ¿cómo iba a abrirlo? No parecía de estas cajas fuertes blandengues que se ponen en un hotel de mala muerte.
La visión que tuvieron los Daigos y Chilidos fue desoladora. Al menos había bajado una docena de Esclavos, custodiando a una Nathifa que caminaba en el centro, bastón en mano. Había tres figuras que destacaban sobre el resto, iban en primera línea, y portaban una máscara parecida a los que llevarían los ANBUs, pero con símbolos dibujados en su superficie avalada en vez de figuras de animales.
Una línea serpenteante dorada, que recordaba a un río, sobre un fondo negro; una pirámide dorada sobre un fondo negro; un torbellino de arena dorado, sobre un fondo negro.
—¿La Tríada de Sanbei? ¡Imposible! ¿Qué hace aquí? —En el tono de su voz Daigo halló algo nuevo, algo que no había sentido nunca proveniente de él. Algo demasiado parecido al miedo.
Nathifa chasqueó la lengua tres veces, como una madre que reprende a su retoño por portarse mal.
—Os doy una segunda oportunidad —dijo Nathifa, haciendo caso omiso a la pregunta—. La oportunidad de redimiros. De demostrar que sois aptos para reinsertaros en la sociedad. Tan solo teníais que aceptar el castigo por vuestros pecados, treinta años más en vuestras celdas sin molestar, y hubieseis salido libres. Con una nueva vida.
»Pero no. Se ve que la delincuencia corre por vuestras venas.
Daigo arrancó el cuadro de la pared y, ¡bang!, primer golpe de suerte. O, más bien, de esperanza. Porque allí, escondido, halló una caja fuerte. Tenía una rueda con la que podías combinar números —que se componía de cuatro cifras en total, del cero al nueve—.
La cuestión era, ¿cómo iba a abrirlo? No parecía de estas cajas fuertes blandengues que se ponen en un hotel de mala muerte.
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La visión que tuvieron los Daigos y Chilidos fue desoladora. Al menos había bajado una docena de Esclavos, custodiando a una Nathifa que caminaba en el centro, bastón en mano. Había tres figuras que destacaban sobre el resto, iban en primera línea, y portaban una máscara parecida a los que llevarían los ANBUs, pero con símbolos dibujados en su superficie avalada en vez de figuras de animales.
Una línea serpenteante dorada, que recordaba a un río, sobre un fondo negro; una pirámide dorada sobre un fondo negro; un torbellino de arena dorado, sobre un fondo negro.
—¿La Tríada de Sanbei? ¡Imposible! ¿Qué hace aquí? —En el tono de su voz Daigo halló algo nuevo, algo que no había sentido nunca proveniente de él. Algo demasiado parecido al miedo.
Nathifa chasqueó la lengua tres veces, como una madre que reprende a su retoño por portarse mal.
—Os doy una segunda oportunidad —dijo Nathifa, haciendo caso omiso a la pregunta—. La oportunidad de redimiros. De demostrar que sois aptos para reinsertaros en la sociedad. Tan solo teníais que aceptar el castigo por vuestros pecados, treinta años más en vuestras celdas sin molestar, y hubieseis salido libres. Con una nueva vida.
»Pero no. Se ve que la delincuencia corre por vuestras venas.