29/10/2022, 00:31
Daigo probó una combinación al azar que resultó ser errónea.
La Hambrienta, desesperada, empezó a buscar entre los libros de las estanterías. Cada vez que tomaba uno lo tiraba al suelo después de gritar el título, por si a alguno de la habitación le resultaba una pista, una ayuda. Había libros de política. Un gran tomo que seguía toda la familia feudal que había gobernado alguna vez Kaze no Kuni. Otro gran tomo que se enfocaba más en las traiciones y matanzas que habían llevado a cada Daimyō a hacerse con el poder. También había un libro de Sanbei Sid. Otro de sus famosas pirámides. Otro del Río de Oro. Varios de matemáticas y aritmética, algunos de ellos con un enfoque místico y no tanto racional.
—Será reputa… ¿Se va de listilla por leerse libros de ecuaciones? ¡Seguro que no entiende nada! —escupió la Hambrienta.
—¿Alguien sabe su cumpleaños?
Todos miraron a Risitas, que de pronto se había empezado a descojonar tirado en la cama. Cuando su risa terminó por morir en sus labios, se quedó en silencio, mirando al techo.
Entre el humo generado por Daigo, uno de los ninjas de la Tríada de Sanbei —concretamente, el que portaba la máscara del torbellino dorado— desplegó un abanico gigante que portaba tras la espalda y lo abanicó hacia el frente. Una vez. Eso solo bastó para generar una red de múltiples y estrechas corrientes de viento que pulverizaron los clones ilusorios de Daigo y cortaron el polvo en el aire, moviéndolo y aclarando un poco el pasillo.
—No sirve de nada continuar luchando —dijo, abatido, Chillidos. Dejó caer su espalda en la pared donde se había refugiado Daigo y la Llorona, y sus pies resbalaron por el suelo hasta caer sentado en el suelo—. Hemos perdido.
Al final del pasillo, la Matasanos les miraba con urgencia.
—¿¡Cuántos son!? ¡¿Necesitáis ayuda ahí?!
La Hambrienta, desesperada, empezó a buscar entre los libros de las estanterías. Cada vez que tomaba uno lo tiraba al suelo después de gritar el título, por si a alguno de la habitación le resultaba una pista, una ayuda. Había libros de política. Un gran tomo que seguía toda la familia feudal que había gobernado alguna vez Kaze no Kuni. Otro gran tomo que se enfocaba más en las traiciones y matanzas que habían llevado a cada Daimyō a hacerse con el poder. También había un libro de Sanbei Sid. Otro de sus famosas pirámides. Otro del Río de Oro. Varios de matemáticas y aritmética, algunos de ellos con un enfoque místico y no tanto racional.
—Será reputa… ¿Se va de listilla por leerse libros de ecuaciones? ¡Seguro que no entiende nada! —escupió la Hambrienta.
—¿Alguien sabe su cumpleaños?
Todos miraron a Risitas, que de pronto se había empezado a descojonar tirado en la cama. Cuando su risa terminó por morir en sus labios, se quedó en silencio, mirando al techo.
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Entre el humo generado por Daigo, uno de los ninjas de la Tríada de Sanbei —concretamente, el que portaba la máscara del torbellino dorado— desplegó un abanico gigante que portaba tras la espalda y lo abanicó hacia el frente. Una vez. Eso solo bastó para generar una red de múltiples y estrechas corrientes de viento que pulverizaron los clones ilusorios de Daigo y cortaron el polvo en el aire, moviéndolo y aclarando un poco el pasillo.
—No sirve de nada continuar luchando —dijo, abatido, Chillidos. Dejó caer su espalda en la pared donde se había refugiado Daigo y la Llorona, y sus pies resbalaron por el suelo hasta caer sentado en el suelo—. Hemos perdido.
Al final del pasillo, la Matasanos les miraba con urgencia.
—¿¡Cuántos son!? ¡¿Necesitáis ayuda ahí?!