31/10/2022, 10:56
(Última modificación: 1/11/2022, 12:15 por Uchiha Datsue. Editado 1 vez en total.)
La Matasanos lo resumió en pocas palabras:
—Que nos están dando bien por el culo. —Recortó la distancia que les separaba de rápidas zancadas. Comprendió lo que estaba haciendo, y pegó su oreja a la puerta de acero. Su oído no era malo—. Al menos una docena de guardias y Nathifa en persona. Tu clon y Chillidos apenas nos darán un par de minutos más, con suerte.
—No me digas —replicó Nathifa, dando un sonoro golpe con el bastón en el suelo.
Pirámide Dorada terminó por colocarse entre Nathifa y Daigo. Al otro lado, Chillidos emitió un nuevo chillido. Esta vez de dolor. Acababan de acertarle con otra técnica. Una cortante que le había dejado el pecho con una brecha de carne al descubierto y sangre. La luz de sus ojos se fue apagando lentamente. Moría. El terror del Ojete de Ōnindo. El tío más duro de aquel pozo de mierda. El único que, se rumoreaba, había resistido el sello de esclavitud perdiendo la cordura por el camino.
Levantó los dedos índice y apuntó a las tuberías de neón que iluminaban el pasillo. Con su último aliento, las reventó de sendos balazos.
La oscuridad se hizo.
—¡Udhín! —gritó alguien. Daigo intuyó que la voz provenía de la zona donde se encontraba Río Dorado. Y entonces… oyó un estruendo. Uno que le obligó a taparse los oídos. Una bomba sonora, probablemente.
Nacieron tres orbes incandescentes alrededor de la figura de Pirámide Dorada, cuyas orejas estaban tapadas por sus manos, probablemente antes incluso de que la bomba estallase, avisado por su compañero en aquella extraña lengua. Tres orbes que emitían una calor inusitada, parecían hechos de fuego, aunque no lo eran. No exactamente. La luz que irradiaban, sin embargo, bastaron para iluminar a su creador, a Daigo y a Nathifa.
Una de estas esferas salió disparada hacia Daigo a velocidad muy rápida, a dos metros de su posición.
¿Qué haría?
—Que nos están dando bien por el culo. —Recortó la distancia que les separaba de rápidas zancadas. Comprendió lo que estaba haciendo, y pegó su oreja a la puerta de acero. Su oído no era malo—. Al menos una docena de guardias y Nathifa en persona. Tu clon y Chillidos apenas nos darán un par de minutos más, con suerte.
• • •
—No me digas —replicó Nathifa, dando un sonoro golpe con el bastón en el suelo.
Pirámide Dorada terminó por colocarse entre Nathifa y Daigo. Al otro lado, Chillidos emitió un nuevo chillido. Esta vez de dolor. Acababan de acertarle con otra técnica. Una cortante que le había dejado el pecho con una brecha de carne al descubierto y sangre. La luz de sus ojos se fue apagando lentamente. Moría. El terror del Ojete de Ōnindo. El tío más duro de aquel pozo de mierda. El único que, se rumoreaba, había resistido el sello de esclavitud perdiendo la cordura por el camino.
Levantó los dedos índice y apuntó a las tuberías de neón que iluminaban el pasillo. Con su último aliento, las reventó de sendos balazos.
La oscuridad se hizo.
—¡Udhín! —gritó alguien. Daigo intuyó que la voz provenía de la zona donde se encontraba Río Dorado. Y entonces… oyó un estruendo. Uno que le obligó a taparse los oídos. Una bomba sonora, probablemente.
Nacieron tres orbes incandescentes alrededor de la figura de Pirámide Dorada, cuyas orejas estaban tapadas por sus manos, probablemente antes incluso de que la bomba estallase, avisado por su compañero en aquella extraña lengua. Tres orbes que emitían una calor inusitada, parecían hechos de fuego, aunque no lo eran. No exactamente. La luz que irradiaban, sin embargo, bastaron para iluminar a su creador, a Daigo y a Nathifa.
Una de estas esferas salió disparada hacia Daigo a velocidad muy rápida, a dos metros de su posición.
¿Qué haría?