3/11/2022, 02:37
Sin Piernas había entrado en una espiral de muerte y destrucción, y no se detenía ante nada ni nadie. Claro que, seguía sin tener piernas, o al menos lo parecía con lo jodidamente lento que era. Río Dorado se apartó de él a tiempo, resbalando la espalda por el suelo tras un fuerte empujón con la pierna. Colisionó la cabeza contra el muro del pasillo, y realizó un sello. Un único sello antes de que Daigo le alcanzase. Cuando este fue a golpearle, él expulsó niebla por la boca.
Pero Daigo ya le tenía sujeto, y aunque perdiese la referencia visual por un momento, pudo seguir acertándole los golpes. Uno. Dos. La máscara salió volando y se vio el rostro ensangrentado de un hombre mayor, al borde del colapso, pero todavía consciente. Entonces Daigo pudo darse cuenta de que algo iba mal.
Le ardía la piel. La boca al respirar. Los ojos. Todo. La niebla... ¡La niebla era corrosiva! No solo le dañaba a él. El guarda que había intentado apuñalarle sufría también la corrosión. Torbellino Dorado veía cómo su ropa se iba quemando. Llorona. El otro guardia. Todos la sufrían.
Aquel sitio se había convertido en el pasillo de la muerte.
En la habitación, La Matasanos puso una nueva combinación y…
—¡Te tengo, hijo de puta!
—¡¿ENTERA?!
—¡No! ¡Solo otro número! ¡El primer número y el tercero son un uno! Qué cojones… ¿Serán todos unos? —Lo probó para descartar, pero no, no lo era—. ¿Qué coño puede ser?
—Esperad, esperad. Me empieza a sonar a algo… Esto… Lo tengo en la punta de la lengua.
—Otra de tus tonterías no, por favor.
—No, no, no. Es… Joder, ¿no es así cómo empieza el número de oro? ¡Pensadlo, guarda relación con las pirámides de Sanbei! ¡Uno coma seis, uno… no sé qué!
A la Matasanos casi se le para el corazón.
—Pues ahora que lo dices, igual…
—Esperadesperadesperad. ¡Estaba por aquí! ¡En uno de estos putos…! ¡No, en este no! ¡Este de aquí! ¡La magia detrás de los números!
—¡Busca en el puto índice! ¡Busca en el apartado de pirámides! —gritaron ambas a la vez.
Se oyó un grito desde el pasillo. Poco después, debajo de la puerta, una fina cortina de niebla empezó a colarse sin que nadie se diese cuenta.
—¡Uno, seis, uno, ocho! ¡EL NÚMERO DE ORO!
Con dedos temblorosos, la Matasanos puso la combinación y…
Pero Daigo ya le tenía sujeto, y aunque perdiese la referencia visual por un momento, pudo seguir acertándole los golpes. Uno. Dos. La máscara salió volando y se vio el rostro ensangrentado de un hombre mayor, al borde del colapso, pero todavía consciente. Entonces Daigo pudo darse cuenta de que algo iba mal.
Le ardía la piel. La boca al respirar. Los ojos. Todo. La niebla... ¡La niebla era corrosiva! No solo le dañaba a él. El guarda que había intentado apuñalarle sufría también la corrosión. Torbellino Dorado veía cómo su ropa se iba quemando. Llorona. El otro guardia. Todos la sufrían.
Aquel sitio se había convertido en el pasillo de la muerte.
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En la habitación, La Matasanos puso una nueva combinación y…
—¡Te tengo, hijo de puta!
—¡¿ENTERA?!
—¡No! ¡Solo otro número! ¡El primer número y el tercero son un uno! Qué cojones… ¿Serán todos unos? —Lo probó para descartar, pero no, no lo era—. ¿Qué coño puede ser?
—Esperad, esperad. Me empieza a sonar a algo… Esto… Lo tengo en la punta de la lengua.
—Otra de tus tonterías no, por favor.
—No, no, no. Es… Joder, ¿no es así cómo empieza el número de oro? ¡Pensadlo, guarda relación con las pirámides de Sanbei! ¡Uno coma seis, uno… no sé qué!
A la Matasanos casi se le para el corazón.
—Pues ahora que lo dices, igual…
—Esperadesperadesperad. ¡Estaba por aquí! ¡En uno de estos putos…! ¡No, en este no! ¡Este de aquí! ¡La magia detrás de los números!
—¡Busca en el puto índice! ¡Busca en el apartado de pirámides! —gritaron ambas a la vez.
Se oyó un grito desde el pasillo. Poco después, debajo de la puerta, una fina cortina de niebla empezó a colarse sin que nadie se diese cuenta.
—¡Uno, seis, uno, ocho! ¡EL NÚMERO DE ORO!
Con dedos temblorosos, la Matasanos puso la combinación y…