11/11/2022, 20:54
Todos habían quedado anonadados ante el acontecimiento. Todos excepto la pequeña, que casi parecía verlo como algo habitual, algo cotidiano. Quizás llevaba días viendo ésta misma escena, pues parecía tener bastante información del hecho. Lo extraño era que nadie más se hubiese dado cuenta, o que nadie hubiese echado en falta a los posibles reclusos de éste pueblo. Era pronto para sacar conclusiones precipitadas, pero se veía realmente extraño todo.
Fue entonces que Moguko se atrevió a avanzar, hasta trató de lanzar la mano para ayudar al anciano. El titiritero era algo más frío, algo más hecho a buscar explicaciones antes de reaccionar, buscar una lógica en los hechos. Así pues, lanzó su mano para detener a la chica, agarrándola del otro brazo para que ésta viese su movimiento mermado. —Por favor, detente.
—¡No lo hagas! —A su vez, la kunoichi también fue agarrada por parte de la pequeña. Ésta se aferró a su pierna derecha, haciendo también imposible que la kunoichi llegase a tocar al anciano, o siquiera a atravesar la línea imaginaria que concurría la cárcel.
—¡YIA VALE DE JUEGUECITOS! ¡GAMBERROS!
El anciano pareció echar las culpas de lo sucedido a los chicos. Pensado en frío, eran los únicos allí presentes, y no había ni muros ni nada que pudiesen haberle causado ese dolor. Tenía el ceño claramente fruncido, y se levantó entre espasmos y temblores, de una mala gana que casi asustaba. Apenas se levantó, el hombre alzó su diestra hacia el joven, acusándolo con su dedo índice. Avanzó furibundo, como queriendo decirle de todo menos bonito, mas no pudo avanzar demasiado.
—¡¡Vosotros!! ¡Hijos de una hien...! —Sus furiosas palabras no llegaron a desenvolverse en un torrente de palabrotas y herejías, pues apenas su dedo topó contra el vórtice de la cárcel imaginaria, se dobló hacia detrás. Era como si verdaderamente hubiese chocado contra algo. De hecho, se podía ver un leve reflejo verde, como una cortina de chakra que impedía al anciano avanzar, fuere por donde fuere que éste lo intentase.
—¿Ves eso... ?
Claramente la pregunta iba para su compañera. Entre tanto, el anciano no hacía más que cabrearse más, y perder los estribos. Parecía estar convencido de que los jóvenes le estaban gastando una cruel broma. Y ante esa situación, la pequeña trataba de calmarlo. Casi era como si hubiese vivido ese día varias decenas de veces.
Fue entonces que Moguko se atrevió a avanzar, hasta trató de lanzar la mano para ayudar al anciano. El titiritero era algo más frío, algo más hecho a buscar explicaciones antes de reaccionar, buscar una lógica en los hechos. Así pues, lanzó su mano para detener a la chica, agarrándola del otro brazo para que ésta viese su movimiento mermado. —Por favor, detente.
—¡No lo hagas! —A su vez, la kunoichi también fue agarrada por parte de la pequeña. Ésta se aferró a su pierna derecha, haciendo también imposible que la kunoichi llegase a tocar al anciano, o siquiera a atravesar la línea imaginaria que concurría la cárcel.
—¡YIA VALE DE JUEGUECITOS! ¡GAMBERROS!
El anciano pareció echar las culpas de lo sucedido a los chicos. Pensado en frío, eran los únicos allí presentes, y no había ni muros ni nada que pudiesen haberle causado ese dolor. Tenía el ceño claramente fruncido, y se levantó entre espasmos y temblores, de una mala gana que casi asustaba. Apenas se levantó, el hombre alzó su diestra hacia el joven, acusándolo con su dedo índice. Avanzó furibundo, como queriendo decirle de todo menos bonito, mas no pudo avanzar demasiado.
—¡¡Vosotros!! ¡Hijos de una hien...! —Sus furiosas palabras no llegaron a desenvolverse en un torrente de palabrotas y herejías, pues apenas su dedo topó contra el vórtice de la cárcel imaginaria, se dobló hacia detrás. Era como si verdaderamente hubiese chocado contra algo. De hecho, se podía ver un leve reflejo verde, como una cortina de chakra que impedía al anciano avanzar, fuere por donde fuere que éste lo intentase.
—¿Ves eso... ?
Claramente la pregunta iba para su compañera. Entre tanto, el anciano no hacía más que cabrearse más, y perder los estribos. Parecía estar convencido de que los jóvenes le estaban gastando una cruel broma. Y ante esa situación, la pequeña trataba de calmarlo. Casi era como si hubiese vivido ese día varias decenas de veces.