30/11/2022, 19:31
El rastro de humo llevó a Sasaki Reiji a un sendero entablillado con listones de madera atados rudimentariamente con una cuerda: parecía obra de alguien poco habilidoso, pero cumplía su función. Más o menos. Caminando incómodamente a través de los listones y sorteando algún hueco con un tronquito ausente, comenzó a escuchar una voz conocida. El tono era bastante apurado.
—¡¡No, esperad!! ¡¡Esto tiene que contar como canibalismo!! ¡¡NO ESTOY BUENO, A PESAR DE QUE LO APARENTO!! —Era, sin duda, la voz de Akimichi Katsudon. Tampoco había dudas de que se encontraba en un brete: atado en un grueso tronco, el más grueso que los orangutanes habían conseguido hallar.
¿Los orangutanes? Ah, sí, enseguida lo explico.
Katsudon estaba dando vueltas, como si se tratara de un pollo bastante gordo al que están tratando de asar. El humo venía de la hoguera sobre la que rotaba, el mecanismo accionado por dos rudos orangutanes llenos de cicatrices. Había otros dos, de brazos cruzados y mirada ausente. Gracias a su despiste, quizás propiciado por el hambre, Reiji no tendría ningún problema en esconderse entre la maleza.
Desde allí, no le sería difícil observar detenidamente la escena. El claro parecía un rudimentario poblado. No eran muchos los individuos, tal vez unos ocho. Pero todos ellos llevaban un cinto, y atado al cinto una katana mellada bastante desagradable.
En efecto, si decidía emprender un rescate, no le sería tarea fácil. Dos de estos simios accionaban la improvisada barbacoa. Dos guardaban al frente, y otros dos guardaban a la espalda. Dos estaban dormidos bajo la sombra de un cocotero cargadísimo de frutos, allá a al menos quince metros de distancia. y los otros dos se habían montado una especie de red para jugar al voleibol con un coco.
De pronto, Reiji sintió hambre. Eso no era buena señal. Porque lo único que olía a comida allí era su buen amigo.
—¡¡No, esperad!! ¡¡Esto tiene que contar como canibalismo!! ¡¡NO ESTOY BUENO, A PESAR DE QUE LO APARENTO!! —Era, sin duda, la voz de Akimichi Katsudon. Tampoco había dudas de que se encontraba en un brete: atado en un grueso tronco, el más grueso que los orangutanes habían conseguido hallar.
¿Los orangutanes? Ah, sí, enseguida lo explico.
Katsudon estaba dando vueltas, como si se tratara de un pollo bastante gordo al que están tratando de asar. El humo venía de la hoguera sobre la que rotaba, el mecanismo accionado por dos rudos orangutanes llenos de cicatrices. Había otros dos, de brazos cruzados y mirada ausente. Gracias a su despiste, quizás propiciado por el hambre, Reiji no tendría ningún problema en esconderse entre la maleza.
Desde allí, no le sería difícil observar detenidamente la escena. El claro parecía un rudimentario poblado. No eran muchos los individuos, tal vez unos ocho. Pero todos ellos llevaban un cinto, y atado al cinto una katana mellada bastante desagradable.
En efecto, si decidía emprender un rescate, no le sería tarea fácil. Dos de estos simios accionaban la improvisada barbacoa. Dos guardaban al frente, y otros dos guardaban a la espalda. Dos estaban dormidos bajo la sombra de un cocotero cargadísimo de frutos, allá a al menos quince metros de distancia. y los otros dos se habían montado una especie de red para jugar al voleibol con un coco.
De pronto, Reiji sintió hambre. Eso no era buena señal. Porque lo único que olía a comida allí era su buen amigo.