16/02/2016, 12:39
(Última modificación: 16/02/2016, 12:40 por Amedama Daruu.)
Su vida eran los calmantes y los paseos. Calmantes, paseos, calmantes, paseos. Así había sido desde que abandonara el hospital con el alta, y así sería hasta que la piel le doliese lo suficientemente poco como para ponerse a darle tortas a un tronco, o a correr, o a brincar. Si algo había sacado de su combate contra Nabi era la pasión y la convicción por volverse más fuerte, y el conocimiento de que había ninjas que le igualaban en fuerza, incluso le superaban, a pesar de que tuviesen la misma edad.
¿Era quizás ese afán de superación, esa curiosidad por ver hasta dónde podía llegar, lo que le impulsaba ahora a moverse hacia adelante en lugar del mero placer de desarrollar nuevas técnicas como si fueran recetas de cocina, como había sido hasta ahora?
Durante el combate con Nabi, se había dado cuenta: disfrutaba peleando. Resultaba extraño que uno disfrutase de algo que le hacía sufrir tanto. Quizás eran los calmantes, pero se había descubierto con ganas de más. De una revancha, y también de pelear contra más gente. De descubrir los movimientos de los demás, sus estilos, de retarse para superarlos.
De locos. «¿Es esto lo que impulsa a todo el mundo a trabajar en algo tan peligroso y a veces tan sucio?»
Vestía un uwagi gris y unos pantalones cómodos. Lo que no cubría esa ropa lo cubrían los vendajes, que le arropaban medio cuerpo incluyendo la mitad de la cara. Estaba sentado al borde de un cilindro de piedra de varios metros de alto y una enorme extensión: uno de los campos de combate de los dojos. Allí, tranquilo, se dejaba mecer por el viento después de un largo paseo y observaba con atención las copas de los árboles de un bosquecillo que se extendía a lo lejos.
¿Era quizás ese afán de superación, esa curiosidad por ver hasta dónde podía llegar, lo que le impulsaba ahora a moverse hacia adelante en lugar del mero placer de desarrollar nuevas técnicas como si fueran recetas de cocina, como había sido hasta ahora?
Durante el combate con Nabi, se había dado cuenta: disfrutaba peleando. Resultaba extraño que uno disfrutase de algo que le hacía sufrir tanto. Quizás eran los calmantes, pero se había descubierto con ganas de más. De una revancha, y también de pelear contra más gente. De descubrir los movimientos de los demás, sus estilos, de retarse para superarlos.
De locos. «¿Es esto lo que impulsa a todo el mundo a trabajar en algo tan peligroso y a veces tan sucio?»
Vestía un uwagi gris y unos pantalones cómodos. Lo que no cubría esa ropa lo cubrían los vendajes, que le arropaban medio cuerpo incluyendo la mitad de la cara. Estaba sentado al borde de un cilindro de piedra de varios metros de alto y una enorme extensión: uno de los campos de combate de los dojos. Allí, tranquilo, se dejaba mecer por el viento después de un largo paseo y observaba con atención las copas de los árboles de un bosquecillo que se extendía a lo lejos.