16/02/2016, 20:55
Dio un pequeño respingo cuando por la periferia de su campo visual penetró un objeto color crema, e inmediatamente se arrepintió de haberlo dado. La piel en proceso de curación, seca, le tiró bajo las vendas. Gimió con fastidio, y se giró, con cuidado, para comprobar de qué se trataba. Una mochila, color caqui. Alguien la había tirado desde abajo. Iba a inclinarse para ver quién había sido, pero se le adelantó.
Era un niño, como él. O eso creía, porque en cuanto escuchó su voz descubrió que en realidad se trataba de una chica. Llevaba el pelo rasurado por el lado izquierdo y largo por el derecho, algo poco común, pero que, tuvo que admitir, le sentaba bien, le pegaba. Le pegaba a alguien que lanzaba las mochilas hacia arriba de esa manera y que hablaba con esa energía, claro, porque tampoco es que la conociera de otra cosa. Sus ojos eran grises como el acero. Quizás lo más característico fuera su piel, de color café, un color amarronado que no estaba acostumbrado ver. Poca gente era tan morena allá por el País de la Lluvia.
—¡Vaya, espero no haberte dado un mochilazo! No querría romperte una costilla o algo así.
«Pues casi. Casi me das». Negó con la cabeza.
—Así que Hanaiko Daruu, ¿eh? Ese tal...
—¿Nabi? —se vio forzado a contestar, porque la muchacha estaba esperando a que contestara.
—Te dio bien. ¡Menuda técnica!
A Daruu aquellas palabras le dolieron más que cualquier pedazo de piel quemada. Entrecerró los ojos y se pensó la respuesta, aunque desde luego lo que más tenía eran preguntas. «¿Quién eres? ¿Qué haces aquí? ¿Por qué estás hablando conmigo? ¿Qué quieres? ¿Por qué sabes mi nombre?».
Bueno, esa última no. Era obvio: la chica había asistido como público a los combates de la primera ronda.
—Yo también le di bien. —Se cruzó de brazos. Finalmente, eso fue lo que dijo.
Era un niño, como él. O eso creía, porque en cuanto escuchó su voz descubrió que en realidad se trataba de una chica. Llevaba el pelo rasurado por el lado izquierdo y largo por el derecho, algo poco común, pero que, tuvo que admitir, le sentaba bien, le pegaba. Le pegaba a alguien que lanzaba las mochilas hacia arriba de esa manera y que hablaba con esa energía, claro, porque tampoco es que la conociera de otra cosa. Sus ojos eran grises como el acero. Quizás lo más característico fuera su piel, de color café, un color amarronado que no estaba acostumbrado ver. Poca gente era tan morena allá por el País de la Lluvia.
—¡Vaya, espero no haberte dado un mochilazo! No querría romperte una costilla o algo así.
«Pues casi. Casi me das». Negó con la cabeza.
—Así que Hanaiko Daruu, ¿eh? Ese tal...
—¿Nabi? —se vio forzado a contestar, porque la muchacha estaba esperando a que contestara.
—Te dio bien. ¡Menuda técnica!
A Daruu aquellas palabras le dolieron más que cualquier pedazo de piel quemada. Entrecerró los ojos y se pensó la respuesta, aunque desde luego lo que más tenía eran preguntas. «¿Quién eres? ¿Qué haces aquí? ¿Por qué estás hablando conmigo? ¿Qué quieres? ¿Por qué sabes mi nombre?».
Bueno, esa última no. Era obvio: la chica había asistido como público a los combates de la primera ronda.
—Yo también le di bien. —Se cruzó de brazos. Finalmente, eso fue lo que dijo.