16/02/2016, 23:22
(Última modificación: 16/02/2016, 23:23 por Aotsuki Ayame.)
—A ver, déjeme comprobar... —el guarda cogió los papeles y los examinó detenidamente—. Muy bien, pueden pasar. No olviden sus identificaciones, les servirán para alojarse de manera totalmente gratuita en muchos hoteles de los Dojos. ¡Feliz estancia!
—¡Gracias, señor! —exclamó una repentinamente emocionada Ayame.
Con todo lo que estaba ocurriendo estaba olvidando poco a poco... pero cuando Kōri le dirigió una breve mirada de soslayo se sonrojó y rompió el contacto visual. El médico frunció ligeramente el ceño, pero sin perder el tiempo, la familia Aotsuki sólo esperó a que Kiroe y Daruu los alcanzaran antes de ponerse en camino hacia el valle que sería su hogar durante varias largas semanas.
—Uaaala, qué pasada —Ayame voz de Daruu junto a ella, pero apenas le escuchaba. Sus ojos, que brillaban como hacía mucho que no lo hacían, estaban abiertos de par en par, prácticamente bebiendo el mundo que les rodeaba.
Una enorme pradera de hierba verde y mullida se extendía ante ellos como una gigantesca alfombra tan solo interrumpida por los serpenteantes arroyos, ríos y lagos que la cruzaban. Un sinfín de puentes sorteaban estos obstáculos, permitiendo el fácil acceso entre una tierra y la siguiente. Y, entre ellos, un incontable número de edificios, dojos y plazas de estilo clásico constituían lo que parecía una ciudad en miniatura... Si lo comparaban con los interminables rascacielos de Amegakure, claro.
—Es precioso... —se le escapó, en apenas un murmullo.
Por delante de ellos, el trío de adultos parecía haber iniciado una amigable conversación. Aunque, realmente, era Kiroe la única que hablaba.
—Como te dije, Zetsuo, he estado varias veces aquí, así que sé qué hoteles merecen la pena y cuales no —explicaba, mientras descendían por una colina en dirección a un puentecito—. Conozco uno que tiene incluso varios dojos de entrenamiento para él sólo, y me he enterado de que durante el Torneo están reservados para los participantes.
«Es decir, que no me van a dar tregua ni siquiera entre los combates...» Pensó Ayame, de manera haragana. No le apetecía combatir. De verdad que no le apetecía. Tenía cosas demasiado importantes en las que pensar, cosas que decidir... Aunque el reto hacia Daruu había despertado parte de aquel interés dormido que residía dentro de su personalidad competitiva y orgullosa.
—No es muy conocido, pero las habitaciones son geniales y la comida más genial aún. Y soy cocinera, te puedes fiar de mí. Así que estaremos prácticamente sólos, ¡y bien a gusto!
—Oh, genial... —respondió Zetsuo, y a Ayame se le escapó una risilla al notar el sarcasmo en su tono de voz. Para alguien amante del orden y de la tranquilidad como era su padre, tener a Kiroe junto a él era como tener una mosca zumbándole en la oreja continuamente. O al menos eso daba a entender el gesto incómodo de su rostro mientras Kiroe parloteaba sin parar.
—La merluza en salsa de pimienta verde que hacen allí me vuelve loca.
Daruu llamó su atención repentinamente, y Ayame tuvo que taparse la boca con ambas manos para no romper a reír cuando le vio poner muecas exageradas de asco y desprecio ante la mención del pescado.
—Pero lo que realmente está para morirse es el pato. Dios, qué bien que hacen el pato. Dicen que la receta es secreta.
—Me pregunto si habrá pastelerías —intervino repentinamente Kōri. Ayame supo de inmediato qué era lo que estaba pasando por la mente de su hermano mayor, y lo peor fue que a ella se le hizo la boca agua de tan sólo pensarlo.
Siguieron caminando durante largo rato, subiendo y bajando varios puentes y atravesando la entrada al puedo. Al parecer, la entrada al hotel al que les estaba conduciendo estaba en la otra punta de los riscos, junto a la ladera de la montaña. "Un paraíso para el entrenamiento y la meditación, muy tranquilo", según sus palabras textuales.
—Algo que no he entendido nunca es la numeración de las habitaciones. He estado en la 114, en la 578 y en la 325, pero juraría no haber contado más de veinte. Sólo hay dos pasillos, con diez cada una. Y luego están los tatamis y las plazas al aire libre. No sé, muy raro.
A aquellas alturas del viaje, Zetsuo ya ni siquiera escuchaba a la mujer. Se limitaba a asentir de vez en cuando y a seguir caminando hacia delante sin descanso. Y así al final llegaron a la puerta de un edificio pequeño pero increíblemente acogedor y bien cuidado. A la izquierda, adosado, había algunos dojos de entrenamiento; a la derecha...
—¡Aguas termales! ¡Llevo años queriendo probar eso!
—Hace años eras una renacuaja, Ayame —replicó su padre, pero parecía que ella no era la única emocionada con la idea.
—¡Dios, qué divino! ¡Eso no estaba antes! —exclamó Kiroe—. Y no me digáis que no tienen sentido del humor.
Señalaba al rótulo... Y Ayame no supo si volver a reír u horrorizarse ante lo que veían sus ojos. El eslogan del hotel era un pato bañándose en una sartén rebosante de aceite con un gesto antinaturalmente feliz, dadas las circunstancias. Junto a esta figura, varios kanji rezaban el nombre del lugar:
—El... patito frito... —leyó Daruu en voz alta.
—¿Me estás hablando en serio, Kiroe? —le preguntó Zetsuo, nada convencido—. Sigo pensando que habría sido mucho mejor alojarnos en el Hotel Sakura. Esto...
—¡Gracias, señor! —exclamó una repentinamente emocionada Ayame.
Con todo lo que estaba ocurriendo estaba olvidando poco a poco... pero cuando Kōri le dirigió una breve mirada de soslayo se sonrojó y rompió el contacto visual. El médico frunció ligeramente el ceño, pero sin perder el tiempo, la familia Aotsuki sólo esperó a que Kiroe y Daruu los alcanzaran antes de ponerse en camino hacia el valle que sería su hogar durante varias largas semanas.
—Uaaala, qué pasada —Ayame voz de Daruu junto a ella, pero apenas le escuchaba. Sus ojos, que brillaban como hacía mucho que no lo hacían, estaban abiertos de par en par, prácticamente bebiendo el mundo que les rodeaba.
Una enorme pradera de hierba verde y mullida se extendía ante ellos como una gigantesca alfombra tan solo interrumpida por los serpenteantes arroyos, ríos y lagos que la cruzaban. Un sinfín de puentes sorteaban estos obstáculos, permitiendo el fácil acceso entre una tierra y la siguiente. Y, entre ellos, un incontable número de edificios, dojos y plazas de estilo clásico constituían lo que parecía una ciudad en miniatura... Si lo comparaban con los interminables rascacielos de Amegakure, claro.
—Es precioso... —se le escapó, en apenas un murmullo.
Por delante de ellos, el trío de adultos parecía haber iniciado una amigable conversación. Aunque, realmente, era Kiroe la única que hablaba.
—Como te dije, Zetsuo, he estado varias veces aquí, así que sé qué hoteles merecen la pena y cuales no —explicaba, mientras descendían por una colina en dirección a un puentecito—. Conozco uno que tiene incluso varios dojos de entrenamiento para él sólo, y me he enterado de que durante el Torneo están reservados para los participantes.
«Es decir, que no me van a dar tregua ni siquiera entre los combates...» Pensó Ayame, de manera haragana. No le apetecía combatir. De verdad que no le apetecía. Tenía cosas demasiado importantes en las que pensar, cosas que decidir... Aunque el reto hacia Daruu había despertado parte de aquel interés dormido que residía dentro de su personalidad competitiva y orgullosa.
—No es muy conocido, pero las habitaciones son geniales y la comida más genial aún. Y soy cocinera, te puedes fiar de mí. Así que estaremos prácticamente sólos, ¡y bien a gusto!
—Oh, genial... —respondió Zetsuo, y a Ayame se le escapó una risilla al notar el sarcasmo en su tono de voz. Para alguien amante del orden y de la tranquilidad como era su padre, tener a Kiroe junto a él era como tener una mosca zumbándole en la oreja continuamente. O al menos eso daba a entender el gesto incómodo de su rostro mientras Kiroe parloteaba sin parar.
—La merluza en salsa de pimienta verde que hacen allí me vuelve loca.
Daruu llamó su atención repentinamente, y Ayame tuvo que taparse la boca con ambas manos para no romper a reír cuando le vio poner muecas exageradas de asco y desprecio ante la mención del pescado.
—Pero lo que realmente está para morirse es el pato. Dios, qué bien que hacen el pato. Dicen que la receta es secreta.
—Me pregunto si habrá pastelerías —intervino repentinamente Kōri. Ayame supo de inmediato qué era lo que estaba pasando por la mente de su hermano mayor, y lo peor fue que a ella se le hizo la boca agua de tan sólo pensarlo.
Siguieron caminando durante largo rato, subiendo y bajando varios puentes y atravesando la entrada al puedo. Al parecer, la entrada al hotel al que les estaba conduciendo estaba en la otra punta de los riscos, junto a la ladera de la montaña. "Un paraíso para el entrenamiento y la meditación, muy tranquilo", según sus palabras textuales.
—Algo que no he entendido nunca es la numeración de las habitaciones. He estado en la 114, en la 578 y en la 325, pero juraría no haber contado más de veinte. Sólo hay dos pasillos, con diez cada una. Y luego están los tatamis y las plazas al aire libre. No sé, muy raro.
A aquellas alturas del viaje, Zetsuo ya ni siquiera escuchaba a la mujer. Se limitaba a asentir de vez en cuando y a seguir caminando hacia delante sin descanso. Y así al final llegaron a la puerta de un edificio pequeño pero increíblemente acogedor y bien cuidado. A la izquierda, adosado, había algunos dojos de entrenamiento; a la derecha...
—¡Aguas termales! ¡Llevo años queriendo probar eso!
—Hace años eras una renacuaja, Ayame —replicó su padre, pero parecía que ella no era la única emocionada con la idea.
—¡Dios, qué divino! ¡Eso no estaba antes! —exclamó Kiroe—. Y no me digáis que no tienen sentido del humor.
Señalaba al rótulo... Y Ayame no supo si volver a reír u horrorizarse ante lo que veían sus ojos. El eslogan del hotel era un pato bañándose en una sartén rebosante de aceite con un gesto antinaturalmente feliz, dadas las circunstancias. Junto a esta figura, varios kanji rezaban el nombre del lugar:
—El... patito frito... —leyó Daruu en voz alta.
—¿Me estás hablando en serio, Kiroe? —le preguntó Zetsuo, nada convencido—. Sigo pensando que habría sido mucho mejor alojarnos en el Hotel Sakura. Esto...