28/05/2024, 10:44
Cualquiera que conociera mínimamente a Ayame sabría que era raro, muy raro, que ella llevara paraguas bajo la lluvia. Pero aquella era una ocasión especial, y, por una vez, no quería estropear su aspecto. Aún así, su naturaleza de sirena de la luna seguía estando dentro de ella y ahora corría, salpicando con sus botas sin pudor con los charcos que se interponían en su camino.
«¡Maldita sea, llego tarde!» Se lamentaba, entre ahogados resuellos.
Tras girar una esquina, entró a toda velocidad en la avenida del Distrito Comercial que debería llevarla a su destino. Ni siquiera se fijó en los pobres vendedores ambulantes que se quejaron ante la tormenta que pasó atropelladamente junto a ellos. Ayame solo frenó cuando se vio ante un restaurante en concreto. Entre resuellos, sus ojos buscaron el cartel del local para asegurarse de que era el que había estado buscando, y después de cerrar el paraguas que la había estado cubriendo hasta el momento pasó por las curiosas puertas automáticas que funcionaban con un sello conectado a una batería eléctrica. Para cualquier otra persona, especialmente si era shinobi, aquel debía de ser un mecanismo de lo más sencillo, pero para Ayame cualquier tema relacionado con los sellos y el Fūinjutsu era lo más parecido a magia. Y eso, en el mundo en el que se encontraban, era mucho decir. El murmullo de los comensales fundido con una suave melodía inundó sus oídos. Ayame echó a andar, sus pasos resonando contra la madera del suelo, mirando a su alrededor con curiosidad y al mismo tiempo buscando algo en concreto. Pasó junto a varias mesas y bancos hechos con bambú y sus ojos castaños se vieron iluminados por el resplandor de los farolillos de papel naranja. Sin embargo, lo que más le llamó la atención sin lugar a dudas fue un estanque con coloridas carpas, todas ellas con patrones únicos. Le habría gustado detenerse para admirarlas, pero lamentablemente iba con prisa.
«Ah, ahí está.» Una sonrisa curvó sus labios cuando sus ojos avistaron a un chico de cabellos oscuros y despeinados que jugueteaba a hacer girar sus palillos con gesto distraído.
—¡Perdón, llego tarde! —Fue lo primero que le dijo, cuando llegó hasta su posición. Ayame se había vestido con un elegante kimono de mangas anchas y patrones de olas. Pese a que había intentado cuidarse al máximo, desgraciadamente no había podido evitar mojarse los bajos de este con su apresurada carrera hasta allí. Tomó asiento frente a Daruu.
«¡Maldita sea, llego tarde!» Se lamentaba, entre ahogados resuellos.
Tras girar una esquina, entró a toda velocidad en la avenida del Distrito Comercial que debería llevarla a su destino. Ni siquiera se fijó en los pobres vendedores ambulantes que se quejaron ante la tormenta que pasó atropelladamente junto a ellos. Ayame solo frenó cuando se vio ante un restaurante en concreto. Entre resuellos, sus ojos buscaron el cartel del local para asegurarse de que era el que había estado buscando, y después de cerrar el paraguas que la había estado cubriendo hasta el momento pasó por las curiosas puertas automáticas que funcionaban con un sello conectado a una batería eléctrica. Para cualquier otra persona, especialmente si era shinobi, aquel debía de ser un mecanismo de lo más sencillo, pero para Ayame cualquier tema relacionado con los sellos y el Fūinjutsu era lo más parecido a magia. Y eso, en el mundo en el que se encontraban, era mucho decir. El murmullo de los comensales fundido con una suave melodía inundó sus oídos. Ayame echó a andar, sus pasos resonando contra la madera del suelo, mirando a su alrededor con curiosidad y al mismo tiempo buscando algo en concreto. Pasó junto a varias mesas y bancos hechos con bambú y sus ojos castaños se vieron iluminados por el resplandor de los farolillos de papel naranja. Sin embargo, lo que más le llamó la atención sin lugar a dudas fue un estanque con coloridas carpas, todas ellas con patrones únicos. Le habría gustado detenerse para admirarlas, pero lamentablemente iba con prisa.
«Ah, ahí está.» Una sonrisa curvó sus labios cuando sus ojos avistaron a un chico de cabellos oscuros y despeinados que jugueteaba a hacer girar sus palillos con gesto distraído.
—¡Perdón, llego tarde! —Fue lo primero que le dijo, cuando llegó hasta su posición. Ayame se había vestido con un elegante kimono de mangas anchas y patrones de olas. Pese a que había intentado cuidarse al máximo, desgraciadamente no había podido evitar mojarse los bajos de este con su apresurada carrera hasta allí. Tomó asiento frente a Daruu.