17/02/2016, 15:18
—Hanaiko no lo ha conseguido.
No podía creerlo. Simplemente, no podía.
—Ha empatado con Uchiha Nabi.
Las palabras de su padre y su hermano aún se entremezclaban de manera dolorosa en su mente. Pese a la sencillez del mensaje, le había costado varios segundos comprenderlo. Y aún se negaba a aceptarlo.
Ayame subió las escaleras del hospital prácticamente de dos en dos. Si hubiese sido por ella, habría ido a visitar a su amigo nada más conocer la noticia, pero Zetsuo la había obligado a esperar un par de días para que Daruu pudiera recuperarse lo mínimo para ser capaz de recibir una visita que no fuera la de su madre o la de los médicos que le atendían.
«Teníamos una promesa...» Pensó, con el corazón encogido de dolor. Realmente, lo que tenían era la apuesta que habían anudado sus respectivos padres, pero de alguna manera Ayame había terminado por hacer de aquel reto suyo... Y se había ilusionado pensando que podría enfrentarse a Daruu en aquel torneo.
Atravesó el pasillo a toda velocidad, sus ojos rastreando los números de las habitaciones con avidez. No tardó en identificar la que estaba rotulada con el número 124 y sólo entonces se detuvo momentáneamente.
¿Debía entrar? ¿Pero qué sería lo que vería dentro? ¿Cómo se encontraría Daruu? ¿Se alegraría de verla allí? ¿Y qué debía decirle?
—¿Hola...? —dijo Ayame, con un débil hilo de voz, mientras abría la puerta con lentitud y daba un tímido paso hacia el interior.
A Ayame se le encogió el corazón. Daruu estaba postrado en la camilla, con el cuerpo prácticamente envuelto en vendas. Tenía la mirada perdida en algún lugar de su colchón y por el momento no parecía haberla sentido su presencia. Acongojada, la muchacha se acercó con lentitud a él. Y sólo cuando se aproximó lo suficiente sus ojos atisbaron la línea diagonal que cruzaba la mejilla derecha de shinobi. Una cicatriz quemada.
¿Qué clase de monstruo le había hecho algo así?
—C... ¿Cómo te encuentras...? —casi de inmediato se sintió estúpida por haber hecho una pregunta así.
No podía creerlo. Simplemente, no podía.
—Ha empatado con Uchiha Nabi.
Las palabras de su padre y su hermano aún se entremezclaban de manera dolorosa en su mente. Pese a la sencillez del mensaje, le había costado varios segundos comprenderlo. Y aún se negaba a aceptarlo.
Ayame subió las escaleras del hospital prácticamente de dos en dos. Si hubiese sido por ella, habría ido a visitar a su amigo nada más conocer la noticia, pero Zetsuo la había obligado a esperar un par de días para que Daruu pudiera recuperarse lo mínimo para ser capaz de recibir una visita que no fuera la de su madre o la de los médicos que le atendían.
«Teníamos una promesa...» Pensó, con el corazón encogido de dolor. Realmente, lo que tenían era la apuesta que habían anudado sus respectivos padres, pero de alguna manera Ayame había terminado por hacer de aquel reto suyo... Y se había ilusionado pensando que podría enfrentarse a Daruu en aquel torneo.
Atravesó el pasillo a toda velocidad, sus ojos rastreando los números de las habitaciones con avidez. No tardó en identificar la que estaba rotulada con el número 124 y sólo entonces se detuvo momentáneamente.
¿Debía entrar? ¿Pero qué sería lo que vería dentro? ¿Cómo se encontraría Daruu? ¿Se alegraría de verla allí? ¿Y qué debía decirle?
Toc. Toc. Toc.
—¿Hola...? —dijo Ayame, con un débil hilo de voz, mientras abría la puerta con lentitud y daba un tímido paso hacia el interior.
A Ayame se le encogió el corazón. Daruu estaba postrado en la camilla, con el cuerpo prácticamente envuelto en vendas. Tenía la mirada perdida en algún lugar de su colchón y por el momento no parecía haberla sentido su presencia. Acongojada, la muchacha se acercó con lentitud a él. Y sólo cuando se aproximó lo suficiente sus ojos atisbaron la línea diagonal que cruzaba la mejilla derecha de shinobi. Una cicatriz quemada.
¿Qué clase de monstruo le había hecho algo así?
—C... ¿Cómo te encuentras...? —casi de inmediato se sintió estúpida por haber hecho una pregunta así.