18/02/2016, 12:39
—¿Me estás hablando en serio, Kiroe? Sigo pensando que habría sido mucho mejor alojarnos en el Hotel Sakura. Esto...
Daruu sonrió. Zetsuo era exactamente la clase de tipo que parecía: el humor no era muy de su clase. Estaba seguro de que sólo le parecía mal por el nombre. Desde luego, porque todo lo demás tenía un aspecto limpio, pulcro, súper formal.
—¡JA! ¿Eres tú el que está bromeando, tío? ¿El Hotel Sakura? Sólo he estado una vez, y no podría recomendárselo ni al menos exigente de los inquilinos. Y, desde luego, conociéndote no eres precisamente uno de esos —rió Kiroe—. Cucarachas correteando por las habitaciones, sopas correosas y carne en mal estado. Todas las normas de la hostelería, a la mierda. Seguro que puedes entender, como director de hospital, que me indigne. Pues tú hazme caso, que en restaurantes y hoteles, yo soy la experta.
»Ya sabes, Zetsuo, no te dejes llevar por las falsas apariencias. —Le guiño un ojo—. Ese nombre es lo que le da la guinda hogareña a este fantástico hotel. ¡Pero mira lo que tienes alrededor! Venga, tira p'adentro, ya verás.
Kiroe y Zetsuo debían conocerse de hace mucho tiempo, o su madre tener los ovarios muy, muy grandes. El caso es que Daruu no entendía cómo la mujer se tomaba tantas confianzas con él. Ahora mismo, estaba allí, detrás del hombre, empujándole hacia dentro del resort.
Daruu se encogió de hombros y echó una mirada de soslayo a Ayame y a Kori, que estaban junto a él, y decidió caminar con sus padres.
La visión de Kiroe no estaba muy alejada de la realidad. El suelo estaba tan limpio que brillaba, y la atmósfera era muy acogedora, sin dejar de tener apariencia de un complejo hotelero de mucha, mucha calidad. Mientras que el parqué era de madera clara, las paredes y el techo parecían estar construídas con troncos de pino. A la derecha, había una puerta que llevaba a los baños termales, a la izquierda, la que llevaba a los tatamis y plazas de entrenamiento. En el centro estaba el mostrador, y a ambos lados del mostrador habían dos grandes portales con una decoración de torii, que presumiblemente llevaban a los dos largos pasillos que contenían las habitaciones.
Kiroe le arrebató a Zetsuo la invitación de la mano y se acercó al mostrador. Allí la esperaba una señora mayor, que iba cogiendo folios de un montoncito de papeles y estampándolos con un sello. Era rechoncha y bajita, con la piel muy arrugada y el pelo plateado levantado en una melena rizada que subía hacia arriba, a lo afro. Llevaba unas gafas más pequeñas de lo que necesitaba, caídas casi hasta la punta de la nariz.
—¡¡Dos habitaciones familiares, porrr favor!! —teatralizó Kiroe, dejando los papeles enfrente de ella.
Como si a la señora no le hiciese mucha gracia darles las habitaciones gratis, a pesar de que probablemente los Dojos les pagasen los gastos a los hoteles adscritos a la promoción del torneo, la abuela clavó los ojos, desorbitados, sobre los papeles. Pero finalmente los cogió, les clavó dos sellos, se los guardó y dijo, sin una pizca de emoción:
—Haaabitaaaciiiooooones dooooosss cuaatro sieeete y uuuno dooos sieeeeteeee... eee... —Hablaba a trompicones. Le temblaba la mano al coger el sello, también. Probablemente fuese una de las dueñas de aquél recinto, si no la única, que debía de tener muchos años ya.
Kiroe volvió canturreando a donde la esperaban los demás. Pero antes, se dio la vuelta.
—¿En qué pasillo están? —preguntó.
—Deeeeeeee....recho.
—¿Veis? Os lo dije, los números no tienen sentido.
La vieja resopló detrás de ella.
Daruu sonrió. Zetsuo era exactamente la clase de tipo que parecía: el humor no era muy de su clase. Estaba seguro de que sólo le parecía mal por el nombre. Desde luego, porque todo lo demás tenía un aspecto limpio, pulcro, súper formal.
—¡JA! ¿Eres tú el que está bromeando, tío? ¿El Hotel Sakura? Sólo he estado una vez, y no podría recomendárselo ni al menos exigente de los inquilinos. Y, desde luego, conociéndote no eres precisamente uno de esos —rió Kiroe—. Cucarachas correteando por las habitaciones, sopas correosas y carne en mal estado. Todas las normas de la hostelería, a la mierda. Seguro que puedes entender, como director de hospital, que me indigne. Pues tú hazme caso, que en restaurantes y hoteles, yo soy la experta.
»Ya sabes, Zetsuo, no te dejes llevar por las falsas apariencias. —Le guiño un ojo—. Ese nombre es lo que le da la guinda hogareña a este fantástico hotel. ¡Pero mira lo que tienes alrededor! Venga, tira p'adentro, ya verás.
Kiroe y Zetsuo debían conocerse de hace mucho tiempo, o su madre tener los ovarios muy, muy grandes. El caso es que Daruu no entendía cómo la mujer se tomaba tantas confianzas con él. Ahora mismo, estaba allí, detrás del hombre, empujándole hacia dentro del resort.
Daruu se encogió de hombros y echó una mirada de soslayo a Ayame y a Kori, que estaban junto a él, y decidió caminar con sus padres.
La visión de Kiroe no estaba muy alejada de la realidad. El suelo estaba tan limpio que brillaba, y la atmósfera era muy acogedora, sin dejar de tener apariencia de un complejo hotelero de mucha, mucha calidad. Mientras que el parqué era de madera clara, las paredes y el techo parecían estar construídas con troncos de pino. A la derecha, había una puerta que llevaba a los baños termales, a la izquierda, la que llevaba a los tatamis y plazas de entrenamiento. En el centro estaba el mostrador, y a ambos lados del mostrador habían dos grandes portales con una decoración de torii, que presumiblemente llevaban a los dos largos pasillos que contenían las habitaciones.
Kiroe le arrebató a Zetsuo la invitación de la mano y se acercó al mostrador. Allí la esperaba una señora mayor, que iba cogiendo folios de un montoncito de papeles y estampándolos con un sello. Era rechoncha y bajita, con la piel muy arrugada y el pelo plateado levantado en una melena rizada que subía hacia arriba, a lo afro. Llevaba unas gafas más pequeñas de lo que necesitaba, caídas casi hasta la punta de la nariz.
—¡¡Dos habitaciones familiares, porrr favor!! —teatralizó Kiroe, dejando los papeles enfrente de ella.
Como si a la señora no le hiciese mucha gracia darles las habitaciones gratis, a pesar de que probablemente los Dojos les pagasen los gastos a los hoteles adscritos a la promoción del torneo, la abuela clavó los ojos, desorbitados, sobre los papeles. Pero finalmente los cogió, les clavó dos sellos, se los guardó y dijo, sin una pizca de emoción:
—Haaabitaaaciiiooooones dooooosss cuaatro sieeete y uuuno dooos sieeeeteeee... eee... —Hablaba a trompicones. Le temblaba la mano al coger el sello, también. Probablemente fuese una de las dueñas de aquél recinto, si no la única, que debía de tener muchos años ya.
Kiroe volvió canturreando a donde la esperaban los demás. Pero antes, se dio la vuelta.
—¿En qué pasillo están? —preguntó.
—Deeeeeeee....recho.
—¿Veis? Os lo dije, los números no tienen sentido.
La vieja resopló detrás de ella.