18/02/2016, 15:58
El sensei asintió, complacido, cuando por fin Kazuma bajó la guardia y accedió a presentarse -de forma muy cortés, además-. Estaba claro que ninguno de los ninjas de Takigakure estaba allí de misión, ni buscando problemas, y en tiempos de paz nunca estaba de más echar una mano a un compañero de profesión.
-Te entiendo, Kazuma-kun, lo cierto es que la belleza de estos bambúes puede ser un tanto peligrosa para los extranjeros. ¿Sabías que uno de estos troncos, correctamente afilado, puede convertirse en un arma letal? Sólo tienes que saber escoger bien el grosor y la dureza del bambú, que viene determinada por el color de la corteza. Cuanto más brillante sea el verde, más dura es -agregó el Yotsuki ante la mirada fija de su alumna.
Hida tenía aquellos puntos de vez en cuando, en los que soltaba una perla de sabiduría para quien estuviera cerca y tuviera el buen juicio de prestarle atención. Anzu se había sorprendido a sí misma conociendo detalles -en apariencia insignificantes- que más temprano que tarde le habían servido bien en alguna ocasión. Para ser tan joven, Hida-sensei parece una jodida enciclopedia. ¿Cómo demonios sabrá tantas cosas acerca de tantos sitios?
-Oye, Kazuma-san... -preguntó la kunoichi con cierta timidez, como si no supiera exactamente si debía hablar o no-. ¿Crees que los cerezos en flor seguirán siendo tan bellos esta Primavera?
La pregunta seguramente cogería por sorpresa a los dos shinobi. Anzu podía parecer una chica dura y férrea como el acero -de hecho, lo era-, pero también tenía su corazoncito. La imagen de los cerezos en flor, aquel aroma y su brillo rosado, era uno de los recuerdos más felices que tenía de su infancia. Su madre la había llevado, con tan sólo tres años, al florecimiento de aquellos árboles en el País de la Espiral. Desde aquel día, Anzu supo que no había en el mundo cosa más bella, y ahora que era kunoichi y tenía cierta libertad -más filosófica que económica, la verdad- para moverse por Onindo, pensaba volver para recordarlo.
-¿Qué? -añadió, molesta, ante la sonrisa que se le había dibujado a Hida en el rostro-. Todos tenemos nuestras mierdas, ¿¡vale!?
-Claro, claro, Anzu-chan... Tranquila, fiera -respondió el otro, sin dejar de sonreír.
-Te entiendo, Kazuma-kun, lo cierto es que la belleza de estos bambúes puede ser un tanto peligrosa para los extranjeros. ¿Sabías que uno de estos troncos, correctamente afilado, puede convertirse en un arma letal? Sólo tienes que saber escoger bien el grosor y la dureza del bambú, que viene determinada por el color de la corteza. Cuanto más brillante sea el verde, más dura es -agregó el Yotsuki ante la mirada fija de su alumna.
Hida tenía aquellos puntos de vez en cuando, en los que soltaba una perla de sabiduría para quien estuviera cerca y tuviera el buen juicio de prestarle atención. Anzu se había sorprendido a sí misma conociendo detalles -en apariencia insignificantes- que más temprano que tarde le habían servido bien en alguna ocasión. Para ser tan joven, Hida-sensei parece una jodida enciclopedia. ¿Cómo demonios sabrá tantas cosas acerca de tantos sitios?
-Oye, Kazuma-san... -preguntó la kunoichi con cierta timidez, como si no supiera exactamente si debía hablar o no-. ¿Crees que los cerezos en flor seguirán siendo tan bellos esta Primavera?
La pregunta seguramente cogería por sorpresa a los dos shinobi. Anzu podía parecer una chica dura y férrea como el acero -de hecho, lo era-, pero también tenía su corazoncito. La imagen de los cerezos en flor, aquel aroma y su brillo rosado, era uno de los recuerdos más felices que tenía de su infancia. Su madre la había llevado, con tan sólo tres años, al florecimiento de aquellos árboles en el País de la Espiral. Desde aquel día, Anzu supo que no había en el mundo cosa más bella, y ahora que era kunoichi y tenía cierta libertad -más filosófica que económica, la verdad- para moverse por Onindo, pensaba volver para recordarlo.
-¿Qué? -añadió, molesta, ante la sonrisa que se le había dibujado a Hida en el rostro-. Todos tenemos nuestras mierdas, ¿¡vale!?
-Claro, claro, Anzu-chan... Tranquila, fiera -respondió el otro, sin dejar de sonreír.