18/02/2016, 23:12
(Última modificación: 18/02/2016, 23:13 por Aotsuki Ayame.)
Su mentira no estaba colando. Podía sentirlo en el ceño de Okura, que se fruncía más y más a cada palabra que pronunciaba. Un intenso temor comenzó a cosquillear en su estómago, gritándole que corriera, que olvidara toda aquella locura y regresara al Puente Tenchi a enfrentarse con la ira de su hermano que debía estar buscándola en aquellos momentos. Y justo cuando la tensión del ambiente parecía a punto de restallar...
—Tranquila, muchacha, que no voy a comerte —dijo Okura, soltando otra risotada—. Pues esta es la única posada del pueblo —explicó, empujando la puerta y manteniéndola abierta con un brazo—. Pasa, antes de que pilles un resfriado.
«¡Oh, no! ¿Ahora qué?» Ayame había quedado momentáneamente paralizada, consciente de que, si no aceptaba la invitación, la mentira en sus palabras quedaría aún más patente si cabía.
Sin embargo, antes de que pudiera decidirse, Datsue se adelantó en un brusco movimiento. Atravesó el umbral de la puerta y se adentró en la posada sin tan siquiera intercambiar una última mirada con ella.
«¡No me dejes sola!» Le hubiese gustado gritarle, pero finalmente se limitó a encogerse ligeramente sobre sí misma y a aceptar la invitación de Okura con una ligerísima inclinación de cabeza a modo de agradecimiento. No le quedaba otro remedio que hacerlo, después de todo.
El interior del local seguía tan cálido y reconfortante como lo recordaba, pero Ayame era incapaz de relajarse en las condiciones en las que se encontraba. Se sentía como una especie de rehén, pese a que no tenía el filo de ninguna daga sobre su cuello. Cuando miró a su alrededor, con la desesperación aleteando en su pecho, se dio cuenta de que Datsue había desaparecido, literalmente. Estaba completamente sola en aquel lugar; y, lo que era peor, no tenía ninguna excusa para poder abandonar la taberna sin pasar la noche allí.
«Maldita sea, en qué lío me he ido a meter... ¿Y si ahora recupera su caballo y me deja aquí tirada...? Hermano... Me a matar»
Tratando de mantener una distancia prudencial con Okura, la muchacha se dirigió a la barra donde se encontraba la misma mujer bajita y regordeta que les había atendido apenas un par de días atrás. Ignorando al resto de comensales, Ayame tomó asiento a un par de banquetas de distancia de Koji.
—Buenas... Buenas noches... —murmuró, acongojada—. ¿Podría servirme un plato de ese estofado, por favor?
«¿Dónde demonios se ha metido Datsue?» Se preguntaba, una y otra vez, balanceando los pies que no le llegaban al suelo con nerviosismo acumulado. Su corazón parecía a punto de estallar.
—Tranquila, muchacha, que no voy a comerte —dijo Okura, soltando otra risotada—. Pues esta es la única posada del pueblo —explicó, empujando la puerta y manteniéndola abierta con un brazo—. Pasa, antes de que pilles un resfriado.
«¡Oh, no! ¿Ahora qué?» Ayame había quedado momentáneamente paralizada, consciente de que, si no aceptaba la invitación, la mentira en sus palabras quedaría aún más patente si cabía.
Sin embargo, antes de que pudiera decidirse, Datsue se adelantó en un brusco movimiento. Atravesó el umbral de la puerta y se adentró en la posada sin tan siquiera intercambiar una última mirada con ella.
«¡No me dejes sola!» Le hubiese gustado gritarle, pero finalmente se limitó a encogerse ligeramente sobre sí misma y a aceptar la invitación de Okura con una ligerísima inclinación de cabeza a modo de agradecimiento. No le quedaba otro remedio que hacerlo, después de todo.
El interior del local seguía tan cálido y reconfortante como lo recordaba, pero Ayame era incapaz de relajarse en las condiciones en las que se encontraba. Se sentía como una especie de rehén, pese a que no tenía el filo de ninguna daga sobre su cuello. Cuando miró a su alrededor, con la desesperación aleteando en su pecho, se dio cuenta de que Datsue había desaparecido, literalmente. Estaba completamente sola en aquel lugar; y, lo que era peor, no tenía ninguna excusa para poder abandonar la taberna sin pasar la noche allí.
«Maldita sea, en qué lío me he ido a meter... ¿Y si ahora recupera su caballo y me deja aquí tirada...? Hermano... Me a matar»
Tratando de mantener una distancia prudencial con Okura, la muchacha se dirigió a la barra donde se encontraba la misma mujer bajita y regordeta que les había atendido apenas un par de días atrás. Ignorando al resto de comensales, Ayame tomó asiento a un par de banquetas de distancia de Koji.
—Buenas... Buenas noches... —murmuró, acongojada—. ¿Podría servirme un plato de ese estofado, por favor?
«¿Dónde demonios se ha metido Datsue?» Se preguntaba, una y otra vez, balanceando los pies que no le llegaban al suelo con nerviosismo acumulado. Su corazón parecía a punto de estallar.