19/02/2016, 12:42
Definitivamente, en algo se parecía a Kiroe aquella muchacha, y es en su facilidad para enrollarse hablando y su simpatía con los extraños. A Daruu, que le resultaba un poco violenta aquella actitud, no le quedó más remedio que dejarse arrastrar. Por lo menos la chica le estaba entreteniendo la mañana, y era bastante agradable estar con ella. Era como estar con un amigo que conoces desde hace mucho tiempo. Excepto que ese amigo te ha intentado tirar una mochila a la cabeza sin conocerte apenas unos minutos atrás.
—Meh, por eso no te preocupes. ¿Qué es un buen combate sin una obligada visita a la enfermería al terminar?
Rió. Observó con interés los vendajes de la de muchacha y sólo entonces se dio cuenta también de que era una kunoichi como él. De Takigakure.
—Pues, ¡entrenar, claro! Kawakage-sama decidió no invitarme al Torneo, así que ahora yo he decidido demostrarle su error machacando a todos y cada uno de los perdedores de mi Aldea. ¿Te puedes creer que Datsue-san intentó amañar su combate allí en medio? ¡Delante de todos! Es pa' cagarse. Pienso quitarle las tonterías a sopapos.
—No me lo puedo creer, ¿amañar un combate? ¿Delante de todos? ¡Es un absurdo! Vienes aquí en representación de tu aldea, no a desvergonzarla. Si quieres dinero, actúa bien, seguro que tu kage te asigna misiones más importantes o con mejor recompensa. Si haces quedar mal a la aldea, dudo que compense, a la larga, es sólo buscarse problemas...
Daruu se imaginó a dos combatientes, allí subidos en sus cilindros, lanzándose bolsas de dinero. Dios, qué loco.
Así que la muchacha había venido a entrenar. Y claro, él estaba en medio. Daruu se levantó, y estaba a punto de excusarse cuando la chica se estaba quitando la chaqueta para empezar. Entonces, le dijo:
En otras circunstancias te ofrecería un asalto o dos, pero creo que no estás en condiciones. Y, ¡eh!, quiero demostrarte que yo sí tengo orgullo, y no me gusta hacer leña del árbol caído. Aunque, la verdad... No le haría ascos a que me hicieras una demostración de esa técnica tuya. El Rasengan. Supongo que tendrás fuerzas para al menos eso, ¿no?
Dios santo, el chiste de la leña. «Me lo apunto», pensó, después de una larga carcajada. La muchacha le había pedido una demostración del Rasengan, pero lo cierto es que ahora recorría un sentimiento difícil de explicar por todo su cuerpo. Como si deseara superar las heridas de un plumazo y ponerse allí a pelear con ella, a descubrir de qué estaba hecha.
No había sentido tantas ganas de probarse jamás.
De locos.
Daruu suspiró, y estirándose los brazos como única respuesta afirmativa, se alejó del borde de la plaza de piedra para colocarse a unos metros de la muchacha.
—Antes dime tu nombre. Aún no lo sé. No puedo enseñarle estas cosas a una extraña. —Sonrió amigablemente.
—Meh, por eso no te preocupes. ¿Qué es un buen combate sin una obligada visita a la enfermería al terminar?
Rió. Observó con interés los vendajes de la de muchacha y sólo entonces se dio cuenta también de que era una kunoichi como él. De Takigakure.
—Pues, ¡entrenar, claro! Kawakage-sama decidió no invitarme al Torneo, así que ahora yo he decidido demostrarle su error machacando a todos y cada uno de los perdedores de mi Aldea. ¿Te puedes creer que Datsue-san intentó amañar su combate allí en medio? ¡Delante de todos! Es pa' cagarse. Pienso quitarle las tonterías a sopapos.
—No me lo puedo creer, ¿amañar un combate? ¿Delante de todos? ¡Es un absurdo! Vienes aquí en representación de tu aldea, no a desvergonzarla. Si quieres dinero, actúa bien, seguro que tu kage te asigna misiones más importantes o con mejor recompensa. Si haces quedar mal a la aldea, dudo que compense, a la larga, es sólo buscarse problemas...
Daruu se imaginó a dos combatientes, allí subidos en sus cilindros, lanzándose bolsas de dinero. Dios, qué loco.
Así que la muchacha había venido a entrenar. Y claro, él estaba en medio. Daruu se levantó, y estaba a punto de excusarse cuando la chica se estaba quitando la chaqueta para empezar. Entonces, le dijo:
En otras circunstancias te ofrecería un asalto o dos, pero creo que no estás en condiciones. Y, ¡eh!, quiero demostrarte que yo sí tengo orgullo, y no me gusta hacer leña del árbol caído. Aunque, la verdad... No le haría ascos a que me hicieras una demostración de esa técnica tuya. El Rasengan. Supongo que tendrás fuerzas para al menos eso, ¿no?
Dios santo, el chiste de la leña. «Me lo apunto», pensó, después de una larga carcajada. La muchacha le había pedido una demostración del Rasengan, pero lo cierto es que ahora recorría un sentimiento difícil de explicar por todo su cuerpo. Como si deseara superar las heridas de un plumazo y ponerse allí a pelear con ella, a descubrir de qué estaba hecha.
No había sentido tantas ganas de probarse jamás.
De locos.
Daruu suspiró, y estirándose los brazos como única respuesta afirmativa, se alejó del borde de la plaza de piedra para colocarse a unos metros de la muchacha.
—Antes dime tu nombre. Aún no lo sé. No puedo enseñarle estas cosas a una extraña. —Sonrió amigablemente.