19/02/2016, 23:58
(Última modificación: 20/02/2016, 00:00 por Aotsuki Ayame.)
—¡JA! ¿Eres tú el que está bromeando, tío? ¿El Hotel Sakura? Sólo he estado una vez, y no podría recomendárselo ni al menos exigente de los inquilinos. Y, desde luego, conociéndote no eres precisamente uno de esos —rió Kiroe—. Cucarachas correteando por las habitaciones, sopas correosas y carne en mal estado. Todas las normas de la hostelería, a la mierda. Seguro que puedes entender, como director de hospital, que me indigne. Pues tú hazme caso, que en restaurantes y hoteles, yo soy la experta.
Zetsuo había alzado una ceja con gesto escéptico, pero Ayame sintió un desagradable escalofrío de tan sólo imaginar lo que Kiroe estaba relatando. ¿Cuántas infracciones sanitarias se podían quebrar en un solo edificio?
—Ya sabes, Zetsuo, no te dejes llevar por las falsas apariencias —continuó la mujer, guiñándole un ojo—. Ese nombre es lo que le da la guinda hogareña a este fantástico hotel. ¡Pero mira lo que tienes alrededor! Venga, tira p'adentro, ya verás.
Ayame ya se había percatado de la relativa familiaridad con la que parecían tratarse Zetsuo y Kiroe, pero aún así le chocó ver a la mujer empujar a su padre por la espalda para hacerle entrar en El Patito Frito. Era evidente que el médico seguía en sus trece de que debían haberse alojado en otra posada que no pusiera su nombre tan en ridículo como aquel, pero aún así terminó resignándose y entró.
Daruu lanzó una mirada de soslayo a Kōri y Ayame, quien le devolvió una sonrisa nerviosa antes de acompañarles. En aquellos momentos, sólo podía rezar para sus adentros que Kiroe estuviera en lo cierto en sus halagos hacia la posada para no despertar la ira de su exigente padre.
Para su alivio, la madre de Daruu no se había quedado corta. El interior del edificio estaba tan bien cuidado como su exterior, los suelos de parqué limpios como una patena, y la atmósfera en general les abrazaba como una cálida manta. Toda la estructura era de madera refinada, incluso los torii que adornaban dos pasillos junto al mostrador y que debían conducir a los pasillos de las habitaciones.
—Vaaaaaya... Es precioso... Pero debe ser carísimo... —exclamó Ayame, abochornada.
Kiroe no encontró ningún tipo de resistencia para arrebatarle las invitaciones a un irritado Zetsuo que parecía no encontrar algo de lo que poder quejarse. Sin esperar ni un solo instante, se dirigió al mostrador donde les aguardaba una señora mayor que tomaba de manera metódica un papel tras otro de un montón y les estampaba un sello.
—Parece una ovejit... ¡Ay! —se le escapó a Ayame en un murmullo, pero se cayó enseguida cuando su hermano mayor le dio un pequeño coscorrón. ¡Pero no era para menos! La recepcionista estaba arrugada como una pasa, era pequeña y regordita, y el cabello plateado se le erizaba en una mata rizada y esponjosa que se alzaba por encima de su cabeza.
—¡¡Dos habitaciones familiares, porrr favor!!
La recepcionista tenía cierto gesto agrio, y tomó de mala gana los papeles y, con la mano temblándole violentamente, les estampó sendos sellos tras registrarlos minuciosamente.
—Haaabitaaaciiiooooones dooooosss cuaatro sieeete y uuuno dooos sieeeeteeee... eee... —la pobre mujer hablaba casi a trompicones.
«Pobre mujer...» No pudo evitar pensar Ayame, instantáneamente arrepentida de haber pensado la estupidez de la ovejita.
Kiroe volvía hacia ellos, pero a medio camino volvió a darse la vuelta.
—¿En qué pasillo están?
—Deeeeeeee....recho.
—¿Veis? Os lo dije, los números no tienen sentido.
—¡Gracias, señora!
La recepcionista resopló, pero ignorando toda la escena, Zetsuo se volvió hacia Kiroe.
—Tendremos suerte de salir con vida de un sitio así si se produce un incendio —le soltó Zetsuo, malhumorado; pero Ayame sabía que sólo había dicho eso porque no había encontrado ningún fallo del que quejarse—. Oye, Kiroe, ¿has cogido las llaves o aún no has bajado a la tierra?
Zetsuo había alzado una ceja con gesto escéptico, pero Ayame sintió un desagradable escalofrío de tan sólo imaginar lo que Kiroe estaba relatando. ¿Cuántas infracciones sanitarias se podían quebrar en un solo edificio?
—Ya sabes, Zetsuo, no te dejes llevar por las falsas apariencias —continuó la mujer, guiñándole un ojo—. Ese nombre es lo que le da la guinda hogareña a este fantástico hotel. ¡Pero mira lo que tienes alrededor! Venga, tira p'adentro, ya verás.
Ayame ya se había percatado de la relativa familiaridad con la que parecían tratarse Zetsuo y Kiroe, pero aún así le chocó ver a la mujer empujar a su padre por la espalda para hacerle entrar en El Patito Frito. Era evidente que el médico seguía en sus trece de que debían haberse alojado en otra posada que no pusiera su nombre tan en ridículo como aquel, pero aún así terminó resignándose y entró.
Daruu lanzó una mirada de soslayo a Kōri y Ayame, quien le devolvió una sonrisa nerviosa antes de acompañarles. En aquellos momentos, sólo podía rezar para sus adentros que Kiroe estuviera en lo cierto en sus halagos hacia la posada para no despertar la ira de su exigente padre.
Para su alivio, la madre de Daruu no se había quedado corta. El interior del edificio estaba tan bien cuidado como su exterior, los suelos de parqué limpios como una patena, y la atmósfera en general les abrazaba como una cálida manta. Toda la estructura era de madera refinada, incluso los torii que adornaban dos pasillos junto al mostrador y que debían conducir a los pasillos de las habitaciones.
—Vaaaaaya... Es precioso... Pero debe ser carísimo... —exclamó Ayame, abochornada.
Kiroe no encontró ningún tipo de resistencia para arrebatarle las invitaciones a un irritado Zetsuo que parecía no encontrar algo de lo que poder quejarse. Sin esperar ni un solo instante, se dirigió al mostrador donde les aguardaba una señora mayor que tomaba de manera metódica un papel tras otro de un montón y les estampaba un sello.
—Parece una ovejit... ¡Ay! —se le escapó a Ayame en un murmullo, pero se cayó enseguida cuando su hermano mayor le dio un pequeño coscorrón. ¡Pero no era para menos! La recepcionista estaba arrugada como una pasa, era pequeña y regordita, y el cabello plateado se le erizaba en una mata rizada y esponjosa que se alzaba por encima de su cabeza.
—¡¡Dos habitaciones familiares, porrr favor!!
La recepcionista tenía cierto gesto agrio, y tomó de mala gana los papeles y, con la mano temblándole violentamente, les estampó sendos sellos tras registrarlos minuciosamente.
—Haaabitaaaciiiooooones dooooosss cuaatro sieeete y uuuno dooos sieeeeteeee... eee... —la pobre mujer hablaba casi a trompicones.
«Pobre mujer...» No pudo evitar pensar Ayame, instantáneamente arrepentida de haber pensado la estupidez de la ovejita.
Kiroe volvía hacia ellos, pero a medio camino volvió a darse la vuelta.
—¿En qué pasillo están?
—Deeeeeeee....recho.
—¿Veis? Os lo dije, los números no tienen sentido.
—¡Gracias, señora!
La recepcionista resopló, pero ignorando toda la escena, Zetsuo se volvió hacia Kiroe.
—Tendremos suerte de salir con vida de un sitio así si se produce un incendio —le soltó Zetsuo, malhumorado; pero Ayame sabía que sólo había dicho eso porque no había encontrado ningún fallo del que quejarse—. Oye, Kiroe, ¿has cogido las llaves o aún no has bajado a la tierra?