22/02/2016, 23:18
El rastafari se mostró bastante amigable, pese a haber causado el choque. Comentó que tampoco era del lugar, que era un turista mas. Lo cuál dejaba a la chica con una gran incógnita, ¿De donde era ese shinobi? Era la primera vez que veía ese símbolo en el metal, aunque tampoco era de extrañar; su primer viaje fuera de su aldea y tierra donde nació. Si no era de por esos lares, a saber de dónde podía ser ese chico.
Con la aldeas ocultas suele pasar algo bastante gracioso, que no se sabe donde están. Malditos ninjas y sus misterios.
Terminó presentándose como Haiso Riko, y la rebasó por un instante. En ese momento Katomi pensó que directamente estaba rechazando su propuesta, propuesta que aún no había terminado de datar. Sin embargo, y contra todo pronóstico, Riko se adelantó a exponer la idea de la Sarutobi. Quizás le había leído la mente, a saber. Mejor dejar de lado los pensamientos raros, solo por si acaso. Los ninjas son muy raros.
Tiesa como una farola de Amegakure ante ésta sorpresa, la chica tuvo que esforzarse bastante para gesticular, mucho mas para hablar y aclarar su propósito. Movió en un gesto tosco y seco la cabeza de arriba hacia abajo, mientras que sus puños se cerraban con fuerza a ambos lados de su cadera.
—S-si!— Afirmó con fuerza.
No perdió demasiado tiempo, sin dudarlo un solo segundo, se puso a la altura del rastas. Una ligera carrera para igualarlo en distancias.
Se acercaron con tranquilidad hacia el bar, un curioso cartel ponía en la entrada una información bastante importante. Al leerlo, la chica no pudo esconder su sorpresa con una mirada intrínseca, no daba crédito a lo que sus ojos veían. Realmente ésta ciudad era curiosa, y rara.
—Un sitio extraño, la verdad.—
Sin embargo, eso no la echó para atrás. Se acercó al cuidado establecimiento, pues parecía impecable higiénicamente hablando, y procedió a tomar asiento en una de las mesas de la terraza. Evidentemente, no esperó formalismos por parte de su acompañante, no debía, y hasta se mosquearía en tal caso.
En ésta, había una carta de incontables precios hecha en tonos color pastel, y un cenicero rebosante de colillas. Algo un poco desagradable para alguien que nunca ha fumado.
—Bueno, tampoco está tan mal el sitio, o eso parece. ¿Qué vas a beber?— Con un vistazo a simpe vista, se decidió por algo sencillo. —Yo creo que tomaré un batido de frutas salvajes.—
Tras decirlo, se centró en ver un poco mejor el precio. Lo pudo ver con claridad, y no, no era excesivo su valor monetario.
Con la aldeas ocultas suele pasar algo bastante gracioso, que no se sabe donde están. Malditos ninjas y sus misterios.
Terminó presentándose como Haiso Riko, y la rebasó por un instante. En ese momento Katomi pensó que directamente estaba rechazando su propuesta, propuesta que aún no había terminado de datar. Sin embargo, y contra todo pronóstico, Riko se adelantó a exponer la idea de la Sarutobi. Quizás le había leído la mente, a saber. Mejor dejar de lado los pensamientos raros, solo por si acaso. Los ninjas son muy raros.
Tiesa como una farola de Amegakure ante ésta sorpresa, la chica tuvo que esforzarse bastante para gesticular, mucho mas para hablar y aclarar su propósito. Movió en un gesto tosco y seco la cabeza de arriba hacia abajo, mientras que sus puños se cerraban con fuerza a ambos lados de su cadera.
—S-si!— Afirmó con fuerza.
No perdió demasiado tiempo, sin dudarlo un solo segundo, se puso a la altura del rastas. Una ligera carrera para igualarlo en distancias.
Se acercaron con tranquilidad hacia el bar, un curioso cartel ponía en la entrada una información bastante importante. Al leerlo, la chica no pudo esconder su sorpresa con una mirada intrínseca, no daba crédito a lo que sus ojos veían. Realmente ésta ciudad era curiosa, y rara.
Se paga por adelantado todo consumo. Las chicas no tienen precio, NO tenemos trabajadoras en éste establecimiento. Si desea ese servicio, vaya a otro sitio.
Gracias.
Gracias.
—Un sitio extraño, la verdad.—
Sin embargo, eso no la echó para atrás. Se acercó al cuidado establecimiento, pues parecía impecable higiénicamente hablando, y procedió a tomar asiento en una de las mesas de la terraza. Evidentemente, no esperó formalismos por parte de su acompañante, no debía, y hasta se mosquearía en tal caso.
En ésta, había una carta de incontables precios hecha en tonos color pastel, y un cenicero rebosante de colillas. Algo un poco desagradable para alguien que nunca ha fumado.
—Bueno, tampoco está tan mal el sitio, o eso parece. ¿Qué vas a beber?— Con un vistazo a simpe vista, se decidió por algo sencillo. —Yo creo que tomaré un batido de frutas salvajes.—
Tras decirlo, se centró en ver un poco mejor el precio. Lo pudo ver con claridad, y no, no era excesivo su valor monetario.