23/02/2016, 00:06
(Última modificación: 23/02/2016, 00:11 por Uzumaki Eri.)
No es que le costase dormir, es que simplemente no podía si quiera descansar los ojos un rato - expresión que por cierto, le parecía muy estúpida, ¿qué era eso de descansar los ojos? - y eso que llevaba varias horas dando vueltas en la mullida cama del hotel El Pony Dorado, pero ni la mayor comodidad ni el mejor servicio podrían hacer aparecer su sueño por arte de jutsus y magia. ¿A qué se debía aquel problema? Al día siguiente se enfrentaría con alguien seguramente más fuerte que ella y estaba nerviosa y con miedo, miedo a no saber estar a la altura... Y cuando aquel sentimiento se instalaba en su interior hacía todo su cuerpo temblar cual gelatina y no poder conciliar el sueño.
Celosa porque su perro sí podía dormir a pierna suelta, le dedicó varias miradas asesinas cuando éste se estiraba más sobre el colchón que ambos compartían - sin permiso de Eri, claro, pero Mike hacía lo que le salía del rabo, que no le salía nada, pero era un decir. - Entonces, a la décimo-séptima vez que pensó en una cosa que la llevó a otra y luego recordó que no se podía dormir cuando estaba a punto, decidió levantarse y dar una vuelta por su cuarto.
Con los pies descalzos se deslizó fuera de las sábanas, dejando a Mike tumbarse en su totalidad sobre ellas. Y vestida únicamente por su pijama, el cuál contaba con una única prenda superior que le quedaba bastante grande a la huérfana, vagó por su cuarto con únicamente la luna como fuente de luz sopesando en sus escasas opciones de actividad.
Desechando pensar en el combate que se disputaría al día siguiente, Eri viajó hasta sus más profundos deseos y se vio a sí misma pensando en hablar con Nabi. Él siempre la calmaba allí donde estuviese, sin importar el cuándo y el dónde, por eso decidió salir de su habitación sin cerrar la puerta - total, no pensaba que nadie entrase en ella con un perro que era dos veces su tamaño durmiendo sobre su cama -, así abandonó la estancia y buscó con esmero la habitación del rubio.
Con esmero queremos decir que entró en la primera puerta que encontró.
La del lado continuo.
Para su sorpresa o su suerte, la entrada no estaba sellada, así que con pasos apenas audibles entró como si de un lince acechando a su presa se tratase. Encontrándose con lo que quería ver desde el principio.
Se acercó con sigilo, observándole con total curiosidad y una pizca de admiración al ver como podía dormir de forma tan apacible y tambaleándole con bastante fuerza de lo que usualmente emplearía con una persona normal - hablamos de Nabi, que por dormir se dormiría estando sobre una cama de espinas -, intentó llamar su atención. En vano, le pegó un capón en la cabeza.
-Nabi-kun, por favor, despierta... - Pidió con un tono de voz tirando a lo desesperado.
Celosa porque su perro sí podía dormir a pierna suelta, le dedicó varias miradas asesinas cuando éste se estiraba más sobre el colchón que ambos compartían - sin permiso de Eri, claro, pero Mike hacía lo que le salía del rabo, que no le salía nada, pero era un decir. - Entonces, a la décimo-séptima vez que pensó en una cosa que la llevó a otra y luego recordó que no se podía dormir cuando estaba a punto, decidió levantarse y dar una vuelta por su cuarto.
Con los pies descalzos se deslizó fuera de las sábanas, dejando a Mike tumbarse en su totalidad sobre ellas. Y vestida únicamente por su pijama, el cuál contaba con una única prenda superior que le quedaba bastante grande a la huérfana, vagó por su cuarto con únicamente la luna como fuente de luz sopesando en sus escasas opciones de actividad.
Desechando pensar en el combate que se disputaría al día siguiente, Eri viajó hasta sus más profundos deseos y se vio a sí misma pensando en hablar con Nabi. Él siempre la calmaba allí donde estuviese, sin importar el cuándo y el dónde, por eso decidió salir de su habitación sin cerrar la puerta - total, no pensaba que nadie entrase en ella con un perro que era dos veces su tamaño durmiendo sobre su cama -, así abandonó la estancia y buscó con esmero la habitación del rubio.
Con esmero queremos decir que entró en la primera puerta que encontró.
La del lado continuo.
Para su sorpresa o su suerte, la entrada no estaba sellada, así que con pasos apenas audibles entró como si de un lince acechando a su presa se tratase. Encontrándose con lo que quería ver desde el principio.
Se acercó con sigilo, observándole con total curiosidad y una pizca de admiración al ver como podía dormir de forma tan apacible y tambaleándole con bastante fuerza de lo que usualmente emplearía con una persona normal - hablamos de Nabi, que por dormir se dormiría estando sobre una cama de espinas -, intentó llamar su atención. En vano, le pegó un capón en la cabeza.
-Nabi-kun, por favor, despierta... - Pidió con un tono de voz tirando a lo desesperado.