23/02/2016, 01:03
(Última modificación: 23/02/2016, 01:15 por Uchiha Akame.)
En aquel claro del Paraje del Bambú se había formado, poco a poco, una atmósfera de lo más extraña. Por un lado Anzu, que derrochaba su característica energía en lanzar golpes al aire, alguna que otra torpe pirueta y mucha guasa. Por otro estaba Kazuma, cuyos ojos grises reflejaban una madurez quizás precipitada para su edad y rango shinobi. Y, al final, Hida, que los observaba a ambos; al de Uzushiogakure, con interés, y a su alumna con la seria apreciación de quien respeta la dedicación a una causa.
Kazuma no dudó en satisfacer la curiosidad del jounin, aunque sus enigmáticas palabras traían más misterio que claridad acerca de su peculiar espada. Sin embargo, no fue eso lo que llamó la atención del maestro Yotsuki, sino la mirada que el gennin había lanzado a su alumna. En efecto parecían los ojos de alguien más experimentado, de un shinobi que ya ha tenido que pasar por el primero de los muchos y dolorosos partos que aquella vida les tenía reservados a todos y cada uno de ellos. Porque al final era eso, o al menos se parecía. Cada vez que un ninja cruzaba una de estas líneas, invisibles a los ojos pero no al corazón -ni al recuerdo-, era como si volviese a nacer. Se convertía en alguien distinto; mejor o peor, eso parecía irrelevante.
Por un momento se hizo el silencio, y pareció que los tres ninjas se habían puesto de acuerdo para respetarlo.
-Una buena espada, sin duda -Hida rompió aquel silencio común-. Se me da bien medir la pasta de la que está hecho un shinobi, Kazuma-kun. Mi alumna, aquí donde la ves, todavía tiene mucho que aprender -Anzu no dijo nada, pero en su rostro se deletreó lo poco que le habían gustado las palabras de su maestro-. ¿Qué te parece si le enseñas un par de cosas sobre pelear? Ella cree que ya lo sabe todo. Supongo que me entiendes, hay cosas que no se pueden aprender de un sensei, por sabio que éste sea.
La Yotsuki se cruzó de brazos, frunciendo los labios en una expresión de pocos amigos que hizo retorcerse macabramente la cicatriz que los atravesaba. Hida sonrió al gennin de Uzushio, dando a entender que su petición era puramente amistosa y no pretendía ser descortés.
Kazuma no dudó en satisfacer la curiosidad del jounin, aunque sus enigmáticas palabras traían más misterio que claridad acerca de su peculiar espada. Sin embargo, no fue eso lo que llamó la atención del maestro Yotsuki, sino la mirada que el gennin había lanzado a su alumna. En efecto parecían los ojos de alguien más experimentado, de un shinobi que ya ha tenido que pasar por el primero de los muchos y dolorosos partos que aquella vida les tenía reservados a todos y cada uno de ellos. Porque al final era eso, o al menos se parecía. Cada vez que un ninja cruzaba una de estas líneas, invisibles a los ojos pero no al corazón -ni al recuerdo-, era como si volviese a nacer. Se convertía en alguien distinto; mejor o peor, eso parecía irrelevante.
Por un momento se hizo el silencio, y pareció que los tres ninjas se habían puesto de acuerdo para respetarlo.
-Una buena espada, sin duda -Hida rompió aquel silencio común-. Se me da bien medir la pasta de la que está hecho un shinobi, Kazuma-kun. Mi alumna, aquí donde la ves, todavía tiene mucho que aprender -Anzu no dijo nada, pero en su rostro se deletreó lo poco que le habían gustado las palabras de su maestro-. ¿Qué te parece si le enseñas un par de cosas sobre pelear? Ella cree que ya lo sabe todo. Supongo que me entiendes, hay cosas que no se pueden aprender de un sensei, por sabio que éste sea.
La Yotsuki se cruzó de brazos, frunciendo los labios en una expresión de pocos amigos que hizo retorcerse macabramente la cicatriz que los atravesaba. Hida sonrió al gennin de Uzushio, dando a entender que su petición era puramente amistosa y no pretendía ser descortés.