27/02/2016, 22:13
(Última modificación: 27/02/2016, 22:14 por Aotsuki Ayame.)
Su resolución no pareció hacerle ninguna gracia a Daruu. De alguna manera se lo esperaba, pero eso no evitó que un pinchazo encogiera su corazón cuando le vio fruncir el ceño y chasquear la lengua con fastidio.
—Si hombre. Yo he acabado así por forzarme a seguir peleando sólo porque... ¡solo porque quería probarme contra ti! —le espetó, y Ayame agachó la mirada en un gesto abochornado—. Y si ahora te rindes, mi derrota sí que no habría tenido sentido.
Un tenso silencio inundó la sala. Ayame no sabía qué debía responder a sus palabras, y aunque lo hubiese sabido un doloroso nudo estrangulaba cualquier intento que pudiera tener de hablar. Daruu apretó los puños, y cuando lo hizo las vendas crujieron en torno a sus manos.
—Prométeme una cosa —dijo entonces, y Ayame se vio obligada a alzar la mirada hacia él, con el corazón palpitándole con fuerza—: Prométeme que intentarás ganar. Promételo. Yo no puedo seguir peleando, pero tú si. Y tienes que ganar. Así, cuando celebremos nuestro combate, sabremos si la campeona del Torneo es mejor que Daruu, el cocinero estrella perdedor de primeras rondas. Juhm.
Daruu se cruzó de brazos en un gesto infantil que parecía querer arrancarle una sonrisa. Pero Ayame había vuelto a dejar caer la cabeza, con lágrimas en los ojos y un punzante dolor en el pecho. Le temblaban las manos de tan sólo pensar...
—Claro... —afirmó, pero su voz sonó tan estrangulada como la sentía. Carraspeó y alzó de nuevo la mirada, tratando de contener las lágrimas—. ¡Claro! —repitió, esforzándose por hacer que su voz sonara más firme de lo que podía sentirla en realidad y por añadir una sonrisa a sus palabras. Pero el gesto que curvó sus labios tan sólo reflejaba el intenso dolor que sentía en lo más profundo de su corazón—. Lucharé y... daré todo de mí... Yo... Ahora... Debo marcharme. Espero que te mejores pronto, Daruu-san y...
»Lo siento.
Antes de que pudiera responder, se dio media vuelta y salió de la habitación a todo correr. Se le había olvidado incluso cerrar la puerta de la habitación, pero en ese momento no le importó. Cualquier enfermera que pasara por allí lo haría por ella. Ahora tenía algo mucho más importante que hacer, antes de que se arrepintiera.
Tenía que escribir una nota.
—Si hombre. Yo he acabado así por forzarme a seguir peleando sólo porque... ¡solo porque quería probarme contra ti! —le espetó, y Ayame agachó la mirada en un gesto abochornado—. Y si ahora te rindes, mi derrota sí que no habría tenido sentido.
Un tenso silencio inundó la sala. Ayame no sabía qué debía responder a sus palabras, y aunque lo hubiese sabido un doloroso nudo estrangulaba cualquier intento que pudiera tener de hablar. Daruu apretó los puños, y cuando lo hizo las vendas crujieron en torno a sus manos.
—Prométeme una cosa —dijo entonces, y Ayame se vio obligada a alzar la mirada hacia él, con el corazón palpitándole con fuerza—: Prométeme que intentarás ganar. Promételo. Yo no puedo seguir peleando, pero tú si. Y tienes que ganar. Así, cuando celebremos nuestro combate, sabremos si la campeona del Torneo es mejor que Daruu, el cocinero estrella perdedor de primeras rondas. Juhm.
Daruu se cruzó de brazos en un gesto infantil que parecía querer arrancarle una sonrisa. Pero Ayame había vuelto a dejar caer la cabeza, con lágrimas en los ojos y un punzante dolor en el pecho. Le temblaban las manos de tan sólo pensar...
—Claro... —afirmó, pero su voz sonó tan estrangulada como la sentía. Carraspeó y alzó de nuevo la mirada, tratando de contener las lágrimas—. ¡Claro! —repitió, esforzándose por hacer que su voz sonara más firme de lo que podía sentirla en realidad y por añadir una sonrisa a sus palabras. Pero el gesto que curvó sus labios tan sólo reflejaba el intenso dolor que sentía en lo más profundo de su corazón—. Lucharé y... daré todo de mí... Yo... Ahora... Debo marcharme. Espero que te mejores pronto, Daruu-san y...
»Lo siento.
Antes de que pudiera responder, se dio media vuelta y salió de la habitación a todo correr. Se le había olvidado incluso cerrar la puerta de la habitación, pero en ese momento no le importó. Cualquier enfermera que pasara por allí lo haría por ella. Ahora tenía algo mucho más importante que hacer, antes de que se arrepintiera.
Tenía que escribir una nota.