29/02/2016, 03:35
Tras el pequeño incidente del camarero, Katomi y Riko continuaron intercambiando opiniones. En ésta ocasión, se centraron en el porqué la chica no llevaba puesta en un lugar visible su bandana. El motivo era simple, aunque discrepaban y tenían rumores diferentes a oídas. Riko estaba en las cuarenta de que eran shinobis y sabían defenderse, además de que no había escuchado nada acerca del rumor que le trasmitió la peliblanco. Katomi sin embargo, no tenía tan claro hasta qué punto podían defenderse de una ciudad entera, allí ellos eran meros extranjeros.
Si, es cierto que las cosas no estaban rodando como en un principio ella tenía en mente, pero los rumores podían ser tan ciertos como falsos. Además, tenía intenciones de preguntar por los negocios, no pegaba demasiado que una kunoichi hiciese relucir el metal de su bandana preguntando por el precio de un prostíbulo, por ejemplo.
—Bueno, yo creo que el mejor ataque, es no empezar una batalla en la que no sabes quién es tu enemigo. El rumor podía o no ser cierto, mejor no arriesgar. Por el momento no ha pasado nada, pero a saber.—
Y como si hubiese pisado una caca de perro envuelta en papel y prendida fuego que te plantan a la puerta tras pegar al timbre de la casa, la chica habló antes de cuenta.
Al lado de la chica se plantó un joven que vestía una camisa blanca y un pantalón negro. Con cabellera negra y repeinada hacia detrás, así como una plaquita identificadora; Roshi ponía en ésta. El joven no tenía bandeja, ni libreta para apuntar, pero sin duda alguna parecía camarero.
—Buenas tardes, vuestra mesa es la número diecisiete, y soy vuestro camarero, Roshi. ¿Qué desea la pareja?— Preguntó sin mas.
La chica arqueó la ceja, confusa. Acababan de pedir, vaya mala coordinación tenían dentro de ese lugar.
—No, tranquilo Roshi, nos acaban de tomar nota.—
En ésta ocasión, fue el chico que recién había llegado el que mostró clara confusión en el rostro. Miró hacia sus lados, y observó que ningún otro camarero se encontraba fuera. Nuevamente dirigió la mirada a la chica y el chico que estaban ocupando la mesa que él debía atender.
—Esto... ¿Quién les ha tomado nota? Yo soy el único camarero que puede atender la terraza, mi otro compañero se encarga de la zona interior.—
Entre tanto, el hombre que anteriormente les había atendido se escurría del embrollo. Disimulado como el que más, un auténtico ninja que se intentaba evadir entre el gentío del sitio. Realmente ya llevaba una buena distancia, y no se dirigía hacia el interior del bar, detalle que la chica ni había tenido en cuenta.
—Pues era otro chico, también llevaba uniforme y tal... no sé, no me fijé mucho...— Contestó de nuevo Katomi.
En ese instante, la chica se llevó la mano hacia donde debería estar su cartera, casualmente el lado por el que accidentalmente topó el anterior camarero. La cara de Katomi se convirtió en una auténtica obra de arte, Edvard Much podía haberse inspirado en ella para crear su mejor obra; el grito. Se llevó las manos a la cara, y palideció hasta un punto mas grave que la harina.
El otro chico no era mas que un ágil ladrón, de dedos realmente veloces. Había robado a una kunoichi, delante de un shinobi, y ninguno se había dado cuenta del detalle.
—M-mi... mi... mica... mi cartera... NO ESTÁ!— Vociferó a la par que se alzaba, alejando la silla en el mismo movimiento.
De pronto, comenzó a buscar al individuo. Pero ya sería mas que tarde para encontrarlo de esa manera, el chico ya tenía mas que pensado cómo actuar.
Si, es cierto que las cosas no estaban rodando como en un principio ella tenía en mente, pero los rumores podían ser tan ciertos como falsos. Además, tenía intenciones de preguntar por los negocios, no pegaba demasiado que una kunoichi hiciese relucir el metal de su bandana preguntando por el precio de un prostíbulo, por ejemplo.
—Bueno, yo creo que el mejor ataque, es no empezar una batalla en la que no sabes quién es tu enemigo. El rumor podía o no ser cierto, mejor no arriesgar. Por el momento no ha pasado nada, pero a saber.—
Y como si hubiese pisado una caca de perro envuelta en papel y prendida fuego que te plantan a la puerta tras pegar al timbre de la casa, la chica habló antes de cuenta.
Al lado de la chica se plantó un joven que vestía una camisa blanca y un pantalón negro. Con cabellera negra y repeinada hacia detrás, así como una plaquita identificadora; Roshi ponía en ésta. El joven no tenía bandeja, ni libreta para apuntar, pero sin duda alguna parecía camarero.
—Buenas tardes, vuestra mesa es la número diecisiete, y soy vuestro camarero, Roshi. ¿Qué desea la pareja?— Preguntó sin mas.
La chica arqueó la ceja, confusa. Acababan de pedir, vaya mala coordinación tenían dentro de ese lugar.
—No, tranquilo Roshi, nos acaban de tomar nota.—
En ésta ocasión, fue el chico que recién había llegado el que mostró clara confusión en el rostro. Miró hacia sus lados, y observó que ningún otro camarero se encontraba fuera. Nuevamente dirigió la mirada a la chica y el chico que estaban ocupando la mesa que él debía atender.
—Esto... ¿Quién les ha tomado nota? Yo soy el único camarero que puede atender la terraza, mi otro compañero se encarga de la zona interior.—
Entre tanto, el hombre que anteriormente les había atendido se escurría del embrollo. Disimulado como el que más, un auténtico ninja que se intentaba evadir entre el gentío del sitio. Realmente ya llevaba una buena distancia, y no se dirigía hacia el interior del bar, detalle que la chica ni había tenido en cuenta.
—Pues era otro chico, también llevaba uniforme y tal... no sé, no me fijé mucho...— Contestó de nuevo Katomi.
En ese instante, la chica se llevó la mano hacia donde debería estar su cartera, casualmente el lado por el que accidentalmente topó el anterior camarero. La cara de Katomi se convirtió en una auténtica obra de arte, Edvard Much podía haberse inspirado en ella para crear su mejor obra; el grito. Se llevó las manos a la cara, y palideció hasta un punto mas grave que la harina.
El otro chico no era mas que un ágil ladrón, de dedos realmente veloces. Había robado a una kunoichi, delante de un shinobi, y ninguno se había dado cuenta del detalle.
—M-mi... mi... mica... mi cartera... NO ESTÁ!— Vociferó a la par que se alzaba, alejando la silla en el mismo movimiento.
De pronto, comenzó a buscar al individuo. Pero ya sería mas que tarde para encontrarlo de esa manera, el chico ya tenía mas que pensado cómo actuar.