29/02/2016, 18:34
Daruu acompañó a sus padres y a Kori y Ayame por el pasillo, mientras los adultos discutían sobre la primera cosa que se les ocurría sobre la que podían discutir. Era como el veo, veo, pero mucho más interesante. Lo peor es que, además de picados, parecían divertirse mientras el uno al otro se lanzaban pullitas. Al menos, Kiroe se divertía. El que no parecía tan contento era Zetsuo.
Pronto llegaron a las habitaciones. Tal y como Kiroe sostenía y como Ayame había recordado al ver los carteles de sus habitaciones, la numeración de los habitáculos carecía de un sentido matemático. Daruu echó un vistazo alrededor, pero las salas contiguas a las suyas, además de ellas mismas, tenían números aleatorios como el 540, el 782 o el 39.
«Es como si hubieran comprado las placas por encargo y el repartidor se hubiera equivocado y hubiera traído las de un hotel turístico de diez plantas», pensó Daruu, y se rió el solo como un completo idiota.
—¡Hala, qué bonito!
Dio la vuelta para ver a qué se refería Ayame, que mostraba aquél entusiasmo por primera vez en todo el viaje. Zetsuo había abierto la puerta de su habitación, y Daruu se asomó para comprobar ahora que se trataba de mucho más que un dormitorio: la sala, o las salas, eran como apartamentos. Interesante. Sin duda, su madre demostraba una vez más tener muy buen gusto para aquellas cosas.
Su madre había abierto su propia habitación también. Por lo visto, los interiores de las habitaciones mostraban tanta coherencia entre sí como los números de las puertas. Tenía la misma clase, pero su apartamento particular era diferente. La sección principal, que hacía las veces de comedor y cocina, era exactamente igual. Sin embargo, las puertas correderas de los dormitorios estaban colocadas en diferentes lugares que los de la habitación de Ayame, y había un futón nada más en cada espacio. Supuso que la recepcionista tuvo en cuenta el número de invitados para la elección de cada habitación.
Pero la desigual distribución de las cosas seguía llamándole la atención. Incluso llegaba a molestarle, un poquito.
—¡Hey! Ya que estamos todos reunidos, ¡podríamos cenar juntos!
La voz de Ayame a sus espaldas le hizo tensar todos los músculos del cuerpo. ¿Cenar juntos? Oh, no, toda la noche con las pullitas otra vez. Estaba esperando ya el mordaz comentario de rigor de su madre, pero...
—¡Oh, buena idea, Ayame-chanchan! —¿Quién demonios utiliza dos veces el sufijo? Kiroe, por supuesto, como una manera de hacerla más mona—. Así podremos intentar reconducir esta encrucijada de insultos hacia algo más... agradable.
»Oh, pero vamos primero a dejar el equipaje. ¿Nos vemos dentro de una hora, sí?
«Ay, Dios...»
Observó a Zetsuo. Allí, quieto, rígido, de hombros anchos y vigilante, parecía la torre inconquistable del muro de una fortaleza antigua. Se preguntó qué le había llevado a ser de aquella manera.
Pronto llegaron a las habitaciones. Tal y como Kiroe sostenía y como Ayame había recordado al ver los carteles de sus habitaciones, la numeración de los habitáculos carecía de un sentido matemático. Daruu echó un vistazo alrededor, pero las salas contiguas a las suyas, además de ellas mismas, tenían números aleatorios como el 540, el 782 o el 39.
«Es como si hubieran comprado las placas por encargo y el repartidor se hubiera equivocado y hubiera traído las de un hotel turístico de diez plantas», pensó Daruu, y se rió el solo como un completo idiota.
—¡Hala, qué bonito!
Dio la vuelta para ver a qué se refería Ayame, que mostraba aquél entusiasmo por primera vez en todo el viaje. Zetsuo había abierto la puerta de su habitación, y Daruu se asomó para comprobar ahora que se trataba de mucho más que un dormitorio: la sala, o las salas, eran como apartamentos. Interesante. Sin duda, su madre demostraba una vez más tener muy buen gusto para aquellas cosas.
Su madre había abierto su propia habitación también. Por lo visto, los interiores de las habitaciones mostraban tanta coherencia entre sí como los números de las puertas. Tenía la misma clase, pero su apartamento particular era diferente. La sección principal, que hacía las veces de comedor y cocina, era exactamente igual. Sin embargo, las puertas correderas de los dormitorios estaban colocadas en diferentes lugares que los de la habitación de Ayame, y había un futón nada más en cada espacio. Supuso que la recepcionista tuvo en cuenta el número de invitados para la elección de cada habitación.
Pero la desigual distribución de las cosas seguía llamándole la atención. Incluso llegaba a molestarle, un poquito.
—¡Hey! Ya que estamos todos reunidos, ¡podríamos cenar juntos!
La voz de Ayame a sus espaldas le hizo tensar todos los músculos del cuerpo. ¿Cenar juntos? Oh, no, toda la noche con las pullitas otra vez. Estaba esperando ya el mordaz comentario de rigor de su madre, pero...
—¡Oh, buena idea, Ayame-chanchan! —¿Quién demonios utiliza dos veces el sufijo? Kiroe, por supuesto, como una manera de hacerla más mona—. Así podremos intentar reconducir esta encrucijada de insultos hacia algo más... agradable.
»Oh, pero vamos primero a dejar el equipaje. ¿Nos vemos dentro de una hora, sí?
«Ay, Dios...»
Observó a Zetsuo. Allí, quieto, rígido, de hombros anchos y vigilante, parecía la torre inconquistable del muro de una fortaleza antigua. Se preguntó qué le había llevado a ser de aquella manera.